aveces el amor no es lo uno espera
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**Capítulo 3 - El abismo**
No sabía cómo empezó todo. No exactamente.
Pero ahora lo tenía tan claro.
No era amor.
No era pasión.
No era ni siquiera una vida.
Era una condena.
Luna se sentó en el baño, abrazando sus piernas, temblando. La puerta cerrada, la espalda contra la cerámica fría, y ese zumbido en los oídos que aparecía cada vez que se sentía demasiado vacía.
Había escondido el celular viejo, el que Patrick creía roto. Lo había cargado a escondidas conectándolo por minutos apenas, en el enchufe suelto de la cocina, cuando él salía. Había escrito un mensaje, cortito, a su hermana:
**“Ayudame.”**
Habían pasado dos días. No había respuesta.
Tal vez no la vio.
Tal vez Patrick se había dado cuenta.
Tal vez ya no le importaba a nadie.
***
Luna intentó escaparse otra vez. Fue a la feria del barrio con una excusa: “Voy a comprar verduras”, le dijo. Patrick le revisó el bolso, como siempre.
—Te doy veinte minutos. Si tardás más, sabés lo que pasa.
Ella caminó rápido. Llevaba una hoja escrita a mano, arrugada, con su nombre y dirección. Pensaba dársela a la mujer del puesto, decirle algo, cualquier cosa. *“Por favor, llamá a esta persona. Decile que necesito ayuda.”*
Pero cuando llegó al puesto, la señora estaba hablando por teléfono. Luna esperó. El corazón le latía tan fuerte que creía que se le salía por la boca.
Y entonces, una mano se apoyó en su hombro.
—¿Qué hacés, Luna? —era Patrick. Sonriendo. Los ojos inyectados en furia detrás de esa mueca de "esposo atento".
Ella no supo qué decir. Sólo tragó saliva y bajó la mirada.
—¿Eso es para mí? —dijo él, arrebatándole el papel. Lo leyó. No dijo nada. Guardó el papel en el bolsillo y la tomó del brazo.
Fuerte.
Como si fuera una cosa.
Como si no doliera.
***
Esa noche no hubo golpes.
Hubo algo peor.
Hubo silencio.
Patrick se sentó frente a ella en la mesa. La miró durante minutos sin hablar. Luego, suspiró y le habló como si fuera una niña estúpida.
—¿Querés que te cuente lo que pasa si intentás irte, Luna?
Ella no respondió. Tenía la garganta cerrada.
—Primero, tu familia. Ellos no saben nada, ¿no? Pero yo sí. Sé dónde vive tu hermana. Sé a qué escuela va tu sobrinita. Sé a qué hora sale tu viejo a caminar solo. ¿Me entendés?
La sangre se le heló.
—No... —susurró ella.
—Sí. Porque vos no pensás, Luna. Sos buena, pero sos tarada. ¿De verdad creés que alguien va a ayudarte? Todos creen que estoy loco por amarte. Que te salvé. Que te di todo. Y vos, ingrata, querés dejarme.
—No quiero más esto —dijo, con voz temblorosa.
—¿Esto qué? ¿Una casa, comida, amor? ¿Preferís volver a dormir en un colchón de tu hermana, mendigando cariño?
—Preferiría cualquier cosa antes que vos —se le escapó.
Y ahí lo vio.
Ese segundo en que la máscara se le caía.
Esa sombra que le cruzaba la cara.
Pero no la golpeó.
No todavía.
Sólo sonrió.
—Entonces terminemos con esto, ¿querés? —y le deslizó frente a ella un cuchillo de cocina.
Luna se quedó congelada.
—¿Qué…?
—Dale. Hacelo. Te la pasás llorando, diciendo que no querés vivir así. Hacelo, Luna. Así yo puedo llorar en la tele, decir que eras depresiva, que no me diste señales, que te amaba. ¿Querés morirte? Dale. Te ayudo.
Ella lo miró. Los ojos abiertos. Las manos heladas.
—No… no…
—Claro que no. Porque ni eso podés hacer sola. Sos patética.
Esa noche Luna no durmió. Se sentó en el suelo del baño, otra vez, con el cuchillo guardado en la mochila. Temblaba.
No porque quisiera morir.
Sino porque, por primera vez, pensó que tal vez… *sí podía hacerlo*.
No podía más.
No había forma de que alguien la escuchara.
Cada intento de ayuda, truncado.
Cada palabra, usada en su contra.
Cada mirada, vigilada.
Sintió que se caía en un pozo.
Negro.
Sin fondo.
Y entonces lo pensó.
*“Si desaparezco… tal vez por fin se termine.”*
Se miró en el espejo. No se reconocía.
Parecía una sombra.
Un eco.
Pero justo cuando sus dedos rozaron el cuchillo, el celular viejo vibró, escondido bajo la toalla. Una sola palabra en la pantalla.
**"Estoy yendo."**
Era su hermana.
Luna lloró.
Por primera vez en semanas.
No de tristeza.
De miedo.
De alivio.
De vida.
Y aunque la noche era larga… y Patrick seguía ahí, durmiendo como si nada… Luna supo que tenía que aguantar un poco más.
Solo un poco más.
Porque ya no estaba tan sola.
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