Lisel, la perspicaz hija del Marqués Luton, enfrenta una encrucijada de vida o muerte tras el súbito coma de su padre. En medio de la vorágine, su madrastra, cuyas ambiciones desmedidas la empujan a usurpar el poder, trama despiadadamente contra ella. En un giro alarmante, Lisel se entera de un complot para casarla con el Príncipe Heredero de Castelar, un hombre cuya oscura fama lo precede por haber asesinado a sus anteriores amantes.
Desesperada, Lisel escapa a los sombríos suburbios de la ciudad, hasta el notorio Callejón del Hambre, un santuario de excesos y libertad. Allí, en un acto de audacia, se entrega a una noche de abandono con un enigmático desconocido, un hombre cuya frialdad solo es superada por su arrogancia. Lo que Lisel cree un encuentro efímero y sin ataduras se convierte en algo más cuando él reaparece, amenazando con descarrilar sus cuidadosos planes.
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Capítulo 8. ¿Familia?
Carlier se sentía visiblemente incómodo durante toda la velada. A diferencia de su madre, Margaret, que se deleitaba en el bullicio y el glamour de la nobleza, él encontraba la atmósfera sofocante.
Para Carlier, esas reuniones eran más una obligación que un placer. Un medio para alcanzar el poder y asegurar su herencia en la familia Luton.
Así, se mantenía presente, a regañadientes, en bailes, cacerías y cenas como esta.
Mientras fumaba un puro, Carlier exhaló el humo al aire, frunciendo el ceño ante la sensación áspera en su garganta.
—Es tabaco Zharindia de Valoria, un poco fuerte —dijo el príncipe Teodor, acercándose casualmente a él.
—Valoria es un desastre y son unos bárbaros analfabetos, pero al menos el tabaco es decente.
El príncipe heredero prosiguió con su natural tono arrogante mientras soltaba una gran bocanada de humo por la boca. Era inusual que Teodor Lanverd le dirigiera la palabra. Hasta ahora, Carlier apenas había captado su atención.
La posibilidad de ganarse el favor del futuro monarca despertó una chispa de ambición en Carlier. Imaginó la satisfacción y el orgullo que su madre sentiría al saberlo.
—Es bueno, Su Alteza —respondió Carlier, intentando sonar seguro y rudo, y dio otra calada al puro, esta vez reprimiendo el gesto de disgusto.
—Estoy planeando una cacería la próxima semana —comentó el príncipe, con un tono casual disimulando la importancia del evento.
—Será una reunión selecta con algunos de los nobles más distinguidos. Me gustaría que asistieras.
Carlier, sorprendido, evaluó rápidamente la oportunidad que se presentaba. Si bien las cacerías no eran de su mayor agrado, la perspectiva de relacionarse con la alta sociedad, y en especial con el príncipe heredero, era una propuesta que no podía desestimar.
—Sería un honor, Su Alteza —respondió Carlier, luchando por mantener su emoción a raya ante tal invitación.
Teodor asintió con una sonrisa tenue.
—No hay necesidad de tanta formalidad —dijo el príncipe Teodor con una fugaz sonrisa.
—Después de todo, pronto seremos familia —terminó la frase como si fuera un comentario casual.
Carlier tardó un momento en procesar las palabras del príncipe, su mente trabajando frenéticamente.
"¿Familia?"
La idea reverberó en su cabeza, haciéndole conectar los puntos.
“Lisel…”
¿Sería posible que el príncipe heredero estuviera considerando proponer matrimonio a su hermana?
La idea de que Lisel pudiera casarse con Teodor Lanverd era una píldora amarga para Carlier, haciéndole hervir de ira por dentro. Sin embargo, sabía que no podía permitir que esa ira se mostrará abiertamente ante la realeza.
Necesitaba desahogarse, pero no con él.
Con una mezcla de frustración y un sentido posesivo hacia su hermana, Carlier se propuso encontrar a Lisel. En su mente, ella le pertenecía, y la idea de compartirla con otro era insoportable.
"Necesito una explicación" pensaba mientras se movía por los pasillos y salones del palacio. Esforzándose por que su rostro fuera una máscara de calma que ocultara la tormenta en su interior.
Finalmente, su búsqueda lo llevó al jardín. Al ver a Lisel con el duque, su ira se intensificó. Cada fibra de su ser quería arrancarla de ahí, demandar respuestas, reafirmar su control sobre ella.
Ahora, en la soledad del jardín, Carlier había logrado alejar a Lisel de cualquier testigo.
Manteniendo un agarre férreo en su muñeca, que se iba enrojeciendo cada vez más bajo la presión de sus dedos, la condujo al carruaje de la familia Luton. Su voz, cargada de ira autoritaria, no dejaba lugar a réplicas.
—Quédate aquí, quieta y en silencio, hasta que yo vuelva —ordenó con palabras teñidas de una severidad inquebrantable.
—Hablaremos en casa.
La amenaza implícita en sus palabras hizo que Lisel sintiera un escalofrío de temor.
Aunque no era una persona que se asustara fácilmente, conocía bien el temperamento de su hermano. La perspectiva de enfrentar su ira en la privacidad de su hogar la llenó de un miedo real.
La posibilidad de recibir golpes esa noche se cernía sobre ella como una sombra oscura.
—Iré a buscar a madre y nos iremos —añadió Carlier, su tono dejando claro que no había espacio para discusión o protesta.
Lisel, atrapada en el carruaje, se quedó sola con sus pensamientos y emociones. La rabia comenzó a mezclarse con su miedo. Una rabia dirigida tanto hacia la situación como a su incapacidad de defenderse contra la autoridad de Carlier.
Mientras esperaba su regreso, se prometió a sí misma que algún día encontraría la manera de liberarse de la opresión de su hermano y reclamar su propia vida.
El duque Alaric observó la escena con una mezcla de sorpresa y desaprobación.
Desde su perspectiva, la forma en que Carlier trataba a su hermana era, en el mejor de los casos, altamente inapropiada. Se mantuvo en silencio, siguiendo con la mirada la tensa interacción entre los hermanos hasta que Lisel fue prácticamente forzada a subir al carruaje.
Aunque una parte de él sentía el impulso de intervenir, Alaric se contuvo. Vio cómo Carlier volvía dentro, y aproximadamente media hora después, el carruaje se alejaba del palacio, llevándose a una Margaret que parecía visiblemente molesta por tener que abandonar la fiesta tan pronto.
"¿Qué me importa?" pensó Alaric, intentando desentenderse de la situación.
Aun así, no pudo evitar mantener su atención fija en el carruaje hasta que desapareció de su vista. Su instinto lo mantenía alerta, como un animal que detecta una amenaza y prepara sus garras para un posible ataque.
Una vez que el carruaje de los Luton desapareció, Alaric regresó al salón del palacio real.
Su entrada atrajo la atención de los nobles presentes, quienes estaban ansiosos por interactuar con él y elogiar sus reconocidas hazañas en la defensa de la frontera norte.
El Marqués Gareth, un hombre de mediana edad con una cabellera canosa y un rostro marcado por los años, monopolizaba la conversación hacía el tema comercial en la isla de Valoria.
Como principal propietario de los barcos del reino y controlador de las rutas marítimas, Gareth estaba particularmente interesado en la situación con Valoria. Una pequeña isla rica en recursos de materias primas, como café, tabaco y otras hierbas. Un colapso en el comercio con Valoria podría ser desastroso para su fortuna.
—Las tensiones comerciales en Valoria están escalando —afirmó el Marqués, mientras discutía justo cuando Alaric llegaba.
—Los bárbaros de Valoria alegan que explotamos sus recursos para fabricar productos y luego elevamos los precios, dificultándoles la posibilidad de adquirirlos.
El duque, con una expresión pensativa, asintió antes de responder.
—Valoria siempre ha sido un terreno complicado —comenzó Alaric —un mar amplio nos separa, pero las rutas marítimas son clave. Con una postura firme y estratégica, podríamos encontrar una solución ventajosa.
El Marqués Gareth escuchaba atentamente, colgado de cada palabra de Alaric como si fueran la clave para su propio futuro.
El rey, desde su posición, mostro interés. Mientras que el príncipe Teodor, con una expresión de desaprobación, parecía menos impresionado por la conversación.
—Interesante perspectiva, primo —dijo el príncipe con un dejo de ironía —espero que puedas compartir más de tus ideas en el futuro.
Sin inmutarse ante el tono del príncipe, Alaric respondió con calma.
—Es probable —dijo justo cuando el príncipe se preparaba para marcharse —planeo quedarme en la capital por un tiempo. Ahora que he heredado el ducado del norte, es mi deber familiarizarme más con el centro político en Castelar.
La declaración tomó a todos por sorpresa. El rey sonrió, satisfecho con la noticia, mientras que el príncipe Teodor frunció el ceño una vez más y se retiró del grupo, visiblemente molesto.
En el silencio de su habitación, Lisel se recostó en su cama. La mejilla aún ardiente por el golpe que había recibido de Carlier. A pesar del dolor, lo que más le afectaba era la actitud errática y posesiva de su hermano.
Aquella noche, tras llamarla desvergonzada y abofetearla en un arrebato de ira, Carlier la había abrazado, prometiéndole protección. Era un patrón de comportamiento caótico al que, desafortunadamente, se había acostumbrado.
Desde su ventana, la cortina se movía levemente, permitiéndole contemplar el paisaje nocturno. Un contraste tranquilo con la tormenta de emociones en su interior.
Mientras tanto, en otra habitación de la Mansión Luton, Carlier confrontaba a su madre.
—Me mentiste, madre —acusó Carlier, su voz cargada de una mezcla de confusión y acusación.
Margaret, ocultando sus verdaderas intenciones, se esforzaba por calmar a su hijo.
—Mi querido, no hay ningún documento oficial —respondió, sabiendo que era una mentira.
Ella misma había redactado la propuesta y había empleado mucho esfuerzo en convencer al rey de que Lisel sería una excelente candidata para princesa heredera.
Pero Carlier no podía saberlo. Su ignorancia era esencial para que siguiera siendo un peón obediente en sus planes.
—Fue solo una sugerencia real, no hay nada definitivo. No te atormentes tanto —intentó tranquilizarlo.
Margaret se acercó a Carlier, suavizando su expresión en un intento de calmar la tormenta que se agitaba dentro de su hijo. Con una mano delicada, acarició la mejilla de Carlier, mirándolo fijamente con sus profundos ojos marrones.
—Todo estará bien, hijo. Me aseguraré de que tengas todo lo que deseas —susurró con voz reconfortante.
En ese momento, la determinación y la astucia de Margaret brillaban en su mirada.
Era una mujer que conocía el poder y sabía cómo usarlo para proteger y promover los intereses de su familia, especialmente los de su hijo. Con cada palabra, infundía en Carlier un sentido de seguridad y propósito, manipulando sutilmente la situación para mantenerlo alineado con sus ambiciosos planes.