Damián Blackwood, es un Alfa dominante que ha construido un imperio oculto entre humanos, jamás pensó que una simple empleada pondría en jaque su autocontrol. Isabella, con su espíritu desafiante, despierta en él un deseo prohibido… pero lo que comienza como una peligrosa atracción se convierte en una amenaza cuando descubre que ella es su compañera destinada. Una humana...
Bajo la sombra de antiguas profecías y oscuros secretos, sus destinos colisionan, desatando fuerzas que nadie podrá contener.
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Noche de insomnio
Damián estaba solo en su oficina, con la vista perdida en la pantalla del ordenador que llevaba cinco minutos en modo de reposo. El informe frente a él estaba intacto, y su copa de whisky —algo inusual a media tarde— apenas tocada.
La puerta se abrió sin previo aviso. Solo una persona se atrevía a hacer eso.
—¿No te enseñaron a tocar antes de entrar? —murmuró Damián sin apartar la vista de la copa.
—¿Y perderme tu cara de conflicto emocional? !Ni loco! —dijo Marcus, entrando con su habitual aire relajado.
Se dejó caer en una de las sillas frente al escritorio y se cruzó de brazos, observando a su amigo con detenimiento.
—¿Qué querés, Marcus? —preguntó Damián, cansado.
—Verte admitir lo que es obvio para todos menos para ti —respondió él, con una ceja levantada—. Te gusta.
—¿Qué? ¿Quién? —interrogó Damián confundido.
—La señorita Montero —respondió Marcus.
Damián soltó una carcajada sin humor.
—¡No digas estupideces!
—¿Ah no? Porque lo que vi hoy en la sala de reuniones fue cualquier cosa menos profesional. Parecías a punto de devorarla. Literalmente.
—Es solamente una empleada —refutó Damián con rigidez— Además, me irrita como nadie. Es testaruda, provocadora, se mete donde no la llaman...
—Y aun así no puedes dejar de mirarla —lo interrumpió Marcus con una sonrisa— !Vamos, Damián! ¿Cuántos años pasaron desde la última vez que alguien te hizo sentir así?
Damián apretó los dientes, bajando la mirada.
—Estás equivocado, Marcus — espetó.
—Entonces... ¿Por qué le pediste disculpas? —lo increpó.
—Porque debo reconocer qué es una excelente empleada, una herramienta muy útil para la empresa —respondió Damián — Y en cuanto a lo otro yo no me siento atraído por ella, esa mujer simplemente me altera más de lo que deberíadebería. Solamente eso.
—¿Y si te altera porque es la indicada? —preguntó Marcus con tono más serio— Puede ser que el destino haya decidido sacarte de ese encierro emocional en el que vives. ¿Y sabés qué? Me alegro que sea ella. Porque no te va a dejar salirse con la tuya tan fácil.
Damián levantó la vista. Sus ojos brillaban con una mezcla de fastidio y duda.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Qué le sonría y finja que no me pone los nervios de punta? Demasiado me he esforzado con lo que hice hoy.
—No. Quiero que le des una oportunidad. Que dejes de atacarla cada vez que propone algo solo porque no podés controlarla —respondió Marcus, más firme ahora—. Porque si sigues así, vas a terminar empujándola lejos. Y te vas a arrepentir.
Damián no respondió de inmediato. Se recostó en la silla, frotándose el rostro con una mano.
—Para tu mayor información, ya hice algo parecido —Marcus ladeó la cabeza esperando una explicación —Le entregué el próximo trabajo, ella será la encargada de todo.
—De todas maneras tienes que pensar en lo que te he dicho, dale una oportunidad.
—¡Está bien, está bien, lo haré!— espetó Damián con fastidio. Odiaba que se metieran en su vida, pero Marcus, era Marcus.
—Espero que así sea—sentenció Marcus, poniéndose de pie— Porque esto, viejo amigo, no puede escaparse de tus manos, y lo sabes.
Sin esperar respuesta, salió de la oficina.
Damián se quedó solo, con la copa en la mano y el eco de esas palabras dándole vueltas en la cabeza.
¿Y si Marcus tenía razón?
¿Y si Selene era más que una empleada molesta?
¿Y si era su destino…?
El resto del día pasó, y gracias al trabajo en la empresa y sus deberes con la manada, Damián pudo mantener su mente concentrada en otra cosa que no fuera Selene Montero o las palabras de su mejor amigo.
Horas más tarde, el penthouse donde Damián vivía estaba en completo silencio, apenas iluminado por la luz tenue que entraba desde los ventanales. La ciudad dormía bajo un cielo cubierto de nubes, anunciando la lluvia que pronto caería sobre ella y solo el sonido distante del tráfico nocturno rompía la quietud.
Al llegar, Damián se desabotonó la camisa y la dejó sobre el respaldo de un sillón, mientras se quitaba los zapatos. Caminó descalzo hasta la terraza y se apoyó en la baranda, con la mirada perdida en el horizonte.
El aire fresco le despeinó el cabello, pero él apenas se inmutó.
Pensaba en ella.
Otra vez.
Selene Montero.
La mujer que había irrumpido en su mundo ordenado como una tormenta impredecible.
Y lo peor de todo era que ni siquiera lo había intentado.
Era... desconcertante.
Había tenido amantes antes. Algunas intensas, otras superficiales. Ninguna había dejado huella. Ninguna había hecho tambalear sus certezas.
Pero ella solo era su empleada...
Y él no sabía si era la forma en que lo desafiaba sin miedo.
Cómo alzaba la barbilla cuando se sentía atacada.
Cómo le sostenía la mirada sin inmutarse.
O esa energía indomable que parecía colarse en su piel sin permiso.
Damián apretó los puños.
No podía permitirlo.
No él.
No ahora.
No con ella.
—Es humana —se dijo en voz baja, casi como un mantra.
Ese era su límite. Ese era el muro infranqueable que había jurado no cruzar jamás.
Por más consejos que Marcus le diera.
Por más que la atracción lo consumiera desde dentro.
Por más que su lobo y ese instinto qué jamás había despertado antes se removiera cada vez que ella estaba cerca.
Él no tenía tiempo para sentir.
Ni margen para distracciones.
Había una empresa que mantener.
Una manada que proteger.
Una profecía que todos desconocían, pero que se acercaba con pasos invisibles.
El amor no tenía lugar en su vida.
Nunca lo tuvo.
Respiró hondo y se alejó de la baranda cuando las gotas de lluvia aumentaron su ritmo.
Tenía que enterrar ese deseo antes de que se volviera una amenaza.
Antes de que Selene Montero se convirtiera en una debilidad.
La lluvia golpeaba contra los cristales del departamento de Selene, en una sinfonía irregular que parecía marcar el ritmo de los pensamientos en la cabeza de la muchacha. Ella estaba sentada en la cama, con las piernas cruzadas y una taza de té entre las manos. Ya eran las doce de la noche y no tenía ganas de dormir.
Había intentado concentrarse en una película, leer un capítulo de su libro favorito, incluso acomodar su placard… pero nada lograba alejarla de una única y persistente idea.
Él.
Damián Blackwood.
Su jefe, el CEO arrogante, controlador, irritante.
El hombre que la hacía querer gritar y suspirar al mismo tiempo.
Con fastidio soltó un suspiro hondo y dejó la taza sobre la mesita de noche. Se recostó contra el respaldo de la cama, mirando al techo como si allí pudiera encontrar respuestas.
—Estoy loca —murmuró, cubriéndose el rostro con una mano.
Porque sabía lo que había hecho al darle su propuesta a Alán. Y sabía que enfrentar a Damián había sido demasiado arriesgado. Poco ético, incluso. Pero necesitaba saber cuál era el problema de su jefe.
Y ahora lo sabía.
El problema era ella.
Damián no la soportaba. O la subestimaba. O ambas.
Y eso, aunque no quisiera admitirlo, le dolía más de lo que debería.
—No me voy a rendir —se dijo con firmeza, apretando la mandíbula.
No había llegado hasta ahí para dejarse opacar por un jefe temperamental. No importaba si él tenía un problema personal con ella, o si simplemente no podía manejar a una mujer con carácter.
Iba a demostrarle de qué estaba hecha, iba a hacer que la siguiente propuesta fuera la mejor de todas, de esa manera él tendría que aceptar cuan equivocado estaba.
Pero en lo profundo, muy en lo profundo, había algo que la inquietaba más que el rechazo profesional.
Era esa maldita tensión en el aire cada vez que él se acercaba.
Esa forma en que su mirada la desarmaba sin tocarla.
Esa intensidad que vibraba entre ellos como un hilo invisible, tirante y peligroso, cuando estaban frente a frente.
Se mordió el labio, incómoda consigo misma.
No podía dejar que eso creciera. No debía.
Él era su jefe.
Y ella no era de las que se enamoraban del hombre equivocado, y a todas luces... Damián Blackwood era el hombre equivocado.
Se obligó a apagar la luz, a recostarse y cerrar los ojos.
Pero la lluvia seguía cayendo, y en su pecho, una tormenta distinta se formaba.
Una que no tenía nada que ver con el clima.
¡Mis felicitaciones y agradecimiento por este nuevo regalo de tu fértil imaginación!
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