Promesas De Amor

El silencio que siguió a las palabras de Clara fue tan pesado que casi pude sentirlo apoderándose de la habitación. El alcalde, siempre tan seguro de sí mismo, parecía haberse quedado sin palabras por un momento. Sin embargo, cuando habló, su tono era firme, aunque algo tenso.

- Clara, no hables de esa manera de Margareth .- , dijo, con una seriedad que sorprendió incluso a mí. - Es una buena muchacha, y no le ha hecho daño a nadie. No mereces hablar de ella así .

Pero Clara no se dejó amedrentar. Su mirada desafiante se clavó en él, y su voz salió cortante, como una daga afilada.

- No la defiendas.- dijo, su tono cargado de desdén.- recuerda muy bien quién fue el que abandonó a la madre de Margareth por ser pobre, estando embarazada. El que la dejó en la miseria fue él, el alcalde. Y lo peor de todo es que aunque te duela, tu bastarda terminará mucho peor que la madre, porque la desgracia es lo que corre por sus venas .

Esas palabras cayeron como una losa sobre la mesa. Yo estaba en shock, incapaz de decir nada, observando la escena desde el rincón de la sala. El alcalde, por un momento, pareció desmoronarse, pero rápidamente recobró su compostura.

- Lo que hice en el pasado fue justificado.- respondió, su tono ahora con algo de rabia. .- Y lo sabes bien. No me arrepiento de nada.

Clara lo miró con una expresión fría, casi con lástima.- También es justo lo que pienso.- replicó, como si todo fuera parte de un juego sin importancia. - Si tú dejaste a Margareth antes de que naciera, es porque sabías que sería una desgraciada. Sabías que era inútil. Y tienes razón en lo que dices. Pero, ¿sabes qué? Mejor ya no sigamos hablando de ella. Me aburre. Es una pérdida de tiempo .

Las palabras de Clara flotaron en el aire, pero para mí sonaron como un clavo enterrado en lo más profundo de la habitación. Aquella conversación, llena de veneno y reproches, no hacía más que aclarar algo que yo ya había intuido en mi interior. En la mente de Clara, Margareth era solo un símbolo de todo lo que ella despreciaba, algo que debía ser descartado, ignorado, incluso pisoteado. Pero, lo que me desconcertaba, lo que me dolía, era ver cómo el alcalde aceptaba esos comentarios, como si no tuviera poder para defender lo que era suyo, lo que había formado con sus propias decisiones.

Me sentí fuera de lugar, como si todo esto estuviera ocurriendo en un mundo paralelo al mío, donde la verdad y la bondad no existían. Todo se había vuelto un juego sucio, y no sabía si aún había esperanza para Margareth.

Mientras observaba a Clara y al alcalde discutir, me pregunté cuán profundo era el abismo en el que vivían estas personas. Y si Margareth podría, alguna vez, encontrar una manera de escapar de su sombra.

Era un día cálido y soleado, el tipo de día en que los jardines florecen con una vida vibrante, como si el mundo entero quisiera desprenderse de las cargas del pasado. Estaba junto al alcalde, caminando por su jardín, observando los elegantes geranios blancos que había plantado, cuando de repente él señaló con la mirada a Margareth. Ella estaba en la distancia, caminando con su canasta de mermeladas, la misma serenidad de siempre en su rostro.

Margareth.- dijo el alcalde, su voz suave pero cargada de algo que no pude identificar de inmediato.- Es idéntica a su madre. Tan despreocupada, tranquila, inocente... Como si nada pudiera tocarla .

Me giré hacia él, curioso. No pude evitar preguntarle lo que había estado rondando en mi mente desde el principio.- ¿Por qué la dejó? .

El alcalde hizo una pausa, como si se estuviera preparando para decir algo que había guardado durante muchos años. Su expresión cambió ligeramente, y una sombra cruzó su rostro.

- Era joven.- , comenzó, casi con una leve risa amarga. - Y la madre de Sophia era... una muchacha tan inocente, tan pura, una presa perfecta. Yo quería divertirme un poco antes de casarme, ya sabes. Y fue muy divertido... ver cómo ella se entregó a mí, tan enferma de amor, tan dispuesta. Pero cuando se terminó embarazada, tuve que dejarla. No estaba listo para eso.

Mis ojos se entrecerraron al escuchar esas palabras, pero él continuó, sin darse cuenta del dolor que causaba en mí.

- Al final, me casé con la madre de Clara, la mujer que siempre quise, alguien que era... mejor para mí. La madre de Margareth se casó con un joven que aceptó a la niña, aun cuando estaba embarazada. Y todo fue un secreto. Esos primeros años, la madre de Margareth insistió en que me conociera, en que le diera algo de cariño. Pero nunca me importó, Arthur. Nunca me importó.

Una mueca de amargura se formó en su rostro. Yo escuchaba atentamente, sintiendo un nudo en el estómago, pero no podía evitar sentir que las palabras del alcalde eran una especie de confesión, un modo de justificar sus decisiones.

- Cuando la madre de Margareth murió - continuó, su voz más grave.- su esposo vino a verme, pidiéndome que ayudara a su hija. Lo único que hice fue pagar el velorio, Arthur. No hice nada más. Y cuando el padre murió... No sentí nada. Nada.

Me quedé en silencio, mirando al alcalde, procesando cada palabra. Y entonces, él se volvió hacia mí, mirando con una cierta tristeza contenida.

- No me arrepiento de nada-, dijo, con una firmeza que me sorprendió. - Cada vez que veo a Margareth, me recuerda a su madre. Y me da pena. Siento pena por ella, porque sé cuál será su destino... un destino inevitable. Cuando la veo llorar por su madre en el panteón, se me quiebra el corazón, te lo juro. Pero luego... recuerdo que solo tengo una hija, y esa es Clara. Margareth... es solo una simple pobre muchacha.

Esas últimas palabras resonaron en mi mente, hirientes en su frialdad. El alcalde no parecía ver en Margareth nada más que un recuerdo de su error, una sombra de lo que fue. Sin embargo, para mí, algo dentro de esas palabras se rompió. No pude evitar sentir que algo profundo y oscuro se ocultaba en la indiferencia del alcalde, algo que lo hacía más culpable de lo que creía.

Al mirarlo allí, parado en su jardín rodeado de lujo y flores, con su hija Clara en mente, me pregunté si alguna vez podría entender la complejidad de las decisiones humanas. Pero lo que más me perturbaba era la simple verdad que se deslizaba en las sombras: para el alcalde, Margareth nunca sería nada más que un recordatorio incómodo de un amor perdido y un destino irremediable. Y a pesar de todo, no sentía la menor culpa.