Leonor una joven de corazón puro que luego de que en su primera vida le tocará experimentar las peores atrocidades, vuelve en el tiempo y jura vengarse de todos aquellos que algunas vez destruyeron su vida por completo.
Nueva historia chicas, subiré capítulo intercalando con las otras dos. Sean pacientes, la tengo que subir por qué sino se me va la idea😜😜🤪
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capítulo 21
Días después del compromiso en Atenea, ambos príncipes ya estaban listos para partir a Zenda. Los emperadores irían juntos en un carruaje, y ellos en otro, pues no soportaban ver a sus padres competir continuamente sobre quién tenía el mejor imperio.
Algunos nobles, aún desconfiados de esta unión, ofrecieron reforzar la escolta con más guardias y soldados, pero Maximus, viendo que tanto Mauricio como los emperadores de Zenda habían respetado un mínimo, decidió hacer lo mismo.
En el camino, Leonor leía en silencio un libro, completamente absorta, mientras Mauricio, fastidiado por la indiferencia de la princesa, le arrebató el libro de las manos.
–¿Qué lees? –preguntó.
Leonor frunció el ceño, recuperó el libro con rapidez y respondió:
–Sobre la historia, cultura y tradiciones de tu imperio.
Mauricio la miró curioso.
–¿Por qué el interés ahora?
–Porque no pienso llegar a un imperio desconocido ignorando si mis modales pueden ser una falta de respeto. Además, también para evitar cometer errores, como tú cuando pactaste con nuestra diosa sin saber en lo que te metías...
–¡Eso fue porque me engañaste! ¿Quieres pelear otra vez?
–Qué poco sentido del humor tienes...
Mauricio bufó y guardó silencio. Pasaron algunos minutos antes de que Leonor hablara de nuevo:
–Tengo una duda. Aquí dice que el emperador Ariel tuvo seis hijos...
–Así es –confirmó Mauricio.
–Pero tú dijiste que tu madre solo tuvo cinco...
Mauricio suspiró.
–Mi hermano mayor era hijo de mi padre y una pirata. Cuando mi padre era joven, recorrió los mares y conoció a su madre. Lamentablemente, murió al dar a luz. Mi abuelo permitió que el niño creciera en palacio, reconocido como príncipe, pero siempre bajo la condición de que, si mi madre tenía un hijo varón, él quedaría relegado. Cuando nací, él ya tenía tres años… y, de a poco, todos lo olvidaron. Creció lleno de rencor. Mi padre intentó alejarlo cuando empezaba a abusar de mí; me golpeaba cuando nadie miraba… No lo culpo. Era solo un niño, y todos lo ignoraron.
Leonor lo miró en silencio.
–¿Murió?
–Días después de una pelea… encontraron su cuerpo en el río. El agua había hinchado tanto su cuerpo que apenas se reconocía, pero llevaba las ropas reales y la espada que mi padre nos había dado a ambos.
Leonor bajó la mirada.
–Lo lamento. No quería herirte con mis preguntas. Solo… quería saber más de tu familia. Tú sabes todo de la mía.
Mauricio no respondió enseguida. Finalmente, murmuró:
–Era mi hermano. Nunca quise que todo terminara así... pero, a veces, uno no tiene elección.
–Yo tampoco tendré elección –afirmó Leonor con frialdad–. Mi hermano me odia y quiere verme muerta. Si llega el momento, no me temblará la mano.
–Lo tuyo es distinto –refutó Mauricio–. Ustedes nunca fueron realmente una familia. Mis hermanos y yo sí lo somos. Solo te pido paciencia con ellos. Tal vez intenten intimidarte.
–Que ni lo intenten –advirtió Leonor con una sonrisa helada.
De pronto, el carruaje empezó a moverse más rápido. Mauricio frunció el ceño.
–Este no es el camino a Zenda...
Leonor, calmada, dijo:
–Ya lo sospechaba. Hay quienes tienen poco amor por su vida.
Mauricio buscó su espada, pero la había guardado en el baúl.
–¿Tú espada?
–La guardé. ¿Para qué iba a traerla? ¡Iba a un compromiso, no a una guerra!
Leonor suspiró. Con un movimiento de su mano creó una espada de maná y se la entregó.
–Toma esta. Iré a la izquierda. Tú, a la derecha. No seas arrogante: si te hieren, yo también lo sentiré.
Mauricio la tomó, sorprendido por su habilidad mágica.
–Por un momento creí que te preocupabas por mí.
–Deja de decir tonterías y prepárate. Pelea con todo.
Cuando el carruaje se detuvo, un mercenario abrió la puerta. Al verlo vacío, volteó para dar la señal a sus compañeros, pero una daga se posó en su cuello. Leonor y Mauricio habían salido por la parte trasera.
–¿Quién los contrató? –preguntó Leonor fríamente.
El mercenario sonrió con desprecio.
–Veo que era verdad. La "gatita" tiene garras...
–Hice una pregunta –repitió ella, apretando más la daga.
–¡Por tu culpa mi hermano está muerto!
Leonor miró a su alrededor. Susurró:
–No son tantos. Podemos con ellos.
Mauricio la miró incrédulo: había más de cien hombres rodeándolos.
–Admiro tu optimismo... ¿Quién es este tipo?
–¿Y yo cómo voy a saberlo? –respondió Leonor, exasperada.
Mauricio puso los ojos en blanco. Se dirigió a los mercenarios:
–Podemos darles todo lo que quieran. No es necesario derramar sangre.
–¡Yo quiero a mi hermano de regreso! –gruñó el líder.
Leonor bufó.
–Entonces no hay nada más que hablar.
Sin más, cortó la garganta del mercenario que usaba de escudo y, creando dos espadas de maná, se lanzó al ataque.
–No sé quién era tu hermano –dijo con una sonrisa gélida–, pero pronto te reunirás con él.
–¡Maten a la perra albina!
La batalla comenzó. Mauricio, aunque curtido en combate, sabía que pelear contra tantos era casi un suicidio. Solo esperaba que, junto a esa loca peligrosa que era su prometida, lograran salir vivos de allí.
maravillosa