En un barrio marginado de la ciudad, Valentina, una chica de 17 años con una vida marcada por la pobreza y la lucha, sueña con un futuro mejor. Su vida cambia drásticamente cuando conoce a Alejandro, un ingeniero de 47 años que, a pesar de su éxito profesional, lleva una vida solitaria y atormentada por el pasado. La atracción entre ellos es innegable, y aunque saben que su amor es imposible, se sumergen en una relación secreta llena de pasión y ternura. ¿como terminara esta historia?
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Capítulo 12: Vientos de Tormenta
La rutina diaria en la fábrica se había estabilizado, y Alejandro había cumplido su promesa de volver a involucrarse activamente. Las actividades de la comunidad se multiplicaban, y los vecinos se sentían más comprometidos que nunca con la idea de transformar la fábrica en un lugar donde todos pudieran construir algo mejor.
Sin embargo, a medida que los días pasaban, Valentina notaba que Alejandro seguía luchando con algo interno. Aunque participaba en los eventos y se mostraba sonriente ante los demás, Valentina podía leer la tensión en sus gestos, la mirada perdida que a veces se le escapaba cuando pensaba que nadie lo veía.
Una tarde, mientras supervisaban un taller de carpintería, un fuerte viento sopló a través de las ventanas abiertas de la fábrica, agitando los papeles y las herramientas. Valentina se acercó a Alejandro, que miraba hacia el cielo gris y nublado. “Parece que se avecina una tormenta,” comentó, intentando aliviar la tensión que notaba en el ambiente.
Alejandro asintió, pero su mirada estaba fija en el horizonte oscuro. “A veces siento que no importa cuánto intentemos avanzar, algo siempre vendrá a desestabilizarlo todo,” murmuró. Valentina lo escuchó con preocupación, sintiendo que detrás de esas palabras había algo más profundo, algo que él no se atrevía a confesar.
“Las tormentas vienen y se van,” respondió Valentina, intentando encontrar la calma en medio de la inquietud que él le transmitía. “Lo importante es que sabemos cómo proteger lo que estamos construyendo.”
Alejandro asintió, pero no dijo nada más. La inquietud en su mirada no desaparecía, y Valentina sintió que, a pesar de su esfuerzo por mantenerse cerca de él, había un muro que no lograba derribar.
La tormenta que Alejandro temía no tardó en llegar, y lo hizo de una manera inesperada. A la mañana siguiente, cuando Valentina llegó a la fábrica, encontró a Alejandro discutiendo acaloradamente con un hombre vestido de traje. Era un representante de la compañía que había sido dueña de la fábrica antes de que se abandonara.
“¿De qué se trata todo esto?” preguntó Valentina, acercándose a ellos con el corazón acelerado.
El hombre la miró con frialdad antes de girarse hacia Alejandro. “El terreno donde se encuentra la fábrica fue adquirido hace años por nuestra empresa. Y, aunque ustedes han hecho un buen trabajo revitalizándolo, la propiedad sigue siendo nuestra. Si no cumplen con el pago del arrendamiento, procederemos a recuperar lo que nos pertenece.”
Valentina sintió que la tierra se movía bajo sus pies. “Eso no puede ser. Ustedes abandonaron este lugar. Hemos trabajado para convertirlo en algo útil para la comunidad. No pueden simplemente quitárnoslo ahora.”
El hombre sonrió, pero no había compasión en su mirada. “No es personal. Son solo negocios. Si no cumplen con el contrato, procederemos con la recuperación. Y les aseguro que nuestros abogados son muy eficientes en estos casos.”
Alejandro se llevó las manos a la cabeza, visiblemente afectado. “No puedo creer que esto esté pasando. Pensé que tendríamos más tiempo, pensé que podríamos conseguir un acuerdo antes de que se llegara a esto.”
Valentina, que apenas entendía la magnitud de lo que estaba sucediendo, lo miró con el corazón en un puño. “¿Por qué no me lo dijiste antes, Alejandro? ¿Por qué no hablamos de esto cuando aún había tiempo de buscar una solución?”
Él bajó la mirada, incapaz de sostener la acusación implícita en los ojos de Valentina. “Pensé que podría resolverlo por mi cuenta, que no necesitabas cargar con este problema. Quería protegerte.”
Valentina sintió que la ira y la decepción se mezclaban en su interior. “No necesito que me protejas, Alejandro. Necesito que confíes en mí, que me dejes enfrentar los problemas contigo. ¿Cuántas veces tengo que decirte que esto es un trabajo en equipo?”
Alejandro la miró, y Valentina vio en su rostro la mezcla de arrepentimiento y miedo. “Lo siento, Valentina. No quise esconderte esto, pero me dejé llevar por la desesperación.”
El representante, que había observado la escena con desinterés, revisó su reloj antes de hablar de nuevo. “Tienen una semana para regularizar su situación. De lo contrario, el desalojo procederá de inmediato. Es la última advertencia.”
El hombre se fue, dejando a Alejandro y Valentina solos frente a la entrada de la fábrica, con la noticia golpeándolos como un trueno en medio de la tormenta. Valentina sintió las lágrimas asomarse a sus ojos, pero se las tragó, decidida a mantener la calma.
“¿Qué vamos a hacer ahora?” preguntó, su voz apenas un susurro.
Alejandro se dejó caer en uno de los viejos bancos de madera junto a la entrada, con el rostro cubierto por las manos. “No lo sé, Valentina. Siento que todo lo que hemos construido se está desmoronando. Si perdemos la fábrica, perdemos todo.”
Valentina se sentó a su lado, tomando su mano y apretándola con fuerza. “Aún no está todo perdido. Tenemos una semana. Busquemos ayuda, hablemos con la comunidad. Ellos también tienen derecho a luchar por este lugar.”
Alejandro levantó la mirada, y aunque la desesperanza seguía reflejada en sus ojos, parecía haber un rastro de esperanza en sus palabras. “¿Crees que realmente querrán ayudar, después de todo esto?”
Valentina asintió con firmeza. “Han visto el cambio que este proyecto ha traído a sus vidas. Saben lo que significa. Y si tú crees en esto, si nosotros creemos en esto, ellos también lo harán.”
Durante los días siguientes, Valentina y Alejandro convocaron a la comunidad a una reunión de emergencia. Explicaron la situación con toda la transparencia posible, compartiendo el miedo y la incertidumbre que sentían, pero también la esperanza de que juntos pudieran encontrar una solución. Para su sorpresa, la respuesta fue más fuerte de lo que esperaban.
“No podemos dejar que nos quiten la fábrica,” dijo uno de los vecinos. “Este lugar ha cambiado nuestras vidas. Encontraremos la manera de recaudar el dinero.”
“Podemos organizar un evento para recaudar fondos,” sugirió otra vecina. “Una feria, algo que involucre a todos. No dejaremos que se lleven lo que hemos construido.”
El apoyo de la comunidad fue un bálsamo para Alejandro y Valentina, que comenzaron a organizar la feria con el apoyo de todos. La semana se convirtió en una carrera contrarreloj, con vecinos vendiendo productos, organizando rifas, y contribuyendo de cualquier manera posible para salvar la fábrica.
El día de la feria, la fábrica estaba llena de risas y voces, con puestos de comida, juegos para los niños y espectáculos en vivo. Valentina observaba el bullicio desde un rincón, sintiendo una mezcla de alivio y temor. Sabía que el evento era una apuesta arriesgada, pero también sentía el poder de la unión de la comunidad. Alejandro, a su lado, la tomó de la mano, como si buscara en ella la fortaleza que le faltaba.
“Gracias por no dejarme caer, Valentina,” dijo en voz baja. “Pase lo que pase, gracias por estar a mi lado.”
Ella lo miró, y por un instante, la esperanza pareció más fuerte que cualquier miedo. “Aún no hemos terminado, Alejandro. Lo que pase hoy no será el final. Pase lo que pase, seguiremos adelante.”
Y mientras el sol se ponía sobre la feria, iluminando la fábrica con una luz dorada, Valentina sintió que, aunque el futuro seguía siendo incierto, estaba dispuesta a luchar por cada segundo de ese sueño compartido. Pero en su corazón, sabía que la verdadera batalla apenas había comenzado.