Nacido Para Reinar Destinado A Morir

Capítulo 8 - "La Rebelión"

Damián asintió, escuchando atentamente las noticias traídas por los emisarios. Sabía que, a pesar de los esfuerzos, aún quedaban señores feudales rebeldes que se negaban a reconocer su autoridad.

—¿Cuántos de ellos se han negado a ceder? —preguntó, con tono grave.

—Lamentablemente, la mayoría, majestad —respondió el emisario, con semblante preocupado—. Parecen estar decididos a desafiar su legitimidad como rey.

Damián apretó los puños, sintiendo cómo la frustración se apoderaba de él. Después de tanto esfuerzo por mantener la unidad del reino, no podía creer que algunos de sus vasallos se atrevieran a poner en duda su autoridad.

—Esto es inaceptable —declaró, con voz firme—. No puedo permitir que esos traidores pongan en jaque la estabilidad de Aetheria.

Lord Víctor, que había estado presente durante el informe, intervino con tono solemne.

—Majestad, temo que ya no tengamos otra opción —dijo, con pesar—. Debemos estar preparados para responder con la fuerza si esos señores feudales se niegan a someterse.

Damián miró al anciano caballero, consciente de que sus palabras tenían un peso innegable. Pero aún no estaba convencido de que la violencia fuera la mejor solución.

—Lord Víctor, entiendo su preocupación —respondió, con tono sereno—. Pero aún creo que podemos resolver esta crisis por la vía diplomática.

Elisa, que también se encontraba en la sala, se acercó a su hijo y colocó una mano reconfortante sobre su hombro.

—Damián tiene razón, lord Víctor —intervino la reina, con tono conciliador—. Debemos agotar todas las opciones pacíficas antes de considerar una confrontación armada.

El anciano caballero asintió, aunque su semblante seguía reflejando su escepticismo.

—Muy bien, majestad —dijo, dirigiéndose a Damián—. Pero le advierto que si esos señores feudales no ceden, tendremos que responder con firmeza para restablecer el orden.

Damián asintió, consciente de que, en última instancia, podría verse obligado a utilizar la fuerza. Pero aún confiaba en poder encontrar una solución que evitara un derramamiento de sangre.

—Convoquen de nuevo a nuestros mejores diplomáticos —ordenó, con determinación—. Que preparen una última propuesta de concesiones para los señores feudales rebeldes. Que les dejen en claro que esta es su última oportunidad para evitar la confrontación.

Los consejeros asintieron y se apresuraron a cumplir con la orden. Mientras tanto, Damián se retiró a sus aposentos, sintiéndose abrumado por la carga que pesaba sobre sus hombros.

—Madre, temo que esta crisis no tenga una solución pacífica —confesó, con evidente preocupación—. ¿Y si esos hombres se niegan a ceder?

Elisa lo miró con ternura y comprensión, consciente de la difícil situación que enfrentaba su hijo.

—Debes tener fe, Damián —dijo, con tono sereno—. Sé que no será fácil, pero creo que aún podemos encontrar una forma de resolver este conflicto sin tener que recurrir a la violencia.

El joven rey asintió, sintiéndose un poco más fortalecido por las palabras de su madre. Sabía que, pase lo que pase, debía mantener la calma y la determinación.

Días después, los emisarios regresaron al castillo, con noticias que, si bien no eran del todo alentadoras, tampoco eran tan negativas como Damián había temido.

—Majestad, algunos de los señores feudales han aceptado su última propuesta de concesiones —informó uno de los enviados—. Sin embargo, otros se mantienen firmes en su negativa a reconocer su autoridad.

Damián escuchó con atención, sintiendo cómo la esperanza renacía en su interior.

—¿Cuántos de ellos han aceptado nuestra oferta? —preguntó, con cautela.

—Alrededor de la mitad, majestad —respondió el emisario—. Y la mayoría de los restantes han accedido a mantener la paz, aunque no han confirmado su lealtad.

Damián asintió, consciente de que eso significaba un importante avance, aunque aún quedaba mucho trabajo por delante.

—Bien —dijo, con determinación—. Entonces prepararemos una fuerza militar para mantener el orden en las provincias rebeldes. Pero antes, enviaremos a nuestros mejores diplomáticos para intentar convencerlos una vez más de que se sometan a mi autoridad.

El emisario asintió y se retiró para cumplir con la orden. Damián se volvió hacia su madre, quien lo miraba con evidente preocupación.

—Madre, sé que aún no hemos resuelto el problema por completo —dijo, con tono grave—. Pero al menos hemos logrado convencer a algunos de los señores feudales de que se sometan a mi liderazgo.

Elisa le dirigió una mirada de comprensión y colocó una mano reconfortante sobre su brazo.

—Eso es un gran logro, Damián —dijo, con ternura—. Estoy segura de que, con tu determinación y sabiduría, lograrás unir a todo el reino bajo tu corona.

El joven rey asintió, sintiendo cómo la confianza de su madre lo llenaba de fortaleza. Sabía que aún enfrentaba un enorme desafío, pero estaba decidido a superarlo.

Mientras tanto, los diplomáticos partieron rumbo a las provincias rebeldes, llevando consigo una última oferta de concesiones. Damián rezaba para que esta vez lograran convencer a los señores feudales de que se sometieran a su autoridad sin necesidad de recurrir a la fuerza.

Pero, a medida que pasaban los días, las noticias que llegaban al castillo no eran alentadoras. Los enviados informaban que los señores feudales rebeldes se habían negado rotundamente a aceptar las concesiones propuestas, e incluso algunos habían comenzado a movilizar a sus tropas.

Damián, que había estado supervisando personalmente los preparativos militares, se reunió de urgencia con sus consejeros, consciente de que la crisis estaba a punto de estallar.

—Caballeros, me temo que nuestras negociaciones han fracasado —anunció, con tono grave—. Los señores feudales rebeldes se han negado a aceptar mis ofrecimientos y han comenzado a movilizar a sus tropas.

Un pesado silencio se apoderó de la sala, mientras los consejeros intercambiaban miradas preocupadas.

—Entonces, no nos queda más opción que responder con la fuerza —declaró lord Víctor, con tono severo—. Debemos enviar a nuestras tropas a las provincias rebeldes y sofocar esta insurrección antes de que se convierta en una guerra civil.

Damián asintió, consciente de que Víctor tenía razón. Ahora que los señores feudales habían desafiado abiertamente su autoridad, no podía permitir que esa crisis se prolongara.