En un mundo donde las brujas fueron las guardianas de la magia, la codicia humana y la ambición demoníaca quebraron el equilibrio ancestral. Veydrath yace bajo ruinas disfrazadas de imperios, y el legado de la Suprema Aetherion se desvanece con el paso de los siglos. De ese silencio surge Synera, el Oráculo, una creación condenada a vagar entre la obediencia y el vacío, arrastrando en su interior un eco de la voluntad de su creadora. Sin alma y sin destino propio, despierta en un mundo que ya no la recuerda, atada a una promesa imposible: encontrar al Caos. Ese Caos tiene un nombre: Kenja, un joven envuelto en misterio, inocente e impredecible, llamado a ser salvación o condena. Juntos deberán enfrentar demonios, imperios corrompidos y verdades olvidadas, mientras descubren que el poder más temible no es la magia ni la guerra, sino lo que late en sus propios corazones.
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CAPÍTULO VIII: En el Corazón del Nexus
— Kenja —
El silencio del vacío me rodea, pesado y expectante. El encuentro con el Guardián aún palpita en mi mente; su mirada, sus ojos que lo ven todo, y la sensación de estar atrapado entre lo imposible y lo real me mantienen alerta.
Cada latido de mi corazón resuena en el abismo, recordándome que estoy en un lugar que no pertenece a este mundo. Todo a mi alrededor parece esperar, como si el Nexus mismo contuviera la respiración.
Rompo el silencio que pesa como un abismo, con palabras que temblaban antes de nacer.
—D-disculpe, Guardián… —murmuro, intentando controlar la voz que se quiebra, pero él me detiene antes de que pueda continuar.
—Vaelthar —resuena su voz, profunda y titánica, llenando cada rincón del vacío—. Ese es mi nombre, pequeño ser.
—Vaelthar… —repito, con un hilo de asombro y reverencia en mi tono—. Entiendo… pero, ¿por qué estoy aquí? ¿Por qué me has traído a este lugar?
La boca gruñe con fastidio, interrumpiéndonos en el momento más inoportuno.
—¡Ten más respeto! ¡Es LORD VAELTHAR para ti, insignificante criatura! —vocifera, sus palabras chispeando con irritación.
Vaelthar frunce el ceño, y con un gesto colosal coloca una de sus manos sobre aquella boca parlante. Su voz se corta como una cuchilla:
—Si vuelves a interrumpir, quemaré tu lengua hasta que no quede más que ceniza.
El silencio cae de inmediato, pesado y absoluto. No puedo evitar soltar una sonrisa satisfecha al ver cómo la boca es reprendida, aunque pronto la seriedad regresa, aplastando cualquier atisbo de diversión. Mis dudas aún arden en mi mente, clamando por respuestas.
Vaelthar continúa, su presencia inmutable, cada palabra cargada con el peso de siglos y el eco de lo imposible.
—¿El Nexus… me ha llamado? —digo, con la voz entrecortada, sintiendo cómo cada palabra se pierde en el vacío que nos rodea—. Pero… ¿por qué yo? ¿Qué puede querer de alguien como yo?
Vaelthar me observa, y cuando habla, su voz retumba con la fuerza de una entidad que ha existido desde el principio de todo.
—Verás… —comienza, cada palabra como un trueno contenido—. Este es el Nexus. El punto donde la eterna batalla entre el Orden y el Caos se entrelaza, donde ambos se sostienen en equilibrio… Aquí, en el Corazón del Nexus.
Las palabras golpean mi mente, llenándola de imágenes y sensaciones que no comprendo del todo.
—¿Eso significa que usted… es ambas cosas? ¿El Orden y el Caos? —pregunto, con un hilo de voz, incapaz de ocultar mi asombro.
Vaelthar asiente lentamente, como si cada movimiento cargara siglos de existencia.
—Soy más que eso —responde, con un eco que parece vibrar dentro de mis huesos—. Soy el Corazón del Nexus, el punto donde se ancla el destino de todas las cosas. Mi deber es atraer ambas fuerzas primordiales, contenerlas, gobernarlas, y crear un equilibrio estable entre ellas. Fui concebido para esta tarea, y nada más existe para mí que cumplirla.
Su voz se expande, reverbera en mi sangre y en el vacío a nuestro alrededor.
—Soy el equilibrio, el principio y el final. Soy lo que nunca fue visto, lo que jamás recibió nombre. Soy un dios superior… hermano del universo. Sin mí, el Nexus se desmoronaría… y con él, tu mundo, este plano y todo lo que alguna vez existió —sigue revelando Vaelthar.
Su presencia se hace más densa, aplastante. Mi propia existencia parece diminuta frente a la magnitud de sus palabras.
Y en ese instante, entiendo que estoy ante algo más que un simple guardián. Estoy frente al pilar que sostiene toda la creación.
—Si eso es cierto… ¿qué papel juego yo en este lugar? Todo ha sucedido tan de repente desde la llegada de Synera, como si, por primera vez, mi existencia comenzara a entrelazarse con un destino que hasta ahora me era ajeno —pienso, buscando respuestas en mi interior.
La pregunta resuena en mi mente como un eco que se niega a morir. No sé si la pienso o la susurro, pero el abismo a mi alrededor parece escucharla. Todo en mí tiembla, pero no debo mostrar miedo… aunque lo sienta devorándome desde dentro.
Vaelthar, majestuoso e insondable, guarda silencio por unos instantes antes de hablar. Su voz es un murmullo de trueno contenido, como si el universo mismo se esforzara por no quebrarse con sus palabras.
—Sé que es difícil de comprender… —dice al fin, su tono cargado de un peso cósmico—, pero no puedo revelarte más en este momento. El equilibrio entre el Orden y el Caos… podría estar resquebrajándose y corromperse el Caos. Necesito tiempo para entenderlo. Pero aquí, solo, no encontraré respuestas. Tal vez…
—¿A qué te refieres con “corromper el Caos”? —interrumpo, incapaz de contener mi urgencia.
Sus ojos—todos—se enfocan en mí, y por un instante siento que mi alma se desnuda ante su mirada.
—No hay tiempo para explicarlo como se debe —responde con firmeza, su voz cargada de urgencia—. Podrías despertar en cualquier momento. Pero… aún así, puedes ayudarme.
—¿Ayudar? ¿Yo? ¿Cómo? —pregunto, sintiendo una presión inmensa, como si un destino desconocido cayera de golpe sobre mis hombros.
—Cualquier detalle, cualquier evento o fragmento de información puede ser crucial ahora —dice con un tono grave—. Hay algo que trasciende incluso mi sabiduría… como si una fuerza, o alguien, hubiera sellado partes de tu mundo, impidiéndome ver más allá de mis dominios.
Asiento lentamente. Y entonces lo comprendo. Comienzo por hablar, a relatar todo lo ocurrido desde la llegada de Synera, sin omitir nada, sintiendo cómo las piezas encajan mientras hablo.
Vaelthar escucha en silencio absoluto, hasta que finalmente su semblante se torna más grave.
—Hmm… así que la Suprema ha sido encerrada —dice Vaelthar, con una calma que parece contener siglos de conocimiento—. Ella es una de las fuerzas primordiales de la magia de tu mundo. Si el Nexus ha sido corrompido, eso explicaría por qué desconocía estos hechos. Ahora lo veo con claridad…
Hace una pausa. El vacío parece contener la respiración, como si cada átomo aguardara sus próximas palabras.
—Tú también eres una de esas fuerzas —continúa, su voz cargada de peso y solemnidad—. Eres la reencarnación del Caos, una parte de lo que fui en tu mundo. Esta es tu segunda vida, y por eso tu alma fue arrastrada hasta aquí: para darme esa información. Pero… el tiempo se agota. Tu cuerpo está a punto de despertar. Y yo… aún no tengo todas las respuestas. No puedo decirte más por ahora.
—¿Reencarnación del Caos…? —susurro, con la mente en un torbellino—. ¿Es eso cierto? No entiendo… necesito saber más.
—No es el momento —sentencia Vaelthar con una gravedad que hace vibrar el aire a mi alrededor.
Y entonces, la boca parlante vuelve a alzarse con su tono sarcástico y perturbador:
—¡Pides demasiado para lo poco que puedes ofrecer! ¡Eres egoísta! ¡Y eso me encanta!
Vaelthar responde sin mirar siquiera, con voz cortante como un filo celestial.
—Egoísta… y aun así dispuesto a arriesgarlo todo —dice, con voz grave y cargada de siglos de juicio—. Pudiste haber muerto… o enfrentarte a algo incluso peor.
—¡Querer respuestas no me hace egoísta! —espeto, con la voz firme y decidida—. Si hay algo que pueda hacer para ayudar… lo haré.
Vaelthar me observa, como si intentara ver más allá de mi carne, más allá de mi alma misma.
—No exactamente… —revela Vaelthar, su voz profunda y resonante—. Hay algo en ti que escapa incluso a mi comprensión. Algo que brilla con un destino singular… Y fue ese destino el que te trajo hasta aquí. Todo esto lleva el nombre de Aetherion, la Suprema de tu mundo.
—¿Mi destino…? ¿Aetherion? ¿Acaso fue ella quien planeó todo esto? —pregunto, con la voz entrecortada y un nudo en la garganta.
—Tal vez… —responde Vaelthar, su mirada penetrante como si pudiera atravesar mi alma—. Pero no hay nada que puedas hacer. Solo acéptalo: este es tu destino. Y ahora… basta de palabras. No te queda mucho tiempo en el Nexus.
Su tono cambia. Se vuelve más frío, más imperioso.
—Cuando despiertes, tu lengua será sellada —advierte, con voz grave que retumba en mi pecho—. No podrás pronunciar ni una sola palabra sobre este lugar, ni sobre mí, ni sobre lo que has visto. Y si lo haces… morirás.
El eco de esa advertencia se clava en mi mente como una aguja ardiente.
—No interfieras con mis planes —dice por última vez, su voz fría y resonante—. Cuando tenga las respuestas… nos volveremos a encontrar. Hasta entonces… te estaré observando.
Quiero respuestas, preguntar algo más, cualquier cosa. Pero el mundo a mi alrededor comienza a desvanecerse como humo que se lleva el viento. El vacío se rompe, y en un parpadeo…
Despierto.
Mi cuerpo da un respingo y jadeo con fuerza, extendiendo la mano al frente como si pudiera alcanzar lo que ya se ha ido.
—¡Espera un momento! —grito, todavía perdido entre dimensiones.
Estoy de vuelta. Acostado. El aire huele a madera y humo de incienso. Las sábanas están empapadas de sudor. Junto a mí, una figura me observa con los ojos llenos de alivio y sorpresa.
—¡Frayi! —digo, apenas recuperando el aliento.
Él me sonríe, con la emoción temblando en su rostro. Pero yo apenas puedo devolverle el gesto.
Porque, aunque estoy despierto… una parte de mí sigue allá.
En el corazón del Nexus.