En un reino deslumbrante, la princesa Ailén se encuentra atrapada entre el deber y el deseo. Casada con Elian, el príncipe de un corazón frío, descubre la traición en su matrimonio mientras su corazón se inclina hacia Kael, un hombre sin títulos pero de fervor inigualable. En un palacio lleno de intrigas y secretos, Ailén debe elegir entre mantener la estabilidad del reino y seguir el anhelo que desafía todas las normas.
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Capitulo 8
El día avanzaba lentamente, la inquietud en mi pecho no desaparecía tras el encuentro con Lyanna. Mientras trataba de reponerme de la perturbadora conversación, un anuncio repentino llegó a mis oídos: mis padres, los marqueses D'Alembert, estaban de visita en el palacio. Mi corazón dio un vuelco al escuchar sus nombres. Aunque mi vida aquí había adquirido un tono monótono y muchas veces doloroso, la presencia de mi familia siempre traía consigo una mezcla de emociones que no podía evitar.
El sonido de sus carruajes acercándose resonaba en los pasillos del palacio, un recordatorio de la autoridad y el poder que mi familia siempre había representado. A medida que me dirigía al gran salón para recibirlos, sentía una mezcla de anticipación y ansiedad. Aunque mi relación con ellos siempre había sido respetuosa, no podía negar la presión que su sola presencia ejercía sobre mí.
Al entrar en el salón, los vi inmediatamente. Mi padre, el marqués Alaric D'Alembert, se destacaba con su imponente figura. Su cabello dorado, perfectamente peinado, brillaba a la luz de las lámparas, y sus ojos rojos, tan penetrantes como siempre, se posaron sobre mí con una mirada analítica. Era un hombre de pocas palabras, pero su mera presencia llenaba la habitación, exigiendo respeto y obediencia.
A su lado, mi madre, la marquesa Elara D'Alembert, se encontraba con su característica elegancia. Su cabello rosado caía en suaves ondas, y sus ojos dorados brillaban con una mezcla de calidez y agudeza. A diferencia de mi padre, su rostro siempre mostraba una expresión acogedora, pero yo sabía que detrás de esa apariencia dulce, se ocultaba una mente astuta y observadora.
—Ailén, querida —dijo mi madre mientras se acercaba para tomar mis manos entre las suyas—. Qué alegría verte después de tanto tiempo.
—Madre, Padre —respondí, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto—. Es un honor tenerlos aquí.
Mi padre asintió, su expresión impasible. —Es bueno ver que mantienes el decoro y la dignidad de nuestra familia, Ailén. Aunque me pregunto cómo va tu vida aquí, en este palacio.
Su comentario, aunque formulado de manera neutral, llevaba una carga implícita. Sabía que él estaba al tanto de los rumores, de las dificultades que había enfrentado en mi matrimonio con Elian. Sin embargo, no era el tipo de hombre que se dejaba llevar por emociones o preocupaciones visibles.
—Todo está en orden, padre —respondí, intentando mantener mi tono firme y seguro—. El palacio y sus responsabilidades requieren de toda mi atención, pero me esfuerzo por cumplir con mi deber.
Mi madre me observó con sus ojos dorados, captando cada detalle de mi expresión. —Espero que también estés cuidando de ti misma, Ailén. A veces, nos olvidamos de que debemos encontrar un equilibrio, incluso en medio de nuestras responsabilidades.
Asentí, aunque las palabras "cuidar de mí misma" sonaban vacías en mi mente. No podía evitar pensar en lo irónico de esa afirmación, considerando lo poco que realmente podía controlar en mi propia vida.
El almuerzo fue servido poco después, y mientras nos sentábamos a la mesa, la conversación giró en torno a los asuntos del reino, las tierras que mi padre administraba, y las nuevas alianzas políticas que mi madre estaba forjando. Aunque me mantenía atenta, mis pensamientos seguían divagando. Sentía que cada palabra, cada gesto, era una forma de evaluar mi situación, de asegurarse de que no estaba fallando como hija de los D'Alembert.
—He oído rumores, Ailén —dijo mi padre de repente, rompiendo el hilo de la conversación—. Dicen que el príncipe Elian ha estado distante. ¿Es cierto?
La pregunta directa me tomó por sorpresa, aunque sabía que era inevitable. Mi corazón latió con fuerza mientras buscaba una respuesta adecuada. No podía mentirle a mi padre, pero tampoco quería mostrar debilidad.
—Elian tiene muchas responsabilidades —contesté, tratando de mantener la compostura—. A veces, nuestras obligaciones nos separan, pero estoy segura de que todo se resolverá con el tiempo.
Mi padre me observó en silencio por un momento, sus ojos rojos penetrando los míos. —Espero que sea así, Ailén. No quiero que el buen nombre de nuestra familia se vea comprometido por problemas internos.
La presión en mi pecho se intensificó, pero asentí. Sabía que en su mente, mi deber era mantener la apariencia de estabilidad, sin importar lo que ocurriera tras las puertas cerradas. Mi madre, por su parte, me ofreció una pequeña sonrisa, pero incluso ella parecía tener sus propias dudas.
Cuando la reunión terminó, me retiré a mis aposentos con una mezcla de alivio y agotamiento. La visita de mis padres siempre era un recordatorio de las expectativas que se cernían sobre mí, expectativas que parecían más difíciles de cumplir con cada día que pasaba.
Mientras me dejaba caer en la cama, mis pensamientos volvían a Lyanna y a la extraña presencia que había sentido en la ciudad. Algo estaba cambiando en mi vida, algo que no podía controlar ni prever. Y aunque mi familia esperaba que continuara siendo la perfecta princesa, sabía que mi corazón estaba buscando algo más, algo que pudiera darle sentido a la creciente confusión en mi vida.
Con la llegada de la noche, volví a encontrar consuelo en la compañía de Eden, su pequeña figura acurrucada a mi lado. Mientras la abrazaba y la veía dormirse, una determinación crecía en mi interior. No sabía lo que el futuro me deparaba, pero estaba segura de que no dejaría que los fantasmas del pasado dictaran mi destino.
y que Elián se arrepienta de averla tratado mal.
y como en toda novela todo puede pasar,espero que ella tenga unos hijos hermosos.
y Elián sea que no puede dar hijos.