Claret es una chica con deudas hasta el cuello que intenta superarse, no descansará hasta encontrar un trabajo y dejar su vida de penurias atrás, en su camino se topará con Cillian un hombre millonario que oculta su vida de mafioso detrás de su apariencia de CEO. ¿Qué sucederá cuando sus mundos se entremezclen? Descúbrelo ya. (+18)
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Capítulo 8
...CILLIAN:...
Entré en el Penthouse.
Hice una limpieza, quitando las pertenencias que evidenciaría que no todos mis negocios eran rectos, como las computadoras y los equipos de rastreo, ni hablar de las armas, del resto todo se mantenía igual.
Me atreví a dejar unas pocas armas por precaución, pero estarían escondidas en mi habitación, un lugar que dejaría bajo llave en mi ausencia. Borré la huella de Laisa del panel de seguridad, así que no había problema alguno para Claret.
Observé por encima de mi hombro.
— Señorita Claret.
Ella dejó su asombro y salió del ascensor.
Observó el suelo pulido de mármol blanco, los finos muebles de cuero negro y las paredes color metálico.
Me gustaba los lugares espaciosos, por eso no tenía adornos innecesarios.
La mirada de Claret se quedó atrapada en las grandes ventanas con vista a la ciudad dominada por la torre Eiffel.
— ¿Alguna duda qué aclarar?
Sus ojos verdes se giraron hacia mí.
— ¿Puedo salir cuando quiera? — Volvió a preguntar, me quedé considerando la posibilidad, su teléfono tenía un rastreador.
— Siempre y cuando no sea para encontrarse con algún novio o con su amiga.
— No tengo novio — Dijo, disgustada.
Por supuesto que ya lo sabía de antemano, solo quería corroborar que la señorita Claret no tuviera alguna relación a escondidas.
— Puede salir, marque el número que guardé en su teléfono y uno de mis choferes subirá para llevarla donde guste.
— ¿Y si quiero salir sola? — Elevó una ceja.
Se me estaba acabando la paciencia.
— No podrá, no tiene la clave de seguridad del ascensor — Caminé hacia uno de los pasillos— Le mostraré su habitación.
Abrí la primera puerta y ondeé mi brazo hacia adentro, ella entró con timidez, observando la habitación con balcón y cortinas blancas.
Ella se quedó de pie en el centro.
Observó la enorme cama que ocupaba el lado izquierdo, con mantas de color melón.
Se aproximó para dejar el cajón de las cenizas sobre la mesita de noche, luego se paseó hacia un escritorio pequeño donde había una computadora.
— Esa es de su uso — Dije cuando se quedó observando — Puede buscar lo que desee.
— Supongo que también lo descuenta de mi sueldo.
— Por supuesto, ya hice la lista — Dejé la valija sobre la cama y caminé hacia las puertas dobles, ella me siguió cuando entre — Este es el closet.
Observó los montones de cajones vacíos y compartimentos, listos para colgar toda la ropa, el enorme espejo que recorría la pared derecha.
— Esto es más grande que mi apartamento, no tengo suficiente ropa para llenar un closet tan enorme.
— Descuide, mañana mismo estará lleno.
Se sorprendió y caminó hacia la puerta plegable.
— Ese es el baño — Dije ante su mirada de duda.
Me adelanté para abrirla por ella.
Había una bañera de porcelana fina junto a la ventana, también una ducha y el lavabo con un enorme espejo en la pared.
— ¿Qué le parece? — Pregunté ante su silencio.
— Creo que mi opinión está de más.
— No, me gusta escuchar las opiniones, puedo asignarle una habitación más grande.
— No, así está bien.
Volvimos a la sala.
— Hay un gimnasio, un salón de juegos y una biblioteca por si busca entretenimiento.
— ¿Todo eso hay aquí?
— Es poco — Dije caminando hacia la cocina — Siéntase libre de cocinar lo que guste, todas las áreas están permitidas, excepto mi habitación.
No dijo nada al respecto.
Se mantuvo atónita ante la enorme cocina con una enorme isla de granito pulido y piso de resina, con estantes tecnológico.
Pasé hacia el gimnasio en otro corredor.
Solo dió un breve vistazo, en la sala de juegos se detuvo a mirar más, había mesa de pinball y de billar, también una máquina de videojuegos, Playstation con una pantalla grande.
Terminé el recorrido con la biblioteca y el pequeño bar.
Observé mi reloj cuando volví a la sala.
— Los miércoles, viernes y domingos viene la señora del servicio — Dije, tratando de no pasar ninguna información — Iré a mi habitación, puede ir desempacando si gusta.
— No me tomará mucho tiempo.
Llegué a mi habitación, al final del pasillo y cerré la puerta.
Caminé hacia el armario y busqué mi traje oscuro.
Me desvestí y cambié por mi esmoquin oscuro, sin corbata.
Introduje la combinación de uno de mis cajones y saqué la máscara que usaba para las reuniones de mi organización, la guardé dentro de mi traje y tomé mi arma, también la coloqué en el interior de mi chaqueta y abotoné mi traje.
Calcé mis zapatos pulidos y despeiné mi cabello frente al espejo.
Caminé por el pasillo y me detuve en el umbral de la habitación de Claret.
Estaba sacando la ropa de su valija.
— Nos veremos mañana.
Levantó su mirada y su garganta se agitó al verme, sus mejillas se sonrojaron al pasar sus ojos verdes por mi traje y mi cabello despeinado.
— Ah, nos veremos... — Su lengua se trabó
— Vendré a las diez.
Asintió con la cabeza, sus dedos volvieron a enredarse y la ropa cayó al suelo.
La recogió rápidamente y la dejó en sus manos.
— Estaré lista a tiempo — Sus pupilas estaban dilatas y estrujó sus labios, nerviosa.
No tenía idea, pero sentí como mi miembro daba un pequeño salto.
— Hasta luego.
— Hasta luego, Señor Leroy.
Caminé apresuradamente hacia el ascensor.
Mierda.
Ni siquiera me gustaba la chica.
Abrí el ascensor y entré.
Moví mi cuello y hombros para disipar los pensamientos.
Solo quería desahogo, cualquier mujerzuela podría dármelo, pero nunca, durante el plazo del contrario, me aprovecharía de la mujer que ahora vivía bajo el mismo techo que yo.
Ese no era mi propósito, lo único que quería era reparar el daño ocasionado, el haber asesinado a su padre, pero si la tocaba, le arruinaría la existencia a esa señorita tan joven.
...****************...
La luz rojiza del club era como una dosis de droga, el olor a cigarrillo, alcohol y perfumes baratos se mezclaban, junto con la música y las bailarinas en prendas de encajes que giraban en los tubos de metal.
Fumé otro cigarrillo mientras escuchaba las charlas sobre sexo y drogas de contrabandistas, mafiosos y delicuentes que trabajaban para mí.
La máscara de pantera cubría la mitad de mi rostro.
Sirvieron otra ronda whisky en la mesa.
— Panthère Noire — Dijo Marcelo, uno de los mafiosos italianos con los que me había aliado — Te haz convertido en el amo de la ciudad, ninguno de esos uniformados me ha detenido para hacerme preguntas.
— Es parte del negocio, sin protección, no hay posibilidad de surgir — Sacudí mi whisky, mientras una de las mujerzuelas me daba masajes en la espalda.
— Es muy cierto, fuiste muy inteligente.
— Por supuesto, tengo a la mitad de Francia comprada, ni siquiera el presidente tiene tantos dominios como yo — Alardeé y todos escucharon con atención, allí yo era el rey, el amo y señor de todo y nada se me podía cuestionar, tenía hombres desplegados, donde mis almacenes se hallaban, en Provenza y Rocamadour.
Jean se aproximó a la mesa.
— Está aquí.
— Disculpen caballeros — Me levanté — Vuelvo en un momento, sigan disfrutando del alcohol y las mujeres.
Todos rieron y las bailarinas se aproximaron para entretenerlos.
Caminé por el club pasando por mesas de apuestas repletas de viciosos al dinero.
Subí las escaleras hacia el segundo piso, a las habitaciones.
Jean me indicó con un gesto de la cabeza la puerta en la que se hallaba el infeliz.
Abrí la puerta.
La prostituta se sacudía sobre el asqueroso bastardo, gritó al notar nuestra presencia.
— ¡Largo! — Grité, la mujer salió con sus prendas en mano.
El idiota se levantó de la cama.
— ¿Qué rayos les pasa?
Jean se aproximó y le dió un golpe en la mandíbula, haciendo que cayera de culo al suelo.
Saqué mi arma y le apunté.
— ¿Cómo rayos te atreves a volver a mi club?
— No sabía que ahora era tu club — Escupió sangre y Jean le dió una patada.
— Pensé que eras lo suficientemente cobarde para no volver.
Comadreja se limpió la boca.
— No eres el puto dueño de la cuidad.
Jean sacó su navaja y lo sostuvo de la mandíbula.
— Te equivocas en eso.
— Te equivocaste al permitir que me escapara.
Ese imbécil había tratado de engañarme, me había propuesto conseguir chicas más atractivas para los clubes, alegando que no las obligaría a trabajar, que solo buscaría a quienes quisieran el trabajo, pero el desgraciado hizo todo lo contrario, secuestró adolescente y las mantuvo recluidas en una asquerosa bodegas.
Se atrevió a hacer negocios sin mi aprobación y empezó a prostituirlas.
Cuando llegué, ya era demasiado tarde.
Las habían dañado con estupefacientes y ninguna se salvó.
— Tienes razón, me equivoqué.
Tomé el cuchillo de las manos de Jean.
— Negocios son negocios, Panthère, solo estaba haciendo lo que todos hacen.
— Esposa al infeliz.
Jean sacó unas esposas.
Apunté a su cabeza mientras le esposaba las muñecas.
— Vas a sufrir lo mismo que sufrieron esas pobres niñas.
Saqué una aguja de mi bolsillo.
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Limpié las sangre en mis manos y me empapé el rostro, respiré con rapidez, observando mi reflejo en el espejo, callando los gritos en mi cabeza.
Me sequé con una toalla y tomé la máscara de mi lavado.
— No eres Cillian, eres Panthère.
Me coloqué la máscara, cubriendo mi rostro.
Mi familia iba a huir de Francia, yo estaba demasiado pequeño para entender el porque, un día llegó mi padre y habló con mi madre en la habitación, mientras yo escuchaba los gritos y discusiones desde la sala.
Ambos salieron apresuradamente, mi madre empacó mis cosas y no contestó a mis preguntas.
En pleno camino, mi padre notó que lo venían siguiendo y aceleró.
Me asusté y seguí preguntándole a mi madre, pero ella solo me abrazó con fuerza.
Un sonido en la puerta me devolvió al presente.
— ¿Jefe, se encuentra bien?
— Si, saldré en un momento.
— Ya limpiaron la habitación — Informó Jean.
Me tragué las náuseas.
Volví al club, bebí varios tragos de whisky mientras una de las bailarinas sacudía sus caderas en mi regazo.
Toqué su trasero, dominado por las sensaciones, apreté y le dí una nalgada.
La bailarina se giró y posó sus manos en mis hombros, pasó mi mano por mi pecho mientras se movía de forma sensual.
La atraje a mi regazo, presionando mi erección en ella.
Toqué a mi antojo y la besé.
Me aparté de ella para observarla, fruncí el ceño bajo la máscara.
— ¿Qué rayos haces aquí? ¿Qué haces aquí?
Exigí, pero Claret me siguió tocando y sacudió sus caderas, sonriendo y besándome.
La sostuve de la mandíbula — ¿Cómo rayos llegaste hasta acá? Vuelve al Penthouse ahora.
Hizo un gesto de confusión — Mi Panthère, trabajo hace mucho aquí.
Parpadeé varias veces, confundido.
El rostro de Claret desapareció, frente a mí se hallaba otra mujer muy diferente.
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Me sacudí la resaca mientras escribía en mi oficina, tenía trabajo que hacer y no podía retrasarlo más.
Bebí mi café cargado mientras escribía en la computadora.
Ya no vestía como Panthère, fui a otro de mis apartamentos a cambiarme y me coloqué mi traje de color azul oscuro, con corbata y el cabello peinado hacia atrás.
El intercomunicador hizo un ruido insoportable.
— Disculpe, el señor Lambert está aquí.
Presioné el botón — Dígale que pase.
Abrí la puerta cuando observé su silueta parada detrás de las puertas de cristal.
Mi socio mayorista caminó de forma autoritaria hasta detenerse frente a mi escritorio. Era un hombre canoso de cuerpo delgado.
— Cillian, tienes muy mala cara.
— Estuve despierto hasta tarde — Seguí tecleando en la computadora.
— ¿Para cuándo tienes programada la reunión con los japonés?
— La agenda está llena, así que dentro de dos meses estarán aquí.
— No quiero que ningún evento importante choque con el compromiso.
Dejé de teclear y me incliné en el espaldar de mi silla.
— ¿Ya tienes una fecha?
— Así es, será para el quince de mayo, claro, sino te parece puedo cambiarla, en mi opinión ya no debería retrasarse más.
— Lo siento, pero no puedo casarme con Laisa.
— ¿Qué dices? — Su expresión cambió a indignación.
— Ya estoy comprometido con otra mujer.