EL chico problema se declara a la chica más popular frente a toda la escuela, pero ella no es lo que aparenta.
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VOL2-CAPITULO 1: El elfo Desciende
CAPITULO 1. EL ELFO DESCIENDE
Caballo y jinete atravesaron el campo de hojas de sueños. Faltaban unas dos horas para la llegada de la noche y la ciudad aún estaba lejos. El jinete no tenía pensado ir a la ciudad, el mensaje que había llegado de Hereld lo citaba cerca de la vieja posada de los caminantes a una jornada antes de pisar la Tierra de los elfos de Castlin.
El jinete era de nombre Dortolalf, había servido a la casa de los Mirel de Alfheim más de setecientos años en el pasado y ese día buscaba desesperadamente a sus hermanas.
Una semana atrás, con sus propias manos mató a su señor Ibbhin de los Mirel. Lo había hecho con pena y dolor, pero fue lo justo una vez decidió que la vida de sus hermanas era más importante que el señor al que servía. La deshonra cayó sobre sí mismo y en el reino de Alfheim los poderes políticos empezaron a moverse. Esa era la intención del grupo de infelices que había secuestrado a sus hermanas.
Dortolaf se detuvo en el camino, el caballo necesitaba descansar, aunque era un hermoso semental vertido con la magia del viento, había galopado por un día entero. Fue un regalo de su señor Ibbhin y al recordarlo la pena creció en él.
Estaban junto a un riachuelo. Cerca unos patos de cuernos grises se perseguían entre sí. En esos momentos Dortolaf pensó en sus hermanas, la pequeña Elein y la hermosa Astari. Elein era de baja estatura, pero más fiera que Astari siempre calculadora. Sus hermanas habían servido a la casa Mirel igual que él, aunque entre ellas Elein siempre lo instó a que formara su propia casa. Pero Dortolaf veía esa presunción como una traición a su señor. Sin embargo, irónicamente él mismo terminó robándole la vida a quien prometió servir.
Todo había empezado hacía cientos de años, cuando el juego de los dioses llegó al reino de los elfos. Al principio ellos se mantuvieron al margen como siempre, después de todo no necesitaban el don de la longevidad puesto que vivían centurias. Pero con el pasar del tiempo la idea de un dios Elfo fue tomando interés entre las grandes casas. Y la nobleza característica de su raza fue cediendo por la ambición en algunos de ellos. Esos que ostentaban el poder ansiaban aún más.
“Solo el más notorio entre los elfos, recibirá mi apoyo para ser un dios”
Esa fue la declaración del nuevo dios Helblindi. Quien decidió escoger a su campeón entre el pueblo de los elfos.
Por supuesto, tal declaración no dejaba claro a que se refería el dios con el título de “el más notorio” por lo que el resultado al que llegaron los elfos fue “El elfo más importante debía ser el más notorio” pero eso no era algo fácil de conseguir, en el mundo de los elfos, quizá menos grande en extensión que Midgard, pero mucho más rica en recursos, existían cuatro naciones principales: Reinn, Eberor, Castlin y Fehr. Cada una tenía su propia cultura y su propia nobleza, reyes casi inmortales que hasta antes de la declaración de Helblindi habían vivido en perfecta paz.
Los reyes elfos aún ambicionando ostentar el título de dios elfo, no querían derramar sangre innecesaria así que se reunieron en cónclave para decidir un rey supremo entre todos ellos, la reunión se hizo en la isla de Iristar, allí cada uno dio las razones de porque debían ser elegidos. Todo se vino abajo cuando luego de un receso se encontró al rey de Castlin apuñalado siete veces en el jardín principal del castillo de Iristar. Los reyes que quedaron se retiraron con sus comitivas a sus respectivas naciones y la guerra empezó.
Pero no era una guerra abierta de lanzas y espadas sino de espías, asesinos a sueldo y traiciones por doquier. Y esa vorágine maldita había arrasado con la vida del desdichado Dortolaf.
Descansado ya, el elfo subió a su caballo y a toda velocidad se dirigió al punto de encuentro que le indicaran los malditos que secuestraron a sus hermanas y le exigieron que mataran a su señor de los Mirel. Ibbhin no era rey, pero si el principal consejero del reino de Eberor. Su muerte fue un golpe mortal a la estabilidad del reino, y una muestra de debilidad. Con más razón si el asesino venía de su propia gente. Dortolaf siguió cabalgando mientras por enésima vez sus ojos se llenaban de lágrimas, recordando su traición y el rostro de incredulidad en los ojos de su señor mientras le apuñalaba el pecho.
Una hora después se apeaba del caballo, en el lugar de encuentro, la noche cubría el bosque de hojas azules, las mariposas nocturnas empezaban a despertar con su tenue luz.
En el claro encontró al elfo que más odiaba en el mundo. Enrio era su nombre, no pertenecía a ninguna casa, por lo que sabía Dortolaf se trataba de un mercenario, un elfo sanguinario criado por las bestias en las montañas de Reinn.
-Así que llegaste al fin-fue lo que dijo Enrio con una sonrisa enorme-las noticias volaron más rápido que tú, ya sabemos que mataste a tu señor Ibbhin- los ojos oscuros brillaron con regocijo, Enrio era alto, más alto que los elfos promedio, llevaba así mismo una armadura que habría doblegado cualquier cuerpo élfico poco entrenado. A su lado, dos de sus secuaces, uno a cada lado, sostenía a una de sus hermanas. Ambas tenían rastros de golpes en sus cuerpos.
- ¡Dijiste que no les harías daño! -la ira asomó en el rostro de Dortolaf\, pero eso no provocó el más mínimo cambio en Enrio que mirándolo con desprecio lo invitó a llevarse a sus hermanas.
-Están vivas, llévatelas.
Dortolaf no lo pensó y corrió hacía sus hermanas sin percatarse de los movimientos rápidos de Enrio que sacó un puñal de entre su capa y le apuñalo por la espalda.
-y antes de que mueras-le dijo sosteniéndolo para que no se cayera al piso-mira.
Hizo una señal a sus secuaces y el primero de ellos cortó el cuello a su querida hermana Astari. Dortolaf intentó hablar, pero su mundo se desvanecía mientras el dolor y la sangre se escurrían de su cuerpo. Su hermana Elein, sin embargo, mordió la mano de su captor tan fuerte que el elfo dio un grito agudo y dejó caer su puñal. Elein corrió tan rápido como un ciervo, como tantas veces la había visto Dortolaf mientras jugaba con su hermana.
Mientras perdía las ultimas fuerzas que lo mantenían con vida, el último pensamiento de Dortolaf fue el deseo de que su hermana corriera hasta un lugar seguro.
-Diore, idiota la has dejado escapar, ve por ella y mátala, sino lo haces ni intentes volver aquí- fue lo que dijo Enrio, pero ya Dortolaf no estaba vivo para escucharlo. Descansaba de sus culpas, rumbo hacia el juicio de quien fuera el nuevo dios de los muertos.