El fallecimiento de su padre desencadena que la verdad detrás de su rechazo salga a la luz y con el poder del dragón dentro de él termina con una era, pero siendo traicionado obtiene una nueva oportunidad.
— Los omegas no pueden entrar— dijo el guardia que custodia la puerta.
—No soy cualquier omega, mi nombre es Drayce Nytherion, príncipe de este reino— fueron esas últimas palabras cuando ellos se arrodillaron ante el.
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EL PLAN
Un nuevo día despuntaba cuando Drayce abrió los ojos. El primer en despertar fue Christian, exhausto por la vigilia de la noche anterior; dormía sentado en una silla, la cabeza apoyada sobre la mesa. Drayce deslizó la mano con delicadeza y tocó los dedos del omega para despertarlo. Christian se sobresaltó al instante.
—Lo siento, no quise asustarte —dijo apresurado, incorporándose.
—Tranquilo —respondió Drayce con una pequeña sonrisa que trató de hacer que sonara cálida.
—Voy a preparar el tónico… —empezó Christian, levantándose de un salto.
—No hace falta —lo interrumpió Drayce con voz serena—. No es necesario que prepares nada.
Christian frunció el ceño, dudando.
—El médico dijo que debía dárselo apenas despertara. Podrían quedar restos de toxinas.
Drayce apoyó la espalda contra la almohada y miró al pelirrojo con calma.
—Dentro de mi cuerpo hay un dragón que ya expulsó las toxinas —dijo sin dramatismos.
—¿Qué? ¿Cómo? —Christian lo miró perplejo, con la incredulidad aún pegada a la voz.
—Siéntate —indicó Drayce, señalando un lugar junto a él en la cama —Te explicaré.
Christian obedeció. Drayce aspiró hondo y comenzó a relatar, con la voz contenida pero firme, la historia que le había contado Serina: la revuelta contra el tirano, la aparición de la dragona, y el pacto por el cual cada cien años nacería en la estirpe un niño portador de su magia. Bajó la manga y le mostró la marca en el antebrazo; la piel parecía brillar con reflejos imperceptibles a la luz del amanecer.
Christian fijó la vista en el tatuaje, las pupilas dilatadas por el asombro.
—No se lo digas a nadie —pidió Drayce en un susurro—Ni siquiera a mi padre. No sé aún cómo revelarlo sin despertar más miedo del necesario.
—Lo entiendo —dijo Christian, recuperando compostura—Haré lo que me pida.
Drayce lo observó un instante, y en su mirada había gratitud y algo parecido a esperanza.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó.
—Christian— respondió el omega —¿Por qué me pregunta eso?
Drayce volvió a sonreír con ternura.
—Porque te pareces a alguien que me salvó una vez. Y tengo la impresión de que tú no perteneces a la familia que te crió.
Christian se quedó sorprendido.
—No, en verdad no— dijo — Mis padres me adoptaron cuando era bebé.
—¿Adoptado?— repitió Drayce, con creciente interés.
Christian asintió y contó que le habían dicho que lo encontraron junto al río, casi sin vida; lo único que traía consigo era un pañuelo con un aroma particular y un símbolo. Sacó el pañuelo del taburete y se lo mostró a Drayce. Al abrirlo, el príncipe reconoció el patrón: era el mismo símbolo que había visto en la corte en otra ocasión, en alguien con la misma cabellera roja.
Drayce recordó vagamente a un muchacho que, meses antes del ataque de Freya, buscaba entre los sirvientes a alguien de igual tono de cabello. Se fue triste porque no lo encontró. Si Christian era ese chico o estaba ligado a él, entonces su plan podía ponerse en marcha.
—Te ayudaré a encontrar a tu familia verdadera —propuso Drayce con decisión — pero a cambio quiero que me ayudes a sacar a Freya del palacio.
Christian lo miró, esperanzado.
—¿Y qué ganaria en ayudarle? —preguntó, cauteloso.
—Además de encontrar tu linaje, te prometo que, si conseguimos debilitar a Freya y cambiar la percepción de mi padre, te colocaré donde mereces estar. No será inmediato, pero… podrías llegar a tener un papel que nadie habría imaginado: incluso la posibilidad de convertirte en emperatriz, si aceptas jugar ese papel conmigo.
Era una oferta atroz y tentadora a la vez: un trato “ganar-ganar”, con posibilidades que Christian no había osado soñar.
Christian quedó sin palabras unos segundos, luego asintió con firmeza.
—Haré lo que usted pida.
—Bien —dijo Drayce —Tendremos que empezar desde cero. Freya nos facilitará la entrada si actuamos con astucia.
Vhagar, el dragón que hablaba dentro de Drayce, soltó un leve gruñido que sonó a aprobación.
—Gracias a Freya, podremos acercarnos —murmuró Vhagar en la mente de Drayce.
—Exacto —replicó él—. Así que por ahora permaneceremos aquí hasta que alguien venga. Descansa, Christian. Necesitaremos fuerzas.
En ese instante se oyó ruido en el pasillo: pasos apresurados. El médico llegaba para cumplir con su orden; y tras él, la figura solemne del emperador irrumpió en la habitación con la mirada grave. Drayce se incorporó con esfuerzo y Christian se adelantó para recibirles, poniendo en marcha la siguiente pieza del plan que apenas comenzaba.
El emperador entró en la habitación con paso firme, aunque en su rostro se notaba el cansancio. Sus ojos, oscuros y profundos, recorrieron cada rincón hasta detenerse en su hijo. Durante un instante no dijo nada, simplemente se quedó de pie, observando a Drayce como si quisiera asegurarse de que estaba realmente allí y no era una ilusión.
Christian, que permanecía a un lado, se adelantó para inclinar la cabeza en señal de respeto. El silencio de esos segundos pesaba como un manto; solo se escuchaba el crujir del fuego en la chimenea y la respiración lenta del príncipe.
—¿Cómo te encuentras, hijo mío? —preguntó Vladimir, con voz grave, dejando escapar una tensión que intentaba ocultar.
Drayce levantó la vista. Por dentro sentía una punzada de dolor en el pecho, no tanto por su herida, sino por la angustia que adivinaba en su padre. Quiso darle calma, pero tampoco podía mentir del todo.
—Me siento un poco mejor… —respondió, con un hilo de voz —Christian me ha cuidado bien.
El emperador asintió, y por primera vez sus labios dibujaron una leve curva, apenas perceptible. Luego miró a Christian con un gesto breve, como quien reconoce un favor valioso, aunque sin palabras.
Después de unas indicaciones rápidas al doctor y una advertencia para mantener la discreción, el emperador se retiró. El sonido de la puerta al cerrarse fue como un alivio y, a la vez, una carga nueva: ahora quedaban solos, con la verdad y con lo que debía hacerse.
Christian se acercó al lecho, inclinándose un poco hacia Drayce. Su expresión era de incertidumbre, pero también de decisión.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó en voz baja, como temiendo que hasta las paredes pudieran escuchar.
Drayce lo miró fijamente.
—Tenemos que movernos con cuidado —dijo—. Cada paso que demos debe parecer pequeño… pero juntos formarán el camino.
Christian apretó los puños con fuerza. Aún no entendía la magnitud de lo que se avecinaba, pero confiaba en él.
—Haré lo que me pidas, sin dudarlo —aseguró, con firmeza.
Drayce asintió despacio. La confianza de Christian era una chispa para el de esperanza.