Emiliano y Augusto Jr. Casasola han sido forjados bajo el peso de un apellido poderoso, guiados por la disciplina, la lealtad y la ambición. Dueños de un imperio empresarial, se mueven con seguridad en el mundo de los negocios, pero en su vida personal todo es superficial: fiestas, romances fugaces y corazones blindados. Tras la muerte de su abuelo, los hermanos toman las riendas del legado familiar, sin imaginar que una advertencia de su padre lo cambiará todo: ha llegado el momento de encontrar algo real. La llegada de dos mujeres inesperadas pondrá a prueba sus creencias, sus emociones y la fuerza de su vínculo fraternal. En un mundo donde el poder lo es todo, descubrirán que el verdadero desafío no está en los negocios, sino en abrir el corazón. Los hermanos Casasola es una historia de amor, familia y redención, donde aprenderán que el corazón no se negocia... se ama.
NovelToon tiene autorización de Maria L C para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
No sabes amar
Después de la cena con los inversionistas, Augusto se esfumó sin decir ni pío. Nadie sabía dónde se había metido, pero él, como de costumbre cuando necesitaba su espacio, se perdió en la noche, en el caos ese que se disfraza de lujo. Terminó en un lugar que conocía bien, un sitio de esos caros donde va la gente importante de la ciudad. Música suave, copas de burbujas, risas falsas… y rollos escondidos entre las luces bajas y las mesas privadas.
Pidió un trago. Whisky, doble, sin hielo.
Se sentó en la barra y empezó a mirar todo el lugar como si estuviera buscando algo. Parecía un depredador en su ambiente: con clase, imponente, como si nadie pudiera tocarlo. Tomó su trago despacio, dejando que el alcohol le prendiera algo por dentro, algo que tenía que callar.
Y entonces, la vio.
Allá a lo lejos, una cara conocida, una chica, como si fuera a romperse, moviéndose con desesperación. Frunció el ceño. Algo no andaba bien. Reaccionó antes de entender qué pasaba. Se levantó sin decir nada, cruzó el salón con paso firme, esquivando a los camareros y sin saludar a nadie. Se acercó.
—Te dije que me soltaras —le estaba diciendo ella a alguien, con la voz quebrada pero firme.
El tipo que la agarraba tenía la mandíbula apretada y los ojos rojos por el alcohol o el enojo. O las dos cosas. No la soltaba. Ella trataba de zafarse como podía.
—Te vas a arrepentir —gruñó el tipo, sin ver que alguien se acercaba por detrás.
—Lo dudo mucho —dijo Augusto con una voz grave como el trueno antes de la lluvia.
El tipo se volteó. Apenas vio esa mirada helada, que parecía que lo iba a matar.
Augusto tomó la mano de la chica, firme pero suave, y la jaló para que se alejara del otro. Ella, al sentirlo, se agarró a él, como si por fin la hubieran sacado de un infierno.
—¿Algún problema? —preguntó Augusto con tono frío, sin quitarle los ojos de encima al tipo.
El tipo dudó. Pero el nombre Augusto Casasola pesa. Y la mirada que le estaba echando no era la de cualquiera. Era la de alguien que no dudaría en hacerlo puré si fuera necesario.
—No te metas —murmuró el otro, pero dio un paso para atrás.
—Todo lo que le pase a ella me importa —respondió Augusto, con un tono tranquilo que daba miedo.
Se hizo un silencio.
La chica, todavía temblando, bajó la mirada. Él se volteó hacia ella, le levantó la cara con dos dedos y la obligó a mirarlo. Sus ojos, que estaban duros, se suavizaron.
—¿Estás bien?
Ella apenas asintió. Los labios le temblaban. Se le escapó una lágrima. Él se la limpió con el dedo y la abrazó, cuidándola de las miradas, del escándalo, de todo.
—Vamos —le dijo en voz baja, casi como una orden, pero era lo que ella necesitaba.
Y se fueron juntos, dejando atrás la tensión y al tipo que ahora sabía que casi comete el error más grande de su vida.
El silencio los acompañó todo el camino.
Danitza iba con los brazos cruzados, mirando por la ventana del auto, tratando de no explotar por la rabia, la vergüenza y la confusión que sentía. Augusto conducía serio, sin mirarla, pero se le notaba que estaba tenso por lo que había visto.
Llegaron al apartamento de ella y estacionó rápido. Apenas apagó el motor, se bajó y le abrió la puerta. Danitza salió sin decir nada, subió las escaleras y abrió la puerta de golpe. Ni siquiera lo invitó a pasar, pero él entró como si fuera su casa.
—¿Me vas a decir qué hacías con ese imbécil? —preguntó Augusto cerrando la puerta, con la voz dura.
Danitza se volteó rápido, echando chispas por los ojos.
—No es tu problema, Augusto —le soltó con los brazos cruzados—. ¿Quién te crees que eres para aparecer así y actuar como si fueras mi dueño?
Augusto dio un paso adelante, con su aire de superioridad, peligroso.
—¿Mi padrino sabe que su niñita en lugar de estudiar anda de fiesta? —le dijo con ironía.
Danitza sintió que se le subía la sangre a la cabeza. Lo apuntó con el dedo, furiosa.
—¡No te metas! ¡No eres mi papá! —gritó, con la voz temblorosa—. Y si tanto te molestaba lo que veías, no me hubieras sacado de ahí. ¡Nadie te lo pidió!
—Te defendí —le gruñó, acercándose más, con los ojos oscuros—. Ese idiota estaba a punto de pasarse de la raya. No me iba a quedar mirando cómo juegas con fuego.
—¡No te hagas el héroe conmigo! —le respondió con rabia—. ¿O ya se te olvidó que tú también eres parte de mis problemas?
Augusto se detuvo. Apretó los puños. Se sentía la tensión en el aire. Danitza respiraba agitada, roja de la cara. Él apretó la mandíbula, tratando de controlarse.
—Eres insoportable —dijo él, con una sonrisa burlona.
—Y tú un arrogante de mierda —respondió ella, igual de venenosa.
—No entiendo cómo puedes ser tan malagradecida. Te saco de un lío y me lo echas en cara.
—No te pedí nada. ¿Te crees que porque eres Augusto Casasola puedes decidir sobre mi vida?
—No necesito permiso para cuidarte, Danitza —su voz se hizo más baja, seria pero firme—. Y lo voy a hacer, quieras o no.
Danitza dio un paso hacia él. Estaban frente a frente, respirando el mismo aire, como dos tormentas a punto de chocar.
—¿Y por qué te importa tanto lo que haga o no haga? —preguntó, desafiante.
Augusto se quedó callado unos segundos. La miró fijo a los ojos, como buscando algo. Y entonces, explotó:
—Porque me revienta verte con tipos como ese. Porque me da asco pensarte en ese mundo que no te pertenece. Porque aunque trato de alejarme, siempre estás ahí, jodiendo mi cabeza, Danitza.
Ella lo miró sorprendida, con la boca entreabierta. El corazón le dio un vuelco. Pero no iba a ser fácil con él.
—Entonces no me mires. Olvídate de mí, Augusto. No te necesito. Nunca te he necesitado.
—¡Mentira! —soltó él, agarrándola de la muñeca—. Si de verdad no te importara, no temblarías cada vez que me acerco. No me mirarías con esos ojos que me ruegan que no me vaya.
Ella trató de soltarse, pero él la sujetó más fuerte, sin lastimarla, pero sin dejarla escapar.
—Suéltame —susurró, con la voz temblorosa.
—No —murmuró él, mirándola fijo—. No hasta que aceptes que esto entre nosotros existe.
—No hay nada —mintió ella, pero su cuerpo la delataba.
Augusto bajó la mirada a sus labios. Ella lo sintió. Su pecho subía y bajaba rápido. Suspiró y en ese momento, sin pensarlo, la besó.
Fue un beso con rabia, lleno de todo lo que se callaban. Al principio, ella se resistió, pero al final se rindió, enredando los dedos en su camisa, respondiendo a cada roce, a cada reclamo que nunca dijeron.
Cuando se separaron, los dos estaban jadeando.
—Esto… —empezó ella, confundida—. Esto no debería estar pasando.
—Pero pasa —respondió él, con la voz ronca, tocándole la cara—. Cada vez que nos vemos.
Ella lo miró, sin saber si quería pegarle o besarlo otra vez.
—Vete —dijo al final, casi en un susurro.
Augusto asintió. No insistió. Caminó hacia la puerta, pero antes de salir, se volteó.
—No vuelvas a salir con idiotas como ese. Porque la próxima, no voy a ser tan bueno.
Y se fue, dejándola sola… con los labios ardiendo y el corazón hecho pedazos.
Apenas cerró la puerta, Danitza se quedó parada ahí, en la sala, clavada viendo hacia la puerta por donde se había ido Augusto. Su voz todavía resonaba por todos lados, hasta en los huesos. Se abrazó fuerte, a ver si así dejaba de temblar. Dio unos pasos para atrás, hasta que ya no pudo más y se dejó caer al suelo, de rodillas, con un suspiro que se convirtió en llanto.
—Maldita sea, Augusto Casasola… —murmuró entre dientes—. Maldito el día que apareciste en mi vida.
Golpeó el piso con el puño, varias veces, hasta que le dolieron los nudillos. Las lágrimas empezaron a caerle a chorros. No eran silenciosas, más bien gritos callados, reclamos guardados y un montón de amor que no sabía cómo quitarse de encima.
—Te odio… —dijo con la voz temblorosa, tirándose al piso—. Te odio tanto… porque te amo desde chica. Siempre fuiste tú.
Se tapó la cara con las manos, llorando a moco tendido. Los recuerdos la golpearon como si nada: Augusto riendo con su papá, abrazándola cuando tenía miedo, defendiéndola en la escuela… siendo todo para ella sin darse cuenta.
—Pero tú… —susurró con amargura—. Tú no sabes querer…
Y eso era lo peor. Que lo tenía cerca, pero siempre parecía estar a miles de kilómetros. Que la besaba con ganas, la buscaba en la noche, pero siempre había algo que los separaba.
Danitza se volteó en el piso, mirando al techo con los ojos llenos de lágrimas. Le costaba respirar y le dolía el pecho como si le hubieran arrancado algo.
—No sabes querer… —repitió—. Porque amas con rabia, con miedo, con orgullo… y yo no quiero eso.
Se sentó despacio, limpiándose la cara con la manga. Su mirada, ahora más tranquila pero triste, se perdió en la nada.
—No quiero ser tu escape, ni tu problema, ni tu maldita confusión —dijo en voz baja—. Quiero que me elijas… pero tú nunca eliges, Augusto. Solo haces lo que te sale.
Dejó de hablar. Cerró los ojos. Y por primera vez en mucho tiempo, pensó en una vida sin él. Pero no pudo. Porque el amor, cuando está dentro, no se va así nomás. Se queda ahí… en el fondo, dando lata.
Se levantó como pudo, fue a la cocina y se sirvió un vaso de agua. Le temblaban las manos. Al tomar, se pasó de golpe lo que tenía atorado en la garganta.
—Mañana será otro día —se dijo—. Y si tengo que olvidarte… lo haré. Aunque duela. Aunque me cueste todo.
,muchas gracias