"No todo lo importante se dice en voz alta. Algunas verdades, los sentimientos más incómodos y las decisiones que cambian todo, se esconden justo ahí: entre líneas."
Advertencia: está novela es un poco inesperada, pero no todo es lo que parece pues creo que se notara bastante que es un BL.
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Primer quiebre
...Actualidad...
Y así, de pronto, llegamos al presente. No sé en qué momento exacto se torcieron las cosas, en qué instante esa felicidad que parecía eterna comenzó a desmoronarse como un castillo de arena frente a la marea. Es 22 de junio de 2025, y estoy frente a la puerta de la casa de mi hija, con el corazón latiendo tan fuerte que siento que me va a romper las costillas. La noche es fría, el aire cargado con el olor a lluvia reciente y a césped mojado, y las luces de la calle parpadean con un zumbido débil que resuena en el silencio. La casa de Heather y Damon es un lugar acogedor, con paredes de ladrillo y ventanas grandes que ahora están oscuras, salvo por una tenue luz que se cuela a través de las cortinas. Toco la puerta con los nudillos, el sonido seco reverberando en la quietud, y espero, con las manos metidas en los bolsillos de mi chaqueta para ocultar el temblor que no puedo controlar. Es una situación delicada, una que me tiene al borde del colapso. Últimamente, Heather no ha estado bien, y cada día que pasa siento que la estoy perdiendo un poco más.
Pasan tres minutos que se sienten como una eternidad, cada segundo estirándose hasta el infinito mientras mi ansiedad crece. Finalmente, la puerta se abre con un chirrido, y ahí está Damon. Se ve agotado, con su cabello rubio cenizo despeinado y cayendo sobre su frente, sus ojos ámbar apagados y rodeados de ojeras profundas. Lleva una camisa negra, apenas arreglada, y su postura—encorvada, con una mano apoyada en el marco de la puerta—grita cansancio y preocupación. —Suegro— murmura, su voz ronca y sin energía, mientras me mira con una mezcla de alivio y tensión.
—Damon— respondo, mi voz baja pero firme, aunque siento un nudo en la garganta que me hace tragar con dificultad. —¿Puedo pasar?—. No espero una respuesta elaborada; mi tono es más una súplica que una pregunta. Damon no dice nada, simplemente se hace a un lado, dejando que el calor de la casa me envuelva mientras entro. El aire dentro huele a madera y a algo metálico que no logro identificar de inmediato, y el silencio es tan pesado que puedo escuchar mi propia respiración, entrecortada y nerviosa. Me detengo en la sala, con las manos todavía en los bolsillos, y miro a Damon, que cierra la puerta detrás de mí con un movimiento lento. —¿Dónde está Heather?— pregunto, mi voz temblando a pesar de que intento mantenerla firme.
Damon señala hacia un pasillo oscuro con un gesto cansado. —En el baño— dice, su tono apagado, casi resignado. Asiento, sintiendo un nudo en el estómago que se aprieta aún más, y me dirijo hacia allí, mis pasos resonando contra el suelo de madera pulida. El pasillo está apenas iluminado por una lámpara de pared que arroja sombras largas y distorsionadas, y el aire se siente más frío a medida que me acerco a la puerta del baño. Me detengo frente a ella, mi mano temblando mientras la apoyo contra la madera, y respiro hondo, intentando reunir el valor para hablar.
—Heather, soy yo, papá— digo, mi voz suave pero cargada de emoción, mientras toco la puerta con los nudillos. —Por favor, ábreme. Sé que estás pasando por mucho, pero te amo, mi cielo, y sea lo que sea, voy a estar aquí para ti—. Espero, con el corazón en la garganta, pero no hay respuesta. El silencio al otro lado de la puerta es ensordecedor, y siento un escalofrío recorrer mi espalda. Heather ha estado lidiando con complicaciones de embarazo que han destrozado su espíritu. Este es su tercer intento; los dos anteriores terminaron en pérdidas que la dejaron devastada, emocional y físicamente. La primera vez fue a los pocos meses de casarse con Damon, un aborto espontáneo que la sumió en una tristeza profunda. La segunda, hace apenas seis meses, fue aún más dura: un embarazo ectópico que requirió cirugía y que casi le cuesta la vida. Ahora, en este tercer embarazo, las cosas no están mejor. Los médicos le han advertido que su cuerpo está al límite, que el riesgo de hemorragias y otras complicaciones es altísimo, pero Heather se aferra a la esperanza de ser madre, incluso si eso significa poner su vida en peligro.
Golpeo la puerta de nuevo, con más fuerza esta vez, mi paciencia desgastándose bajo el peso de mi preocupación. —Heather, por favor, déjame entrar— suplico, mi voz quebrándose mientras apoyo la frente contra la madera, el frío de la superficie contrastando con el calor de mi piel. —No puedo seguir así, mi vida. Necesito saber que estás bien—. No hay respuesta, solo un silencio que me corta como un cuchillo. No puedo soportarlo más; las cosas no pueden seguir así. Con el corazón latiendo a mil por hora, giro el pomo de la puerta, que cede con un crujido, y entro a la fuerza, incapaz de seguir esperando.
La escena que me recibe me golpea como un puñetazo en el estómago, dejándome mudo y paralizado. Heather está tirada en el suelo, su cuerpo desplomado contra las baldosas blancas que ahora están manchadas de un rojo brillante. Un charco de sangre se extiende a su alrededor, el olor metálico llenando el aire y revolviéndome el estómago. Está pálida, con el cabello oscuro pegado a su frente por el sudor, y sus manos tiemblan mientras intenta cubrirse el abdomen, como si pudiera detener la hemorragia con pura voluntad. Sus ojos, esos ojos verdes con toques de azul que siempre me recordaron a Marina, están llenos de pánico y dolor, y cuando me ve, su rostro se contorsiona en una mueca de desesperación. —¡Váyanse!— grita, su voz ronca y rota, mientras me mira con una furia que nunca había visto en ella. —¡No quiero ver a nadie, déjenme sola!—.
Me quedo inmóvil por un segundo, mi mente incapaz de procesar lo que estoy viendo. Mi respiración se detiene, y siento un frío helado recorrer mi cuerpo, como si el mundo entero se hubiera detenido. Luego, el instinto toma el control, y me vuelvo hacia Damon, que está parado en la puerta, con el rostro pálido y los ojos abiertos de par en par. —¡Llama a una ambulancia ahora mismo!— le ordeno, mi voz temblando de rabia y miedo mientras lo señalo con un dedo. —¡Muévete, Damon, no te quedes ahí parado como idiota!—. Mi tono es duro, casi cruel, pero no puedo evitarlo; el terror me está consumiendo, y cada segundo que pasa siento que pierdo un poco más a mi hija.
Damon asiente rápidamente, sacando su teléfono del bolsillo con manos temblorosas, y se aleja hacia la sala para hacer la llamada. Me arrodillo junto a Heather, ignorando sus gritos, y extiendo las manos hacia ella, intentando acercarme. —Heather, mi amor, por favor, déjame ayudarte— suplico, mi voz quebrándose mientras las lágrimas comienzan a correr por mis mejillas. Mis manos tiemblan mientras intento tocarla, pero ella se aparta con un movimiento brusco, su cuerpo temblando de dolor y miedo. —¡No me toques!— grita, su voz llena de angustia mientras se encoge contra la pared, la sangre manchando su ropa y el suelo a su alrededor. —¡Solo déjame, papá, por favor!—.
Me quedo ahí, de rodillas, con las manos suspendidas en el aire, incapaz de hacer nada mientras mi hija se desangra frente a mí. Mi pecho se aprieta tanto que siento que no puedo respirar, y las lágrimas caen sin control, cálidas contra mi piel helada. El baño es un caos: el olor a sangre se mezcla con el de jabón y humedad, y el sonido de los sollozos de Heather llena el espacio, un eco desgarrador que me atraviesa el alma. Mis dedos se cierran en puños, las uñas clavándose en mis palmas hasta que siento el ardor de la piel rota, pero no me importa. Lo único que importa es Heather, y no sé cómo ayudarla, no sé cómo salvarla de este infierno que parece repetirse una y otra vez.
Me paso una mano por el cabello, jalándolo con fuerza mientras trato de pensar, de encontrar una solución, pero mi mente está nublada por el pánico. Mis hombros tiemblan con sollozos silenciosos, y siento que el suelo bajo mis rodillas se vuelve más frío, más duro, como si quisiera tragarme entero. No puedo perderla, no a ella, no después de todo lo que hemos pasado juntos. Pero mientras la miro, tirada ahí, gritando que me vaya, siento que la historia se repite, que el destino me está arrancando a otra persona que amo, y no sé si voy a poder soportarlo esta vez.
Pero no puedo quedarme de brazos cruzados, no mientras mi hija está sufriendo frente a mí, desangrándose en el suelo de un baño que ahora parece una escena de pesadilla. El olor a sangre es tan fuerte que me revuelve el estómago, y el sonido de sus sollozos, entremezclados con sus gritos para que me vaya, me atraviesa como un cuchillo. Pero no voy a dejarla, no importa cuánto me pida que me aleje. Soy su padre, y aunque no sepa cómo arreglar esto, voy a hacer todo lo que esté en mis manos para ayudarla. Mi cuerpo tiembla, el pánico y la adrenalina corriendo por mis venas, pero me obligo a actuar, a moverme, a ser el hombre que ella necesita en este momento.
Me arrodillo más cerca de ella, ignorando sus protestas, y extiendo los brazos con cuidado, mis manos temblando mientras las coloco bajo su cuerpo. —Heather, mi cielo, voy a levantarte, ¿está bien?— digo, mi voz baja pero firme, intentando transmitir una calma que no siento. Ella sigue resistiéndose, sus manos débiles empujando contra mi pecho, pero está demasiado agotada, demasiado débil para detenerme. La levanto con cuidado, su cuerpo ligero pero tembloroso en mis brazos, y siento la humedad de la sangre empapando mi camisa, el calor pegajoso contra mi piel. Sus sollozos se vuelven más suaves, más entrecortados, y su cabeza cae contra mi hombro, su cabello oscuro pegándose a mi cuello. La sostengo con fuerza, como si pudiera protegerla del dolor con solo abrazarla, y camino con pasos rápidos pero cuidadosos hacia el sofá de la sala, el lugar más cómodo que se me ocurre en este momento.
La sala está apenas iluminada por una lámpara de pie, la luz dorada proyectando sombras largas sobre las paredes. El aire huele a madera y a un leve rastro de lavanda, pero el olor metálico de la sangre lo eclipsa todo. Coloco a Heather en el sofá con delicadeza, apoyando su cabeza contra un cojín, y me arrodillo a su lado, mis manos temblando mientras le aparto el cabello de la cara. Su rostro está pálido, casi translúcido, y sus ojos están cerrados, las pestañas húmedas de lágrimas. —Quédate conmigo, mi vida, por favor— susurro, mi voz quebrándose mientras acaricio su mejilla, su piel fría bajo mis dedos.
Me vuelvo hacia Damon, que está parado a unos pasos de distancia, con el teléfono todavía en la mano y una expresión de puro pánico en su rostro. Sus ojos ámbar están abiertos de par en par, y su cabello rubio cenizo está más desordenado que nunca, cayendo sobre su frente en mechones sudorosos. —¡Damon, muévete!— grito, mi voz resonando en la sala con una autoridad que no sabía que tenía. —Trae una manta y una toalla, ahora mismo, y ponle algo debajo de las piernas para elevarlas. ¡Hazlo rápido!—. Mi tono es demandante, casi furioso, pero no tengo tiempo para ser amable. Damon asiente rápidamente, sus manos temblando mientras deja el teléfono sobre la mesa y corre hacia el pasillo, sus pasos resonando contra el suelo de madera.
Mientras él busca lo que le pedí, me levanto con las piernas temblorosas y me dirijo al dormitorio de Heather y Damon, mis pasos rápidos pero inestables. No quiero ver a mi hija empapada de sangre, no quiero que esta imagen se quede grabada en mi memoria para siempre. Abro el armario con un movimiento brusco, las puertas chirriando, y busco ropa limpia: una camiseta holgada y un par de pantalones suaves que sé que Heather usa para estar cómoda. El cuarto huele a detergente y a ese perfume floral que ella siempre usa, un contraste cruel con la situación que estamos viviendo. Mis manos tiemblan mientras agarro la ropa, y siento un nudo en la garganta que me hace jadear. Me paso una mano por el cabello, jalándolo con fuerza, intentando mantener la compostura mientras regreso a la sala.
Cuando vuelvo, Damon ya está cubriendo a Heather con una manta gris, sus manos torpes mientras coloca una almohada bajo sus piernas. —Así está bien, suegro?— pregunta, su voz temblorosa mientras me mira con ojos llenos de miedo. Asiento, aunque no estoy seguro de nada en este momento, y me arrodillo de nuevo junto a Heather. —Voy a cambiarte, mi cielo, solo quédate tranquila— murmuro, mi voz suave mientras empiezo a quitarle la ropa empapada de sangre. Ella apenas reacciona, su cuerpo débil y tembloroso, y cada movimiento que hago se siente como una eternidad. La sangre ha manchado su piel, y el rojo brillante contra su palidez me hace sentir que el mundo se desmorona a mi alrededor. Le pongo la camiseta limpia con cuidado, mis dedos torpes mientras ajusto la tela, y luego los pantalones, asegurándome de no moverla demasiado.
Justo cuando termino, el sonido de sirenas corta el silencio de la noche, un lamento agudo que se acerca rápidamente. Me levanto de un salto, mi corazón latiendo tan fuerte que siento que va a estallar, y corro hacia la puerta principal, abriéndola de un tirón. La ambulancia se detiene frente a la casa, sus luces rojas y azules iluminando la calle y proyectando destellos sobre las paredes de ladrillo. Dos paramédicos bajan rápidamente, uno de ellos cargando un maletín médico mientras el otro empuja una camilla. —¡Por aquí!— grito, mi voz ronca mientras les hago señas para que entren, mis manos temblando mientras sostengo la puerta abierta.
Los paramédicos entran con pasos rápidos, el olor a antiséptico y látex siguiéndolos mientras se dirigen hacia el sofá. —Señora, ¿puede oírme?— pregunta uno de ellos, una mujer de cabello corto y expresión seria, mientras se arrodilla junto a Heather y comienza a revisarla. Heather apenas responde, sus ojos entreabiertos y su respiración superficial. El otro paramédico, un hombre joven con tatuajes en los brazos, saca un monitor portátil y empieza a colocarle sensores en el pecho, el pitido de la máquina llenando la sala con un ritmo errático que me hiela la sangre. —Tiene una hemorragia severa, probablemente un desprendimiento de placenta— dice la mujer, su voz fría y profesional mientras le coloca una vía en el brazo para administrarle suero. —Hay que llevarla al hospital ahora mismo—.
Me quedo parado a un lado, con las manos cerradas en puños y las uñas clavándose en mis palmas, incapaz de hacer nada mientras los paramédicos trabajan. Mi respiración es entrecortada, y siento las lágrimas correr por mis mejillas, cálidas contra mi piel helada. Damon está a mi lado, su rostro pálido y sus manos temblando mientras observa la escena, sus ojos ámbar llenos de un terror que refleja el mío. —Vamos con ella— digo, mi voz temblando mientras miro a Damon, quien asiente rápidamente. Los paramédicos levantan a Heather con cuidado, colocándola en la camilla, y la aseguran con correas antes de empezar a moverla hacia la ambulancia. Sigo la camilla de cerca, mis pasos torpes y mi visión borrosa por las lágrimas, mientras Damon camina a mi lado, su respiración agitada y sus manos apretadas en puños.
Subimos a la ambulancia detrás de Heather, el espacio estrecho oliendo a desinfectante y metal. Me siento en un pequeño banco junto a la camilla, tomando la mano de Heather con cuidado, sus dedos fríos y temblorosos contra los míos. Damon se sienta frente a mí, su rostro tenso mientras mira a su esposa con ojos llenos de miedo. La ambulancia arranca con un rugido, las sirenas resonando en mis oídos mientras nos dirigimos al hospital a toda velocidad. La paramédica sigue trabajando en Heather, administrándole oxígeno a través de una mascarilla y ajustando el suero, mientras el monitor sigue pitando con un ritmo que parece demasiado lento, demasiado débil. —Quédate conmigo, mi vida, por favor— susurro, mi voz quebrándose mientras aprieto su mano con más fuerza, las lágrimas cayendo sin control. Mis hombros tiemblan, y siento un nudo en la garganta que me hace jadear, pero no suelto su mano, no puedo soltarla.
La ambulancia se detiene frente al hospital con un chirrido de neumáticos, y las puertas traseras se abren de golpe. Los paramédicos sacan la camilla rápidamente, y yo los sigo, mis piernas temblando mientras corro detrás de ellos, con Damon a mi lado. El hospital es un caos de luces fluorescentes y sonidos: el pitido de las máquinas, el eco de pasos apresurados, el olor a antiséptico que me quema la nariz. Llevan a Heather a una sala de emergencias, y una enfermera nos detiene en la puerta, su voz firme mientras nos dice que esperemos afuera. Me quedo ahí, con las manos apoyadas contra la pared, mi respiración entrecortada y mi cuerpo temblando de puro terror.