Desde que tengo memoria, he sido repudiada por mi padre y por todo el imperio, señalada como "la princesa demonio", "la hija maldita", "la oscuridad entre la luz". Me acusan de intentar asesinar a mi hermana, la hija de la Diosa Mística. Incluso mi ex prometido me odia por querer acabar con su princesa. Estoy sola, y me espera una muerte miserable. En el cielo, mi madre y mi hermano, quienes murieron en un incendio cuando yo tenía 14 años, aguardan. Desearía haber muerto ese día también, pero pronto cumpliré mi sueño. Adiós, hermana. Nunca te odié. No sé por qué creen que intenté quitarte la vida, yo no fui. Cumple tu deber y salva al imperio de la guerra; esos fueron mis deseos antes de morir.
Sin embargo, para mi sorpresa, desperté nuevamente a los 14 años. Mi madre y mi hermano están vivos. No dejaré que mueran de nuevo.
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8
El emperador estaba furioso ante la falta de respeto de Lila hacia Clarisa. Clarisa, petrificada, no podía creer lo que estaba sucediendo. Alejandro se acercó a su hija, decidido a castigarla, pero algo en la mirada fría y desafiante de Lila lo detuvo. Era una expresión que jamás había visto en ella, una que le hacía pensar que, si intentaba golpearla, saldría perdiendo.
—Alejandro: Lila, tú y los demás, ¡salgan de aquí en este instante si no quieren que los castigue!
—Lila: Perfecto, si no te gusta nuestra compañía, puedes retirarte. La verdad, tampoco tengo ganas de comer contigo… ni con tu amante.
Clarisa, indignada, alzó la voz.
—Clarisa: ¡Emperador, exijo un castigo para esta insolente! Intentó matarme y ahora me insulta, llamándome amante.
—Lila: ¡Vaya! Ahora resulta que las amantes también exigen. Qué gracioso. Mira, pequeña insolente, más te vale quedarte callada, porque si realmente hubiera querido matarte, ya estarías muerta. Solo me estaba divirtiendo.
Clarisa abrió los ojos, aterrada, y se quedó en silencio. Alejandro no soportaba que alguien insultara a su gran amor. Enfurecido, intentó golpear a Lila, pero antes de que su mano siquiera rozara su rostro, salió despedido hacia atrás y se estrelló contra la pared, cayendo varios metros más allá.
Lila observó la escena con una sonrisa de satisfacción.
—Es mejor que se vayan —dijo, disfrutando de la expresión de pánico en los rostros de Clarisa y Priscilla—. Quiero comer en paz, y si no se retiran, podrían terminar peor que el emperador. Miren, tan fuerte que se cree… y ahora no puede ni moverse.
Clarisa y Priscilla huyeron despavoridas, incapaces de entender cómo aquella "pobre desgraciada" había adquirido tal poder. La sirvienta que Lila había golpeado antes se asomó al comedor y quedó pálida al ver al emperador tirado en el suelo.
—Lila: Tú, sirvienta. Será mejor que nos traigas algo de comer… y ahora, si no quieres morir.
Unos guardias entraron en el comedor y, al ver al emperador inconsciente, respirando con dificultad, intentaron asistirlo.
—Alejandro (jadeando): Ayuda…
—Lila: Llévense al emperador. Parece que está algo viejo y se cae por cualquier cosa.
La satisfacción en el rostro de Lila era evidente, y los guardias obedecieron. Sabían de las hazañas de esta “demonio”, como algunos ya comenzaban a llamarla. Mientras se llevaban al emperador, la sirvienta trajo un banquete con lomo de cerdo, pollo asado, vegetales y bebidas, un festín que jamás habíamos probado antes. Nos servimos y disfrutamos de cada bocado, celebrando lo que sentíamos como un nuevo comienzo.
Mamá me miraba, llena de gratitud. Todavía se le escapaba una sonrisa al recordar la pálida expresión de Clarisa cuando le arrojé el tenedor.
—Alexis: ¡La cara de la mocosa Priscilla fue la mejor! Parecía que iba a llorar por días. Y cuando lanzaste al emperador por los aires… ¡ese ha sido el mejor momento de mi vida!
—Lila: A partir de ahora, yo me ocuparé de que estemos seguros. Pero deben prometerme que tendrán cuidado y estarán siempre alerta. Clarisa y su hija son más peligrosas de lo que parecen. Controlan a papá y, más allá de despreciarnos, están dispuestas a todo para eliminarnos. Hoy, comamos tranquilos. Este momento es nuestro. Después, iré a hablar con mi padre. Tengo asuntos que aclarar.
Mamá me miró preocupada.
—Mónica: Hija, ten mucho cuidado…
—Lila: Claro que lo tendré, pero antes dime: ¿estás dispuesta a dejar a mi padre? ¿Firmarías el divorcio para alejarte de él?
Mamá dudó, pensativa. Sabía lo mucho que había sufrido y entendía que ese calvario no podía continuar. Alexis la observaba expectante, ansioso por su respuesta.
—Mónica: Sí, hija… Acepto el divorcio.
—Alexis: ¡Sí, sí, por fin, mamá! ¡Qué felicidad!
Alexis, extasiado, la tomó de la mano y la hizo ponerse de pie para bailar con él en un torpe, pero alegre intento de celebración. Era la primera vez en mucho tiempo que lo veía tan feliz.
—Lila: Qué bueno que tomaste esta decisión, mamá, porque pienso exigírselo al emperador. Ni en sus sueños se librará de nosotros tan fácilmente. Demandaremos un título, propiedades, una compensación extraordinaria… y una inyección de capital mensual. De lo contrario, se las verá conmigo.
Terminamos de comer en paz, olvidando por un momento el conflicto y saboreando aquella comida como nunca. Hasta el pan era fresco y horneado, muy diferente a las sobras y el pan duro al que estábamos acostumbrados.
Al terminar, me dirigí a mamá y a Alexis.
—Lila: Quiero que se vayan a la torre y tengan cuidado. Avisen a Betania y a Beatriz que empiecen a empacar. Hoy o mañana nos iremos todos juntos. No pienso dejarlas atrás; ellas han sido mis únicas amigas en todo este tiempo y les debo mucho. Les conseguiré un mejor puesto y recibirán educación noble. Les daré un título, en honor a su lealtad.
Mientras mamá y Alexis se dirigían a la torre, me quedé un momento, observando el salón vacío, llenándome de la energía que sentía dentro de mí. Sabía que a partir de este momento, nada volvería a ser igual.