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El Jardín De Las Máquinas Rojas

El Jardín De Las Máquinas Rojas

Status: Terminada
Genre:Terror / Completas / Época
Popularitas:287
Nilai: 5
nombre de autor: xNas

Víctor, un escritor fracasado, sigue un mapa hacia una ciudad imposible. En su camino, enfrenta espejos rotos, bibliotecas de hueso y circos delirantes, descubriendo que su peor enemigo es él mismo. Un viaje oscuro entre la locura, la creación y el vacío.

NovelToon tiene autorización de xNas para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo II: La carta sin Dirección

El frío de la celda se había infiltrado en los huesos de Víctor. Las paredes sudaban un líquido aceitoso que olía a tinta vieja y lágrimas secas. A través del muro de concreto, la voz de Lilith llegaba como un susurro de radio mal sintonizado:

—Las metáforas son parásitos —decía—. Se alimentan de tu carne hasta que no queda nada real.

Víctor observó su mano izquierda a la luz mortecina de la bombilla colgante. Los dedos se estaban volviendo translúcidos, como papel de arroz. Podía ver las venas azules bajo la piel fantasma.

—¿Cómo salimos de aquí? —preguntó, golpeando el muro con el puño semisólido.

—Usando lo único que no pueden robarse —respondió Lilith—. El silencio entre las palabras.

Antes de que pudiera pedir explicaciones, los cerrojos de la puerta crujieron. El Dr. K. entró con una linterna que proyectaba sombras danzantes en forma de letras góticas.

—Hora de la terapia —anunció, mostrando una jeringa llena de un líquido negro y espeso—. Esto le ayudará a digestionar su existencia.

Víctor retrocedió hasta chocar con el muro. Los enfermeros de arcilla lo inmovilizaron mientras el médico le inyectaba el líquido en la yugular. El mundo estalló en un caleidoscopio de imágenes:

Una máquina de escribir en un ático polvoriento.

Ratas recitando sonetos.

Un mapa latiendo como un corazón extraviado.

Cuando recuperó la conciencia, estaba tendido en el pasillo principal del manicomio. Las paredes respiraban, expandiéndose y contrayéndose como pulmones enfermos. Lilith lo esperaba agazapada tras una puerta entreabierta, su vestido negro fundiéndose con las sombras.

—Sigue las arañas —ordenó, señalando una hilera de arácnidos que tejían palabras en sus telas: Libertad, Locura, Muerte.

Corrieron por pasadizos que se retorcían como intestinos, evitando a los pacientes-zombies que arrastraban libros encadenados a sus tobillos. Uno de ellos, un hombre con la piel cubierta de versos tatuados, les gritó:

—¡No escapéis! ¡El autor siempre gana!

Llegaron a un conducto de ventilación oxidado. Mientras se arrastraban por su interior, Víctor sintió que su cuerpo alternaba entre sólido y etéreo. Las paredes del túnel estaban cubiertas de grafitis escritos con excrementos: ¿Quién vigila a los vigilantes de la realidad?

La salida los depositó frente al Edificio XI. De noche, la estructura parecía aún más monstruosa: las ventanas tapiadas con periódicos brillaban como ojos cegados, y la puerta principal era una boca abierta con dientes de hierro retorcido.

—Aquí empezó todo —murmuró Lilith, tocando el mapa que aún latía en el bolsillo de Víctor—. La máquina de escribir es el corazón de esta pesadilla.

Al entrar, el aire era denso con el olor a óxido y pólvora. Las escaleras chirriaron al ascender, cada peldaño pronunciando una palabra en latín: Desperatio, Dolor, Damnatio. En el ático, la Underwood 1930 los esperaba sobre una mesa podrida.

—Escribamos una salida —propuso Lilith, colocando una hoja de papel amarillento—. Pero cuidado: cada palabra tendrá un precio.

Víctor tecleó:

¿DÓNDE ESTÁ LA SALIDA?

Los martillos cobraron vida, golpeando el papel con violencia:

LA ÚNICA SALIDA ES HACIA ABAJO

Las paredes comenzaron a sangrar ratas parlantes. Estas eran mayores que las anteriores, con ojos de vidrio y colmillos que brillaban como cuchillas. Una de ellas, con pelaje blanco y una cicatriz en forma de verso, habló con voz de niña:

—El escritor es un dios ebrio —recitó—. Crea mundos que no puede habitar.

Lilith arrojó un frasco de tinta a las criaturas. Al romperse, el líquido se convirtió en un enjambre de avispas de papel que atacaron a las ratas.

—¡Escribe algo verdadero! —gritó mientras luchaba contra una rata que intentaba morderle el tobillo—. ¡Algo que no pueda ser corrompido!

Víctor golpeó las teclas con furia:

MI NOMBRE ES VÍCTOR H. Y QUIERO VIVIR

La máquina se sacudió, escupiendo una llave hecha de letras fundidas. Pero al tomarla, Víctor gritó: la llave quemaba como hielo seco, y en su mente apareció una memoria borrosa...

Tiene 16 años. Está en un parque bajo la lluvia. Una chica de cabello rojo lo besa por primera vez. Su nombre es Clara. Ahora la llave le exige ese recuerdo.

—¡No lo hagas! —advirtió Lilith, sangrando de un corte en la mejilla—. Los recuerdos son los cimientos del alma.

Pero Víctor ya había decidido. Apretó la llave hasta que el dolor lo hizo llorar. La memoria de Clara se desvaneció como humo, y la llave se solidificó en hierro puro.

—¿Valió la pena? —preguntó Lilith, con una mezcla de lástima y admiración.

—No lo sé —respondió él, notando que su mano transparente había recuperado opacidad—. Pero ahora puedo abrir esa puerta.

Señaló hacia un rincón del ático donde una puerta de roble antiguo había aparecido. El ojo de la cerradura brillaba con luz ambarina.

Al girar la llave, la puerta se abrió a un callejón cubierto de niebla espesa. Pero antes de cruzar, Lilith lo detuvo:

—Espera.

Le colocó en la palma una moneda de plata con el rostro de un rey desconocido.

—Para el barquero —explicó—. Sin ella, te dejará en mitad del río.

—¿Qué río? —preguntó Víctor, pero ya era tarde.

El callejón los engulló, y cuando la niebla se disipó, estaban en un muelle desolado. Ante ellos se extendía un río de tinta negra y espesa, donde cuerpos semihundidos intentaban gritar con bocas llenas de páginas mojadas.

Un barca de madera carcomida se acercó. El barquero no tenía rostro: donde deberían estar sus ojos, orejas y boca, solo había vacío. Extendió una mano huesuda.

—El precio —dijo con voz de viento a través de huesos.

Víctor entregó la moneda. El barquero la mordió, comprobando su autenticidad, y les hizo señas de subir.

Durante la travesía, Lilith susurró:

—Los ahogados son poetas que vendieron sus voces por un verso perfecto.

Uno de los cadáveres, una mujer con cabello de algas y ojos de botón, se aferró al borde de la barca.

—¿Tienes fuego? —preguntó, mostrando un libro abierto donde todas las páginas estaban en blanco—.Quemé mis palabras para mantenerme caliente.

Víctor intentó apartar la mirada, pero el barquero intervino. Con un remo oxidado, golpeó los dedos de la mujer hasta que se hundió de nuevo.

—No mires —advirtió Lilith—. La desesperación es contagiosa.

Al llegar a la otra orilla, el barquero señaló hacia una ciudad de torres inclinadas donde las ventanas brillaban como dientes afilados.

—Allí encontrarás lo que buscas —dijo, aunque su falta de rostro hacía imposible saber si era una amenaza o una promesa.

Mientras caminaban hacia la ciudad, Víctor notó que la moneda había reaparecido en su bolsillo. Lilith sonrió, amarga:

—El precio siempre se paga dos veces. Es la primera ley del infierno.

Antes de que pudiera preguntar más, el suelo tembló. Los edificios comenzaron a retorcerse, las ventanas convirtiéndose en ojos, las puertas en fauces. Desde el centro de la ciudad, una voz atronadora rugió:

— VÍCTOR H. HAS ROBADO LO QUE NO TE PERTENECE.

Era la máquina de escribir. Había crecido hasta el tamaño de una catedral, sus teclas eran lápidas y su carro un féretro abierto.

Lilith lo tomó del brazo, urgente:

—Corre. Hacia los espejos.

Pero Víctor ya sabía la verdad: no había escapatoria. Solo historias dentro de historias, prisiones dentro de prisiones.

Y sin embargo, corrió. Porque incluso en el infierno, el instinto de supervivencia huele a esperanza.

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Ohara Shinosuke
🤩🤩 No puedo creer lo buena que es tu idea, sigue escribiendo así de bien.
Ms S.
nuevo capi cuando?¿
Naruto Uzumaki
Tu historia es como una droga para mí, no puedo esperar para leer más. (💉)
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