Josh es un joven psicólogo que comienza su carrera en una prisión de máxima seguridad.
¿Su nuevo paciente? Murilo Lorenzo, el temido líder de la mafia italiana… y su primer amor de adolescencia.
Entre sesiones de terapia peligrosas, rosas dejadas misteriosamente en su habitación y un juego de obsesión y deseo, Josh descubre que Murilo nunca lo ha olvidado… y que esta vez no piensa dejarlo escapar.
NovelToon tiene autorización de Belly fla para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 8
Josh cerró la puerta del apartamento con el cuerpo, los hombros pesados como si cargara el peso de todas las palabras no dichas de Murilo. La sesión de hoy lo había perturbado más de lo que le gustaría admitir. ¿Cómo un mafioso preso en una celda de seguridad máxima para criminales insanos consigue mandar rosas a mi cuarto?* Y peor: ¿Por qué diablos está obsesionado conmigo?*
Su mirada fue atraída hacia la cama.
Allí estaba.
Otra rosa roja, solitaria, perfecta, como si hubiera sido colocada allí por manos invisibles.
— ¿Pero cómo?* — Josh murmuró, pasando los dedos por el tallo. Hoy no salí de casa. Ayer no apareció ninguna justamente porque me quedé aquí todo el día.*
Miró alrededor, como si esperara ver a alguien escondido en el armario, detrás de la cortina, bajo la cama. Nada. Apenas el silencio sofocante del apartamento y aquella flor, insistente, como un recordatorio de que Murilo — o alguien actuando por él — estaba siempre un paso adelante.
Con un suspiro, Josh tomó la rosa y la colocó en el pequeño vaso donde las otras ya se estaban marchitando. Tres días. Tres rosas.
El estómago rugió, recordándole que no había comido nada desde el desayuno. Abrió la aplicación de delivery y pidió una hamburguesa — no tenía cabeza para cocinar.
Mientras esperaba, decidió tomar un baño, intentando lavar no solo el sudor, sino la sensación de estar siendo observado. El agua hirviendo quemó su piel, pero no consiguió apagar la imagen del tatuaje de Murilo: aquella rosa negra y roja, tan parecida a las que ahora adornaban — o asombraban — su cuarto.
El interfono sonó.
— ¡Delivery! — anunció una voz ronca.
Josh enrolló una toalla en la cintura y cogió la cartera. Al abrir la puerta, sin embargo, no había nadie. Apenas una bolsa de comida en el suelo y...
Un sobre negro.
Su corazón se aceleró. No era del restaurante.
Con dedos temblorosos, lo cogió y abrió. Dentro, una única foto: él mismo, durmiendo, tomada desde dentro del cuarto.
Y un mensaje:
"Hasta pareces un ángel durmiendo. Casi da pena despertarte. — M."
Josh tiró la foto lejos, como si se hubiera prendido fuego en sus manos.
Él ha estado aquí.
Dentro de mi cuarto.
Mientras yo dormía.
La hamburguesa quedó olvidada en el suelo. El baño no había servido de nada.
Josh se sentó en el sofá, las piernas débiles, los ojos fijos en la rosa en el vaso.
Josh se despertó con el corazón acelerado, sudando frío. El sueño — o pesadilla — aún se pegaba a él como una segunda piel: Murilo, de pie al lado de su cama, sosteniendo una rosa entre los dientes, los dedos manchados de rojo.
Miró el reloj.
Mierda.
— ¡Joder!
Su despertador no había sonado. Saltó de la cama como un huracán, tropezando en sus propias piernas mientras se vestía a las prisas. Camisa mal abotonada, cabello despeinado, al jefe le iba a encantar esa imagen.
En el camino, paró en un café.
— Un expreso doble, por favor.
El dependiente tardó tres siglos. Josh golpeó los dedos en el mostrador, el pie impaciente marcando el ritmo.
— Es hora del almuerzo, amigo, relájate — el tipo refunfuñó, entregando el vaso.
Josh ni siquiera respondió. Pagó, cogió el café y salió corriendo, tragando el líquido hirviendo que quemó su garganta. No importaba.
Necesitaba llegar allí.
Necesitaba verlo.
La sala de terapia estaba silenciosa cuando Josh entró, jadeando.
Murilo ya estaba allí, por supuesto. Sentado en la silla, esposas reforzadas en las muñecas, chaleco de fuerza. Y aquella sonrisa.
— Doctor Josh — él cantó, como si fuera una canción.
Josh tragó el resto del café amargo y se sentó, intentando recuperar el aliento.
— Murilo.
— ¿Sí, doctor Josh?
Josh miró las manos de él, al tatuaje de la rosa, a los ojos que parecían saber cosas que ni él mismo sabía.
— ¿Estás intentando volverme loco?
Murilo rió, un sonido bajo y cálido.
— No, claro que no. ¿Por qué crees eso?
— Presencia en mi casa. Mensajes. Rosas.
Murilo inclinó la cabeza, fingiendo inocencia.
— ¿El señor tiene miedo de mí, doctor Josh?
La pregunta flotó en el aire como humo.
Josh sintió la respuesta quemar su lengua.
Sí. No. Me das calor.
— No. ¿Por qué tendría? — mintió.
Murilo sonrió, como si supiera.
— Todos tienen miedo de mí. A veces me llaman Diablo.
— La gente no sabe lo que habla — Josh respondió, más para sí mismo.
Murilo lo observó por un largo momento, entonces se inclinó hacia adelante, lo máximo que las restricciones permitían.
— Doctor Josh… usted está aquí para curarme, ¿no?
— Sí. ¿Pero a dónde quieres llegar con esto?
Los ojos de Murilo brillaron.
— ¿Y si yo te curara a ti, doctor Josh?
Josh frunció el ceño.
— ¿Cómo así?
— Hacerte ver cómo el mundo es… divertido. Cuando las cosas son más peligrosas.
Josh sintió un escalofrío.
— Mi vida es perfecta. Y nunca ha sido peligrosa. Ni quiero que lo sea. Tu* antigua vida era así.*
Murilo se congeló por un segundo.
— ¿Por qué dijiste ‘antigua’?
Josh tragó saliva.
— Porque cuando salgas de aquí, serás un nuevo hombre.
Murilo rió, una risa que hizo que los pelos de los brazos de Josh se erizaran.
— O* tú serás un nuevo hombre* — él susurró.
Josh sintió el suelo desaparecer bajo sus pies.
El silencio pesó.
Entonces, Josh respiró hondo y encaró a Murilo.
— Murilo… ¿vas a continuar dándome ‘regalos’?
Murilo sonrió, lento, dulce, peligroso.
— Solo los mejores, doctor Josh. A menos que el señor no quiera, claro.
La sesión aún no había acabado.