Trata de una chica universitaria que trabaja para solventar los gastos de su hogar, sus padres se enfermaron pero se enamora de un chico rico ¿Que pasará?
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Capitulo N°2
El pasillo del hospital olía a desinfectante y preocupación. Cada paso que daba resonaba en sus oídos, como si el mundo entero se hubiera reducido a ese corredor interminable. Sus manos temblaban mientras apretaba el asa de su bolso, y sentía que el corazón le latía en la garganta. Su madre estaba sentada en una de las sillas de la sala de espera, con la mirada perdida en un punto indefinido del suelo, sus manos entrelazadas con fuerza.
—Mamá —susurró ella, apenas encontrando su voz.
Su madre levantó la vista, y la expresión en sus ojos la dejó sin aliento. No había lágrimas, solo una tristeza densa, casi tangible, que hizo que su estómago se encogiera. Se arrodilló frente a ella, tomando sus manos frías entre las suyas.
—¿Qué ha pasado?
—Tu padre… —La voz de su madre se quebró por un momento, pero se obligó a continuar—. Estaba en el jardín cuando… colapsó. No sabíamos qué estaba pasando. El médico dice que fue un infarto.
El mundo volvió a detenerse. Ella sintió que las paredes del hospital se cerraban sobre ella, asfixiándola. Su padre, siempre fuerte, siempre sonriendo entre sus rosales, ahora estaba luchando por su vida.
Antes de que pudiera decir algo más, una enfermera apareció en la puerta doble al final del pasillo.
—Familia de Ricardo… —consultó, leyendo de un portapapeles.
Ambas se levantaron al instante.
—¿Cómo está? —preguntó su madre, la voz apenas un susurro.
La enfermera les ofreció una sonrisa suave, pero su mirada no ocultaba la gravedad de la situación.
—Está estable por ahora, pero necesita descanso y observación. Puede que necesitemos realizar algunos procedimientos adicionales. Pueden verlo, pero solo por unos minutos.
Caminar hacia la habitación de su padre fue como atravesar un sueño del que no podía despertar. Al entrar, lo vio acostado en la cama, conectado a máquinas que pitaban y parpadeaban, su piel pálida contrastando con las sábanas blancas. Parecía más frágil, más pequeño, y eso rompió algo dentro de ella.
Se acercó a la cama, tomando su mano con cuidado, como si temiera romperlo.
—Papá… —susurró, su voz temblando—. Estoy aquí.
Sus ojos se abrieron lentamente, y una débil sonrisa apareció en su rostro.
—Mi niña… —murmuró, con esfuerzo—. ¿Ves? Aún no me he ido.
Ella rió entre lágrimas, apretando su mano.
—No vas a irte a ningún lado. Tienes que cuidar esos rosales, ¿recuerdas?
Él asintió, cerrando los ojos de nuevo, agotado. Se quedó allí un rato, escuchando el suave pitido de las máquinas, sintiendo cómo el peso del miedo y la incertidumbre se instalaba en su pecho.
Esa noche, al regresar a casa, su habitación ya no se sentía como un refugio. Se sentó en la cama, mirando los mapas y los libros que antes llenaban su mente de sueños y ahora solo parecían recordarle lo frágil que era todo. La conferencia de alianzas internacionales ya no parecía tan importante. ¿Cómo podía pensar en el futuro cuando su presente estaba tambaleándose?
El teléfono vibró sobre la mesa. Era un mensaje de una compañera de clase, preguntando si asistiría a la conferencia al día siguiente. Miró el mensaje durante un largo rato antes de responder.
“No podré ir. Problemas familiares.”
Apagó el teléfono y se tumbó en la cama, mirando el techo. Sus pensamientos se mezclaban en un torbellino de preocupación, miedo y frustración. Siempre había creído que el trabajo duro y la dedicación la llevarían a donde quería estar, pero ahora se daba cuenta de que había cosas que no podía controlar, no importa cuánto lo intentara.
Sin embargo, en algún lugar, en medio de la oscuridad de su habitación, una pequeña chispa de determinación comenzó a arder. Su padre siempre le había enseñado a ser fuerte, a enfrentar los desafíos con la cabeza en alto. No podía rendirse ahora. No cuando más lo necesitaban.
Porque no era solo una soñadora. Era la hija de sus padres, y eso significaba que podía con cualquier cosa