León es un reconocido diseñador de modas, famoso por su elegancia y su estilo impecable, un hombre dandi que vive rodeado de lujo y sofisticación. Su reputación como un hombre delicado y perfeccionista lo ha llevado a ser considerado gay .
Todo cambia cuando Sophia, una joven asistente recién llegada, entra en su vida , que cautiva a León de una manera que jamás había experimentado. Aunque ella parece un "bombón " su encanto va más allá de lo físico, y su aura de frescura e ingenuidad pone a León al borde de la desesperación.
A medida que trabajan juntos, la tensión entre ambos crece, una mezcla de deseo reprimido y una conexión que desafía las expectativas de ambos.
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Capítulo 8: Detrás de los Lentes
León observó a Sophia desde el otro lado de la sala, con su mirada afilada como siempre. Llevaba puesta una capucha gris y unos lentes grandes que ocultaban casi todo su rostro. Era un contraste llamativo con el estilo que él le había ayudado a adoptar.
—Querida, ¿por qué usas esa capucha y esos lentes? —preguntó, con un tono que mezclaba curiosidad y desaprobación—. Eso no va con la moda de esta temporada, y tú lo sabes , estás cometiendo un crimen de moda .
Sophia levantó la vista por un instante, apretando las manos contra la tableta que sostenía.
—Amanecí con un pequeño dolor de garganta —respondió con voz suave, sin atreverse a mirarlo directamente.
León entrecerró los ojos, analizándola como si fuera un diseño que no terminaba de encajar. Había algo en su tono, en la forma en que evitaba su mirada, que no lo convencía del todo. Sin embargo, decidió no insistir.
—Bien, pero recuerda que la moda nunca se enferma —comentó con una sonrisa ligera, intentando aligerar el ambiente.
El día transcurrió entre reuniones y revisiones de diseños. Sophia se movía con su habitual diligencia, pero León no pudo evitar notar lo nerviosa que estaba, como si tratara de pasar desapercibida. Fue durante la tarde, mientras revisaban unas muestras de tela, cuando la verdad salió a la luz.
Sophia, distraída, se quitó los lentes por un momento para limpiarlos. León, que estaba de pie a su lado, se detuvo en seco al ver el moretón oscuro que se extendía por su mejilla izquierda.
—No sabía que los resfriados golpeaban ahora —comentó, con un tono cargado de ironía que ocultaba su preocupación.
Sophia se sobresaltó, llevándose una mano al rostro para cubrirse.
—Me caí... —murmuró rápidamente, apartándose de él.
León cruzó los brazos, mirándola con una mezcla de incredulidad y algo que parecía enojo.
—¿Te caíste? —repitió, dando un paso hacia ella. Su voz era tranquila, pero había una firmeza en su tono que no admitía mentiras—. Sophia, querida, sabes tan bien como yo que no te caíste.
Sophia negó con la cabeza, retrocediendo un poco más, pero León no estaba dispuesto a dejarlo pasar. Sacó un pañuelo de seda de su bolsillo, un accesorio tan impecable como él mismo, y se lo tendió.
—Levanta la cara —ordenó suavemente, pero con autoridad.
Ella dudó, sus ojos llenándose de lágrimas.
—Por favor, León... —susurró, pero él no se movió, manteniendo el pañuelo frente a ella.
Finalmente, Sophia cedió. Lentamente, apartó la mano que cubría su rostro, permitiendo que León viera el moretón con claridad. Él se inclinó un poco, limpiando con cuidado las lágrimas que comenzaban a rodar por sus mejillas.
—Esto no es una caída, Sophia —dijo con voz baja, pero firme—. Esto es algo que no deberías estar soportando.
Las lágrimas comenzaron a fluir con más fuerza, y Sophia sollozó mientras intentaba explicarse.
—Yo... no es lo que piensas. Es solo que... él a veces pierde el control, pero no es malo, de verdad.
León sintió una punzada de rabia en el pecho, pero no la dejó ver. En lugar de eso, tomó su rostro con delicadeza, usando el pañuelo para secar sus lágrimas.
—Escúchame bien, querida —dijo, mirándola directamente a los ojos—. Nadie tiene derecho a lastimarte. Nadie.
Sophia asintió débilmente, aunque su expresión seguía llena de confusión y miedo.
—Gracias... —susurró finalmente, su voz quebrada.
León dejó escapar un suspiro, guardando el pañuelo en su bolsillo.
—No me lo agradezcas. Solo prométeme que, cuando estés lista, hablarás conmigo. No estás sola en esto, Sophia.
Ella asintió nuevamente, aunque no dijo nada más. Mientras se alejaba para continuar con su trabajo, León se quedó de pie, mirando hacia la puerta. Sus pensamientos estaban llenos de preguntas, pero también de una decisión clara: no permitiría que alguien como Sophia siguiera siendo lastimada.