Rosella Cárdenas es una joven que solo tiene un sueño en la vida, salir de la miserable pobreza en que vive.
Su plan es ir a la universidad y convertirse en alguien.
Pero, sus sueños se ven frustrados debido a su mala fama en el pueblo.
Cuando su padrastro se quiere aprovechar de ella, termina siendo expulsada de casa por su propia madre.
Lo que la lleva a terminar en la hacienda Sanroman y conocer a la señora Julieta, quien en secreto de su marido está muriendo en la última etapa de cáncer.
Julieta no quiere que su familia sufra con su enfermedad. En su desesperación por protegerlos, idea un plan tan insólito como desesperado: busca a una mujer que ocupe su lugar cuando ella ya no esté.
Y en Rosella encuentra lo que cree ser la respuesta. La contrata como niñera, pero en el fondo, esconde su verdadera intención: convertirla en la futura esposa de su marido, Gabriel Sanroman, cuando llegue su final.
¿Podrá Rosella aceptar casarse con el hombre de Julieta?
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Capítulo: Una trampa secreta
Julieta bajó lentamente la escalera de mármol.
Cuando los vio cruzar el vestíbulo, se quedó inmóvil. La sorpresa fue evidente en su rostro, aunque no del todo inesperada; había una sombra de presentimiento en sus ojos.
—¿Qué sucedió? —preguntó con voz suave, temiendo la respuesta.
Gabriel, su esposo, tenía el rostro endurecido, la mandíbula tensa.
A su lado, la joven de mirada perdida y pasos vacilantes, parecía querer desvanecerse entre los muros de la mansión. Era Rosella.
Su vestido estaba arrugado, su piel mostraba señales de llanto, y su mirada… su mirada era la de alguien que había visto el infierno.
Julieta se acercó, su instinto maternal más fuerte que cualquier reserva.
Tocó con ternura el rostro de la muchacha y, al hacerlo, sintió un estremecimiento.
—¡Es un golpe! —exclamó con un hilo de horror.
Gabriel asintió.
—Julieta, Rosella no tiene a dónde ir. Aceptó el trabajo como niñera… pero no puede volver a su casa.
Julieta no pidió más explicaciones.
Solo giró hacia el pasillo y alzó la voz con firmeza:
—¡Mariela!
El ama de llaves apareció enseguida.
—Llévala a la habitación de huéspedes y ayúdala a instalarse —ordenó Julieta.
Mariela asintió con una expresión neutra, aunque sus ojos brillaban con una desconfianza apenas disimulada.
Tomó a Rosella del brazo y se la llevó sin decir palabra.
Cuando el eco de los pasos se desvaneció, Julieta se volvió hacia su esposo.
—¿Qué ocurrió realmente, Gabriel?
Él respiró hondo, bajando la mirada.
—Su padrastro intentó abusar de ella.
Julieta se llevó una mano al pecho, horrorizada.
—¡Dios mío! —Julieta sintió miedo, pensó a la joven en esa situación y se estremeció, era por lo que temía dejar a sus hijas solas en el mundo, aun siendo tan pequeñas, sin el amor y cuidado de una madre.
Gabriel prosiguió, con un dejo de rabia contenida.
—Y su madre no le creyó. Incluso habló pestes de ella. Es… una mujer cruel.
Julieta apretó los labios, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Cómo puede una madre ser tan despiadada con su propia hija? —susurró.
Él negó lentamente.
—No lo sé. Pero la muchacha no tiene a nadie, Julieta. Me dio algo de compasión. Quiere ir a la universidad. Tal vez trabajar aquí y recibir una buena recomendación le abre las puertas a un futuro mejor. Creo… que ayudarla será una buena obra.
Julieta lo miró con ternura.
—Tienes un corazón noble, Gabriel. Ella es una chica especial y hermosa… ¿No lo crees?
Por un instante, el silencio fue incómodo. Gabriel la miró con calma.
—Creo que es una buena chica —respondió con tono medido—. Pero sobre si es especial o hermosa… no lo sé. Yo solo tengo ojos para ti.
Julieta sonrió.
Pero cuando él se alejó rumbo a su despacho, aquella sonrisa se quebró como un cristal.
Sus ojos se llenaron de melancolía.
“Lo siento, Gabriel. No quiero verte en soledad por más tiempo. No quiero lanzarte a los brazos de otra… solo deseo que vuelvas a sentirte vivo, aunque duela. Aunque tengas que hacerlo a través de alguien más.”
***
Mariela ayudó a Rosella a instalarse, pero el ambiente se tornó tenso desde el primer minuto.
La habitación olía a lavanda, y el silencio era tan espeso que cortaba el aire.
Cuando las miradas de ambas se cruzaron, Rosella sintió un escalofrío.
Había dureza en los ojos de la mujer, una frialdad que no necesitaba palabras.
—Escucha bien, muchachita —dijo Mariela con voz áspera—. Esta casa tiene reglas, y la primera es simple: no te pases de lista.
Rosella la observó confundida.
—No entiendo…
—Hay algo prohibido —la interrumpió con severidad—. Solo una cosa. El señor Gabriel Sanromán. Si piensas meterte en su cama como una cualquiera, prepárate para ser enviada al infierno.
Rosella dio un paso atrás, indignada.
—¿Qué ha dicho? ¡Yo jamás haría eso!
Mariela alzó una ceja, incrédula.
—Conozco a las pueblerinas como tú. Carita de ángel, lágrimas fáciles, y en cuanto pueden… se trepan al hombre equivocado. Te vigilaré, pequeña mujercita. No olvides mis palabras.
Y se fue, dejando la puerta abierta.
Rosella se quedó sola, temblando, entre la rabia y el miedo.
—Vieja loca… —murmuró con los ojos llenos de lágrimas—. No pienso perder mi oportunidad. No vine a robarle nada a nadie. Solo quiero salir de la miseria. Trabajaré, ahorraré… y un día entraré a la universidad. Nadie podrá decirme pueblerina, ni tratarme como una mujerzuela, un día mi nombre será respetable.
***
El amanecer llegó cubierto de bruma. Rosella ya estaba despierta.
Había dormido poco, con la mente atormentada por las palabras de Mariela y los recuerdos de lo que había dejado atrás.
Mientras se vestía con el uniforme de trabajo, una empleada golpeó la puerta.
—La señora Julieta pidió si puede ayudarla en el baño —dijo apresurada—. La mujer que la atiende está enferma, y ella quiere que sea usted quien lo haga. Dice que confía en usted.
Rosella se sorprendió, pero sonrió.
—Claro, yo lo haré. Dígale que voy en seguida.
Mientras caminaba por el pasillo hacia la habitación principal, su corazón latía con nerviosismo.
“Debo hacerlo bien. Si la señora Julieta nota mi esfuerzo, tal vez logre una recomendación. Tengo que ser impecable… es mi oportunidad.” Pensó con una mirada firme, esforzándose por hacer lo mejor que podía.
Al llegar, tocó suavemente la puerta.
—Buenos días, señora Julieta… ¿La ayudo?
Nadie respondió. Tocó de nuevo.
Silencio.
Decidió entrar despacio.
La habitación iluminado por los rayos tenues del amanecer, filtrándose entre las cortinas de lino. El aire olía a perfume caro, a flores y madera húmeda.
Era un lugar elegante, con muebles que ella nunca soñó tener, solo ver en revistas caras, una cama gigante, y el tocador con un espejo limpio, perfumes y cremas que debían costar más que todo lo que ella tenía.
Caminó unos pasos, dirigiéndose a otra habitación que supo que era el cuarto de baño.
Llamó a la puerta y cuando no escuchó a nadie, entró con rapidez.
Y entonces lo vio.
El señor Sanromán estaba frente al ventanal, de espaldas, recién salido de la ducha.
La luz plateada delineaba su figura, poderosa y masculina, hombros anchos, piel canela, músculos esculpidos fuertes, abdomen plano y piernas firmes, su hombría bien dotada, una imagen desnuda y ajena a su presencia.
Rosella se quedó paralizada. Nunca vio a un hombre desnudo, no hasta ese momento.
Su respiración se detuvo, su mente gritó que debía salir, pero sus pies no obedecieron.
Por un instante, todo el mundo se redujo al sonido del agua que aún goteaba del cabello de él y al latido desbocado de su propio corazón.
Gabriel se giró al oír el crujido del piso.
Su mirada se encontró con la de ella, y el tiempo pareció suspenderse.
El desconcierto fue mutuo.
Ella, con las mejillas encendidas y la vergüenza clavada en la piel; él, sorprendido, con la toalla a medio camino, atrapado entre la razón y un impulso que ni él comprendía.
—Rosella… —murmuró apenas, con voz ronca.
Ella retrocedió, tropezando con el marco de la puerta.
—¡Perdón, señor Gabriel! Yo… yo no sabía que…
Y salió corriendo antes de escuchar otra palabra.
Detrás de ella, Gabriel se quedó inmóvil, sintiendo un peso extraño en el pecho.
No entendía qué había ocurrido, pero algo en su interior se había encendido. Un instinto de deseo que, quizás, llevaba demasiado tiempo dormido.
creo que quizo decir Arnoldo.!!!