Emma Varela, una joven de 18 años, ha pasado los últimos cinco años de su vida intentando olvidar el trauma de un accidente automovilístico que no solo dejó cicatrices físicas, sino que también le arrebató a su mejor amiga, Sofía. Emma se ha refugiado en los estudios y la natación, evitando a toda costa recordar aquella noche fatídica.
Su mundo comienza a tambalearse cuando Gabriel Muñoz, un joven misterioso y reservado, llega a su escuela. Gabriel, con una mirada cargada de secretos y una actitud distante, se convierte en el centro de atención de todos, pero es a Emma a quien él parece observar más detenidamente.
A medida que Emma y Gabriel se van conociendo, ella descubre que él también tiene su propio pasado doloroso. Ambos empiezan a apoyarse mutuamente, y una conexión profunda surge entre ellos. Sin embargo, emma pronto se da cuenta de que Gabriel sabe más del accidente de lo que el admite.
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Capitulo 8: Bajo La Superficie
El verano continuaba su curso, trayendo consigo días largos y calurosos que Emma y Gabriel aprovechaban al máximo. Sus encuentros en el parque se habían convertido en una rutina, un refugio donde podían ser ellos mismos sin temor a ser juzgados. Cada tarde, descubrían algo nuevo el uno del otro, fortaleciendo su amistad y creando un lazo cada vez más profundo.
Una tarde en particular, mientras el sol se escondía lentamente tras el horizonte, Gabriel sugirió que fueran al lago que se encontraba al otro lado del parque. Emma aceptó, intrigada por la idea de un cambio de escenario. Caminando juntos, sintieron una calma que solo la naturaleza podía ofrecerles.
Cuando llegaron al lago, encontraron un lugar apartado donde el agua era clara y serena. Gabriel se sentó en la orilla, quitándose los zapatos y dejando que sus pies tocaran el agua. Emma lo imitó, disfrutando de la sensación refrescante del agua en sus pies.
—Siempre he encontrado paz aquí —dijo Gabriel, mirando el lago con una expresión pensativa—. El agua me recuerda que, aunque la superficie pueda ser tranquila, hay muchas cosas sucediendo debajo.
Emma lo observó, sintiendo que Gabriel estaba a punto de compartir algo importante.
—¿A qué te refieres? —preguntó suavemente.
Gabriel tomó un respiro profundo antes de hablar.
—Después del accidente, me di cuenta de que había muchas cosas sobre mí mismo que había ignorado. Siempre fui el chico popular, el que todos pensaban que tenía todo resuelto. Pero bajo esa superficie, había miedos e inseguridades que nunca dejé salir a la luz.
Emma asintió, comprendiendo perfectamente sus palabras.
—A veces es más fácil mantener una fachada que enfrentar lo que realmente sentimos por dentro.
Gabriel la miró, sus ojos reflejando una mezcla de emociones.
—Exactamente. Pero conocerte a ti me ha hecho darme cuenta de que está bien mostrar lo que hay bajo la superficie, que no siempre tenemos que ser fuertes y perfectos.
Emma sonrió, tocada por sus palabras.
—Tú también me has enseñado mucho, Gabriel. Me has mostrado que no estoy sola, que es posible encontrar apoyo y comprensión en otra persona.
Se quedaron en silencio por un momento, simplemente disfrutando de la compañía del otro y de la tranquilidad del lago. Emma sentía que, aunque no todas sus preguntas habían sido respondidas, estaba en el camino correcto hacia la verdadera comprensión de Gabriel y de sí misma.
—¿Te gustaría nadar? —preguntó Gabriel de repente, con una sonrisa traviesa en sus labios.
Emma rió, sorprendida por la idea.
—¿Aquí? ¿Ahora?
Gabriel asintió, su sonrisa creciendo.
—Sí, ¿por qué no? A veces hay que dejarse llevar y disfrutar del momento.
Sin pensarlo dos veces, Emma se levantó y comenzó a quitarse los zapatos y la ropa, quedándose en su traje de baño. Gabriel hizo lo mismo, y juntos se adentraron en el agua, riendo y disfrutando de la libertad del momento.
El agua estaba fresca y revitalizante, y pronto se encontraron nadando y jugando como niños, olvidando por un rato las preocupaciones y el peso de sus secretos. Bajo la superficie del agua, Emma sintió una conexión aún más profunda con Gabriel, como si el lago los uniera de una manera que las palabras no podían describir.
Cuando finalmente salieron del agua, empapados pero felices, se sentaron en la orilla, dejando que el sol los secara. Emma miró a Gabriel, sintiendo una gratitud inmensa por haberlo conocido.
—Gracias por esto, Gabriel. Ha sido una tarde increíble.
Gabriel sonrió, sus ojos brillando con una alegría sincera.
—Gracias a ti, Emma. Por estar aquí, por ser tú. No sé qué habría hecho sin ti.
Mientras el sol se ponía y las estrellas comenzaban a aparecer en el cielo, Emma y Gabriel supieron que habían descubierto algo especial ese día. Bajo la superficie de sus miedos y secretos, habían encontrado una conexión pura y real, una amistad que prometía durar más allá del verano y de cualquier obstáculo que la vida les presentara.