nix es la reina del reino más prospero y con los brujos más poderosos pero es engañada por su madrastra y su propio esposo que le robaron el trono ahora busca venganza de quienes la hicieron caer en el infierno y luchará por conseguir lo que es suyo
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capitulo 8 el fuego de la sombra
El fuego crepitaba en la oscuridad de la noche. El pequeño campamento improvisado apenas iluminaba los rostros tensos de Nix y sus compañeros. La daga primordial colgaba del cinturón de la reina, pero su presencia parecía impregnar el aire con un peso sofocante. Ivar intentaba no mirar el arma, y Drystan permanecía a un lado, apoyado contra un árbol con los brazos cruzados y la mirada perdida en el horizonte.
Nix afilaba su espada con movimientos calculados, el sonido metálico de la piedra contra la hoja rompiendo el silencio.
–Estás más callado de lo normal –dijo Nix sin levantar la mirada.
Drystan giró la cabeza hacia ella, una ceja arqueada.
–¿Te preocupa que el silencio me haga peligroso?
–No –respondió ella con frialdad–. Solo quiero saber qué trama tu mente. No suelo confiar en los hombres que se guardan demasiadas palabras.
Drystan sonrió de lado, un brillo burlón en sus ojos grises.
–Te sorprendería saber cuánto pueden decir las acciones en lugar de las palabras, reina. Pero si quieres una verdad: estoy pensando en si sobreviviremos a lo que estás desatando.
Nix lo miró de reojo, sus manos deteniéndose un instante.
–¿Tienes miedo? –preguntó.
–¿De ti? –respondió Drystan, y por un momento, su tono se volvió más serio–. No. Pero de esa cosa –señaló la daga primordial–, sí. Los Primordiales no juegan a tu favor, Nix. Te prestan poder, pero a su tiempo siempre cobran su deuda.
Nix apretó la mandíbula. Drystan no mentía, lo sabía. Desde que había tomado la daga, podía sentir las voces en lo profundo de su mente. Susurros, tentaciones, promesas de poder absoluto… y advertencias apenas perceptibles sobre el precio.
–¿Y qué quieres que haga? –espetó Nix finalmente, levantándose de golpe y acercándose a él–. ¿Que deje mi misión? ¿Que me esconda en una cueva y llore mi desgracia? No. No puedo darme ese lujo. Yo voy a recuperar mi trono. Voy a hacer que Elara y Kael paguen por lo que me hicieron.
Drystan no retrocedió, aunque la furia de Nix era palpable.
–¿Y si te pierdes a ti misma en el camino? –preguntó en voz baja.
Nix lo miró fijamente, sintiendo cómo su rabia luchaba contra una sombra de duda. Luego, simplemente se dio la vuelta y caminó hacia el fuego.
–Si pierdo mi alma, al menos habré cobrado mi venganza –murmuró.
La noche avanzó lentamente. Ivar dormía cerca del fuego, pero Nix no encontraba descanso. Cada vez que cerraba los ojos, veía rostros de aquellos que había perdido. Su padre, sus guerreros… y la mirada de Kael al traicionarla. La daga junto a ella parecía pulsar débilmente, como si se alimentara de su sufrimiento.
–¿No duermes? –la voz de Drystan la sacó de sus pensamientos.
Nix giró la cabeza y lo encontró acercándose al fuego. Se sentó frente a ella, su mirada más seria que nunca.
–No puedo –admitió ella con un suspiro.
–La daga no te dejará –dijo él, señalando la hoja envuelta en sombras–. Alimenta tu ira, Nix. Es lo que quiere.
Nix lo miró con dureza.
–¿Por qué te importa tanto? No nos soportamos desde que te conocí.
Drystan la observó en silencio durante un largo instante antes de responder.
–Porque sé lo que es que algo se apodere de ti. Que te consuma desde adentro. –Su voz era baja, y sus palabras parecían pesar sobre él–. Si caes, no habrá vuelta atrás. Lo que sea que estés buscando, terminará devorándote.
Nix frunció el ceño.
–¿Qué eres tú realmente, Drystan? –preguntó con recelo–. A veces hablas como si supieras más de lo que admites.
Drystan sonrió ligeramente, aunque sin rastro de burla.
–Un bastardo con demasiados secretos –respondió. Luego su mirada se oscureció–. Pero eso no importa ahora. Lo que importa es que llegues viva a tu venganza.
Por primera vez desde que lo conoció, Nix sintió que había algo genuino en sus palabras. No dijo nada más, pero no apartó la mirada de él hasta que se levantó y regresó a las sombras.
A la mañana siguiente, desmontaron el campamento y continuaron su viaje hacia las Tierras de Brina, el primer reino al que Nix planeaba acudir para buscar aliados. La tierra se volvía cada vez más árida, y el sol castigaba con fuerza.
Mientras cabalgaban, Ivar intentaba llenar el silencio con sus nerviosos comentarios.
–Dicen que el rey de Brina es un hombre justo… Pero también uno que desconfía de las sombras. Si se entera de la daga, dudo que nos reciba.
–Entonces no se enterará –respondió Nix cortante.
Drystan cabalgaba a su lado, observándola de reojo. Era claro que quería replicar, pero esta vez guardó silencio.
Sin embargo, al llegar a un valle rocoso, sus caballos comenzaron a inquietarse. El aire se sentía denso, cargado de una presencia extraña.
–Algo no está bien –susurró Ivar, su mano temblorosa acercándose a la empuñadura de su espada.
Un rugido ensordecedor sacudió el valle. Desde las sombras de las rocas, criaturas monstruosas emergieron: piel oscura como el carbón, ojos rojos y dientes afilados. Eran cazadores primordiales, sirvientes de las antiguas entidades.
–¡Nos encontraron! –gritó Drystan, desenvainando su espada.
Nix sacó su arma, la daga incluida, y sintió cómo las voces de los Primordiales en su mente se elevaban con júbilo. La daga vibró en su mano, y cuando la alzó, un fuego negro surgió de su filo.
Las criaturas cargaron hacia ellos, y Nix gritó al tiempo que se lanzaba a la batalla.
La primera criatura se abalanzó sobre ella, pero la daga atravesó su pecho como si fuera aire. Un chillido agudo resonó, y la bestia estalló en cenizas. Sin embargo, con cada golpe, Nix sentía que algo de ella misma era absorbido por el arma.
–¡No la uses demasiado! –gritó Drystan mientras combatía.
–¡No me digas qué hacer! –respondió Nix, girando con furia para cortar a otra bestia.
Uno a uno, los cazadores primordiales cayeron, pero al final de la batalla, Nix se desplomó de rodillas, respirando agitadamente. Su piel estaba fría, y la daga aún vibraba en su mano.
Drystan corrió hacia ella, agarrándola del brazo.
–¡Basta! Te advertí que esto te consumiría. Mírate.
Nix lo empujó débilmente, apartando la mirada.
–¿Y qué? –dijo con voz ronca–. Sobrevivimos, ¿no?
Drystan la miró con frustración, pero también con algo que parecía miedo. Sabía que el poder de la daga era innegable… pero también sabía que podría ser su perdición.
–Esta batalla la ganaste, Nix –dijo finalmente, en voz baja–. Pero la verdadera guerra es contra ti misma.
Nix no respondió. Se levantó con esfuerzo, y con la daga aún goteando sombras, miró hacia el horizonte.
El camino hacia la venganza apenas comenzaba… y el precio, sabía, solo seguiría aumentando.
reina y tiene algo q ofrece y te invita a seguir leyendo.me gusta buen libro gracias