Un grupo de extraños, atraídos por razones misteriosas a un pueblo olvidado en las montañas, descubre que el lugar oculta más de lo que parece. El pueblo, en apariencia inofensivo, está marcado por una tragedia oscura de la que nadie habla. Poco a poco, cada miembro del grupo comienza a experimentar visiones y fenómenos que erosionan su sentido de la realidad. Mientras luchan por descubrir si todo es producto de sus mentes o si una entidad maligna acecha, enfrentan la posibilidad de que quizá nunca podrán escapar de lo que desataron.
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Capítulo 8: El Precio del Silencio
El eco de sus propios pasos resonaba en los pasillos del laberinto, pero Erika apenas lo escuchaba. Sus pensamientos estaban atrapados en lo que acababa de suceder, y en lo que había perdido. Tomás. Su amigo había sido absorbido por esas sombras, arrastrado a los espejos, y ahora... estaba sola.
El aire seguía siendo pesado, sofocante, pero ahora había un silencio absoluto, como si el mismo laberinto hubiera decidido observar en calma, esperando su próximo movimiento. La ausencia de Tomás era un vacío tangible.
—¿Qué se supone que haga ahora? —murmuró, su voz apenas un susurro en la vasta oscuridad.
No había respuesta, y de alguna manera eso era peor. Erika siempre había sido la que tomaba decisiones, la que mantenía la calma en situaciones difíciles. Pero ahora, sin Tomás a su lado, la desesperación comenzaba a filtrarse en los bordes de su mente. El laberinto ya no parecía solo un lugar físico; era una trampa mental, diseñada para desgastarla poco a poco.
Después de lo que parecieron horas caminando, Erika llegó a una bifurcación. Dos caminos: uno parecía continuar hacia adelante, con el mismo tono sombrío que había dominado el laberinto hasta ahora. El otro... El otro tenía una leve luz parpadeante en la distancia. Casi parecía invitarla.
—Es una trampa —se dijo a sí misma. Había aprendido lo suficiente para no confiar en lo que el laberinto le mostraba. Pero entonces, una voz susurrante llegó desde la dirección de la luz.
—Ayuda... —el susurro era bajo, casi imperceptible, pero lo suficientemente claro como para detenerla en seco.
El corazón de Erika se aceleró. ¿Era Tomás? No podía estar segura, pero el sonido era humano, y en ese momento, cualquier rastro de humanidad era un consuelo. Contra todo instinto, Erika giró hacia el camino de la luz y comenzó a avanzar, lentamente, con cada paso más cauteloso que el anterior.
A medida que se acercaba, la luz se hizo más fuerte, pero la fuente seguía siendo difícil de discernir. Finalmente, el pasillo se abrió hacia una pequeña cámara. En el centro de la cámara, una lámpara antigua colgaba del techo, parpadeando con un brillo débil. Y justo debajo de la lámpara... estaba Tomás.
O al menos, lo que parecía ser Tomás.
Estaba sentado en el suelo, encorvado, con los brazos envueltos alrededor de sus rodillas. Su rostro estaba oculto, pero Erika lo reconoció de inmediato. El alivio fue tan abrumador que casi cayó de rodillas. Corrió hacia él sin pensarlo.
—¡Tomás! —gritó, su voz llena de esperanza y miedo a la vez.
Tomás no se movió.
Erika se arrodilló frente a él, tocando su hombro. Estaba frío, más frío de lo que debería estar, como si hubiera estado allí durante mucho más tiempo del que era posible.
—Tomás, por favor, mírame —suplicó, tirando suavemente de su brazo.
Lentamente, él levantó la cabeza, pero lo que Erika vio no era su amigo. Sus ojos estaban vacíos, completamente blancos, y su piel, aunque seguía siendo la de Tomás, estaba pálida y extrañamente translúcida.
—No... no eres tú —murmuró, retrocediendo mientras el horror se apoderaba de ella.
El "Tomás" frente a ella comenzó a moverse de manera antinatural, como si cada uno de sus movimientos fuera una marioneta controlada por hilos invisibles. La cosa que una vez había sido Tomás la miraba ahora, con esos ojos vacíos, sin alma.
—Me dejaste —dijo, pero su voz era distorsionada, un eco lejano de la voz de su amigo.
—¡No! Yo intenté salvarte, intenté... —Erika se puso de pie, tambaleante, buscando una salida.
El espectro de Tomás la siguió con la mirada, y su rostro, aunque inhumano, estaba lleno de dolor. El eco de sus palabras se multiplicaba en la cámara.
—Me dejaste... me dejaste...
Erika apretó los puños, cerrando los ojos. Sabía que no podía confiar en lo que estaba viendo. Esto no era Tomás, era otra ilusión del laberinto, otra trampa diseñada para romper su espíritu. Pero era tan difícil apartarse.
Cuando finalmente abrió los ojos de nuevo, el espectro de Tomás se había levantado. Avanzaba hacia ella, lento pero implacable, con una expresión vacía, sin vida, pero llena de una amenaza silenciosa.
—Tú no eres real —dijo Erika en voz alta, como si las palabras pudieran protegerla.
Pero el "Tomás" no se detuvo.
Erika comenzó a retroceder, pero sus pies tropezaron con el borde de la lámpara caída, y cayó hacia atrás. El espectro se inclinó hacia ella, sus manos extendiéndose para atraparla, sus dedos fríos como el hielo. El miedo que había mantenido a raya todo este tiempo finalmente explotó dentro de ella.
—¡NO! —gritó, pateando y empujando con todas sus fuerzas.
De repente, la lámpara en el techo parpadeó con una luz intensa, cegadora, y el espectro se desvaneció en el aire, como si nunca hubiera estado allí. Erika se quedó en el suelo, jadeando, sus manos temblando violentamente.
El laberinto había jugado con su mente una vez más, y esta vez, casi lo había logrado.
—No puedo seguir así... —murmuró, su voz rota.
Se levantó con dificultad, tambaleándose mientras se apoyaba en la pared. El camino ante ella era oscuro otra vez, pero la luz de la lámpara parpadeante era su único consuelo.
Sabía que, aunque había escapado de esa trampa, el laberinto no iba a detenerse. Y cada vez que lo hacía, el precio sería más alto.
Avanzó lentamente por el pasillo, sin dirección, sin un plan. Todo lo que podía hacer era seguir adelante. Pero el miedo... el miedo era ahora su constante compañero.
A medida que caminaba, escuchó nuevamente los susurros. Esta vez, eran más suaves, más distantes, pero aún presentes. Sabía que el laberinto no había terminado con ella.
Y en algún lugar, muy en el fondo de su mente, una pregunta persistía:
¿Cuánto más podría soportar antes de quebrarse?
con tal no le pase nada
Desde el primer instante me tiene al filo de la butaca.
Solo una duda que pasa con el hermano de Erika desde el momento en en qué liberan al ser de luz deja de salir en la trama del libro.
Y que pasa con los compañeros que van con Erika a la expedición.