Mucho antes de que los hombres escribieran historia, cuando los orcos aún no habían nacido y los dioses caminaban entre las estrellas, los Altos Elfos libraron una guerra que cambiaría el destino del mundo. Con su magia ancestral y su sabiduría sin límites, enfrentaron a los Señores Demoníacos, entidades que ni la muerte podía detener. La victoria fue suya... o eso creyeron. Sellaron el mal en el Abismo y partieron hacia lo desconocido, dejando atrás ruinas, artefactos prohibidos y un silencio que duró mil años. Ahora, en una era que olvidó los mitos, las sombras vuelven a moverse. Porque el mal nunca muere. Solo espera...
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Los susurros del Abismo
En la ciudadela orca, el aire olía a ceniza y desesperación. Hazrral, chamán de los clanes, caminaba con paso frenético por los pasillos del templo negro. Cada sombra le parecía un juicio. Cada rincón, una amenaza.
—¡Inútiles! —bramó, aplastando un altar con un solo golpe—. ¡Han dejado que un paladín y un asesino escapen con el grimorio!
Su respiración era agitada, su piel sudaba veneno. Sabía que no podría ocultar el fracaso. Sabía que ellos lo observaban… siempre.
Extendió una daga de hueso hacia el cielo abierto del templo. La sangre brotó y el ritual comenzó. Círculos rúnicos se encendieron con fuego violeta. Las paredes temblaron. El aire se volvió irrespirable.
Y entonces... ellos respondieron.
Desde el abismo más allá del tiempo, cinco sombras descendieron como lenguas de oscuridad viva. Eran los Señores del Abismo. Demonios antiguos. Entidades que devoraban planetas. Voces sin garganta hablaron con eco ensordecedor.
—Hazrral… —gruñó Belmont, el primero—. Un niño de la luz y un rata de las sombras robaron nuestro libro. ¿Debemos reírnos o destruirte?
Hazrral cayó de rodillas.
—Mis señores… ¡aún tengo el Anillo Rúnico! ¡El plan puede continuar! ¡Mi alma os pertenece!
Belmont levantó una mano infernal. Hazrral se alzó por los aires, asfixiándose, el cuello estrangulado por una fuerza invisible.
—No deberías seguir vivo… —dijo otra sombra, más grave, más antigua.
Pero Belmont lo soltó…
—Aún puedes servir. Pero esta será tu última oportunidad, siervo.
Una energía púrpura descendió sobre Hazrral. Gritó de dolor y gloria. Su cuerpo mutó. Las venas se oscurecieron. Su ojo derecho ardía con fuego abismal. En su mano apareció el Anillo del Abismo y sobre su espalda, flotando, la Espada del Fin, un filo tan oscuro que absorbía la luz misma.
—Eres ahora brujo del vacío. Usa tu poder. Pero no falles otra vez. —sentenció Belmont.
El círculo se desvaneció, pero una figura quedó. Entre las llamas negras emergió una silueta humanoide cubierta por un manto rojo desgarrado. Su rostro estaba oculto. En su espalda reposaba la Espada del Fin.
—Así que… tú eres Hazrral. El perro que arrastran estos demonios.
Hazrral apretó los dientes.
—¿Y tú quién eres, sombra cobarde?
La figura avanzó unos pasos. El fuego tembló a su alrededor.
—Soy el portador de su voluntad. Su ejecutor. Su cuchilla. —La voz era cruel, afilada—. Y pronto… seré el verdugo que corte tu cabeza, simio verde.
Hazrral rugió de furia, pero la sombra no se movió.
—Te equivocas si crees que temo a tus palabras. Disfrutaré devorando tu alma… alimaña.
La figura rió, una carcajada hueca como la muerte misma.
—No sería la primera vez que mato a uno de los tuyos. No será la última. Recuerda mis palabras cuando te estés ahogando en tu propia sangre.
Desapareció entre llamas, dejando a Hazrral temblando, humillado… y más determinado que nunca.
—¡Malditos todos! —gruñó—. ¡No fallaré! ¡Mis legiones serán imbatibles! ¡Convertiré cada aldea humana en ceniza! ¡Samael… Vorn… pagarán con sus entrañas lo que me han robado!
Su mano se cerró en un puño. La Espada del Fin vibraba detrás suyo. El Anillo del Abismo ardía como el ojo de un dios furioso.
—Pronto… el mundo sabrá el precio de jugar con la oscuridad.
sigan así /CoolGuy/
me encanta!!!