Presencia Maligna

Dime una cosa, Irina, ¿tú sabes la historia de esa casa?

Yo no, pero conozco a una señora que sabe toda la historia, es una anciana que vive en una choza un poco alejada de aquí.

¿Y crees que esa señora nos quiera contar la verdad?

Pues yo creo que sí, era amiga de mi abuela que en paz descanse.

Mañana es sábado, tenemos el día libre, ¿te parece si nos vemos a la una de la tarde?, dijo Irina, estaba nerviosa.

Me parece bien, pero mejor yo paso por ti a tu posada.

De acuerdo, y ahora, déjame terminar con mis pacientes ya solo me faltan dos.

¿Te espero a la salida?

Bueno.

Irina se fue por el pasillo porque le quedaban dos pacientes por aplicarles el suero.

A las 6 de la tarde llegó su relevo.

Hola, Angélica, qué bueno que llegaste; este paciente ya está con el suero más tarde le toca su medicamento. Aquí está todo escrito en la bitácora.

Y así, Irina la fue poniendo al tanto de cada uno de los pacientes.

Nos vemos el lunes, adiós.

Cuídate, le dijo por respuesta a la otra chica.

Mateo ya estaba esperando a Irina afuera del hospital.

Órale, yo no sabía que tenías coche.

Bueno, en realidad no es mío, solo se lo pedí prestado a un amigo.

¿Para impresionarme?, Irina sonrió divertida.

Claro que no, no te hagas ilusiones, dijo Mateo, sonriendo también.

Mateo la llevó a una cafetería. Pidieron un capuchino y dos volcanes.

Mañana no se olvide, solo que la casa está un poco retirada.

Está bien, mi amigo regresa el lunes, tendré el coche dos días.

¡Oh! ¡Qué bien!, dijo Irina.

Siguieron disfrutando del café y de... su compañía.

¿Sabes?, no sabía hasta qué punto me agrada tu compañía.

Ella se sonrojó ante sus palabras.

No digas eso, dijo ella. Sé que amas en silencio a Shanan.

Bueno, tal vez sea solo una ilusión. Me he dado cuenta de que el tiempo que paso contigo lo disfruto mucho.

Mateo, vayamos despacio, primero tenemos que ayudar a Shanan. Tal vez se encuentre en problemas.

De acuerdo, pero en cuanto sepamos de ella, tú y yo hablaremos.

Más tarde, Mateo la fue a dejar a su casa.

Mañana paso por ti para ir con la anciana.

En cuanto se fue Mateo.

"¿Acaso me estaré enamorando de él?", pensó.

.

.

Al día siguiente, muy puntual, Mateo se presentó en casa de Irina.

¿Lista?

Sí, Irina tomó su bolso y salió, cerrando la puerta tras de sí.

Ella lo condujo por una serie de calles a lo largo de la ciudad.

Dos horas después, llegaron a su destino.

Una viejita estaba sentada en el porche de la pequeña choza. Tenía en sus manos una revista que leía tranquilamente.

Su aspecto parecía como sacada de una revista antigua.

Su cabello blanco le llegaba hasta la cintura, lo tenía en una trenza.

Sus ojos cansados de tanto vivir y sus manos le temblaban ligeramente.

Ella vivía con una nieta que había adoptado cuando sus padres murieron en un accidente.

Levantó la vista al oír el ruido del coche.

Buenas tardes, señora, ¿se acuerda de mí? Soy Irina mi abuela era muy amiga suya.

Sé perfectamente bien que quién eres, ¿a qué debo el honor de su visita?

Mi amigo y yo queremos que nos cuente la historia de la casona de las afueras del pueblo, ¿sería tan amable de contárnosla?

Ellas los miró como preguntándose por qué tanta curiosidad.

¿Qué tienen que ver ustedes con esa casona?

Nada, solo queremos saber todo su misterio.

Tal vez lo que escuchen no les va a gustar nada, dijo la viejita con la inquietud reflejada en sus ojos.

Por favor, explíquenos todo tenemos tiempo de sobra.

¿Y por qué quieren saber de esa casa?, yo necesito saberlo.

Mi amiga está viviendo allí, está cuidando a un niño paralítico o en coma, no lo sé.

¿Qué dicen?, pero si ahí no hay ningún niño, dijo la señora con el temor reflejado en su rostro.

Una señora que vive ahí le habló a mi amiga para que lo fuera a cuidar y en este momento ella se encuentra viviendo ahí ya lleva dos meses.

Entonces, déjenme decirles que tal vez ella esté muerta, perdón, pero es la verdad.

¿Cómo puede decir eso?, ¿por qué lo dice?

Esa casa está maldita, les voy a contar toda la historia y entonces comprenderán por qué les dije, lo que les dije.

Eso estamos esperando.

¿Gustan tomar algo, café, refresco, agua?

No, estamos bien, gracias.

Está bien, les diré que todo sucedió hace muchos años, casi tantos como los que yo tengo.

*Flashback*

La señora que vivía en esa casa era muy dura maltrataba mucho a sus hijos. Su esposo era un mujeriego que paraba muy poco por la casa; ocupado como estaba con sus mujeres.

Irina y Mateo iban recreando en su mente lo que la anciana les decía:

_Silvia, ya llegué, dame de comer.

¿Qué?, ¿acaso te has vuelto loco? ¿Yo te tengo en la calle o qué?

La cachetada sonó muy fuerte, a mí no me hables así vieja maldita.

El hombre le puso una santa golpiza que la dejó tirada en el piso.

Mugre vieja, ni siquiera para darme de comer sirves. Mejor me voy a la calle donde sí me atiendan.

El hombre se caía de borracho.

Silvia se levantó cómo pudo y fue atender a sus hijos que lloraban al ver que su padre golpeaba a su madre.

Y ustedes, cállense, dejen de llorar me vuelven loca.

Los tres niños se callaron al instante al ver a su mamá toda enojada.

Así me gusta y pobre el que empiece a llorar ya me tienen cansada.

Los tres niños de seis, cinco y cuatro años, respectivamente, miraban a su madre, asustados, nunca habían recibido una caricia de ella.

Puros maltratos y golpes.

Silvia se curó sus heridas como pudo, no quería ir al hospital porque no quería que le hicieran preguntas. Le tenía mucho miedo a su esposo.

El hombre tenía una amante en turno. A veces la llevaba a la casa sin importarle que su esposa sufriera.

Se encerraba en el cuarto con ella y a su esposa la obligaba a dormir con los niños.

Ella sin contestar nada, obedecía, so pena de recibir otra golpiza de las que acostumbraba darle su esposo.

Días más tarde, Silvia estaba haciendo la comida, de pronto llegó el esposo, borracho como de costumbre.

¡Tengo hambre!, le dijo.

Ella, sumisa, le contestó:

Sí, puedes sentarte.

Ella le sirvió la comida a su esposo y a sus tres hijos.

Todos comieron en santa paz.