Salomé Lizárraga es una joven adinerada comprometida a casarse con un hombre elegido por su padre, con el fin de mantener su alto nivel de vida. Sin embargo, durante un pequeño viaje a una isla en Venezuela, conoce al que se convertirá en el gran amor de su vida. Lo que comienza como un romance de una noche resulta en un embarazo inesperado.
El verdadero desafío no solo radica en enfrentarse a su prometido, con quien jamás ha tenido intimidad, sino en descubrir que el hombre con quien compartió esa apasionada noche es, sin saberlo, el esposo de su hermana. Salomé se encuentra atrapada en un torbellino de emociones y decisiones que cambiarán su vida para siempre.
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Las sospechas de Diego
El ambiente se tornó tenso cuando me encontré con Diego en ese lugar, fue algo inesperado.
—¿Qué haces aquí, Salomé? —inquirió, notando la presencia de Alberto a mi lado.
—Hola, Diego. Yo… este… Alberto y yo estábamos hablando algo sobre Ernestina.
—¿Sobre tu hermana? ¿Y decidieron venir a este café tan alejado de tu casa para eso?
Alberto, al percibir mi dificultad para encontrar una respuesta adecuada, se levantó de la mesa y se dirigió a Diego:
—La razón es que se aproxima el cumpleaños de mi esposa, y planeo organizarle una fiesta sorpresa similar a la que tuvo ayer Salomé. Por eso le pedí que nos encontráramos aquí, para que Ernestina no sospeche nada.
Diego nos observó con cierta desconfianza. Aunque lo que Alberto decía no era descabellado, ya que efectivamente faltaban algunas semanas para el cumpleaños de Ernestina, había algo en Alberto que no le inspiraba confianza.
—Supongo que no les molestará que los acompañe. Entre los tres podemos planificar mejor esa fiesta sorpresa para mi cuñada. ¿No les parece? —dijo con sarcasmo mientras se sentaba a la mesa.
Mis manos temblaban y sentía una inquietud creciente. Era como si mis piernas pudieran fallar en cualquier momento.
—No es necesario, Diego. La verdad es que ya hemos terminado de hablar. De hecho, iba de salida cuando apareciste. —le dije tratando de evadir el incómodo momento.
Alberto también intervino:
—Sí, Salomé tiene razón. Yo también debo irme, porque Ernestina debe estar esperándome. Le mencioné que iba a hacer un poco de ejercicio y ya se ha hecho tarde.
—¡Espera, Alberto! Al menos díganme dónde planean hacer la fiesta sorpresa. —Exclamó Diego intentando indagar más, en el fondo no estaba convencido de nuestras excusas.
Diego no parecía convencido de nuestras explicaciones. La pregunta de Diego me tomó por sorpresa, así que respondí de manera impulsiva:
—La celebraremos en casa. Bueno, debo irme, tengo varias cosas que atender, después te llamo Diego.
—No te vayas, cariño. Recuerda que anoche mencioné que tenemos una conversación pendiente. ¿O se te olvidó?
—No se me ha olvidado, Diego, pero no creo que sea el momento adecuado.
—Considero que es el momento perfecto. Este café parece propicio para generar buenas ideas. No veo por qué no puedes quedarte unos minutos con tu futuro esposo para discutir esa conversación pendiente.
La expresión de Alberto reflejaba incomodidad, pero no podía actuar, ya que eso podría desvelar la situación. Se limitó a decir:
—Bueno, yo debo irme. Los dejo para que hablen con tranquilidad.
Diego, con un tono sarcástico, le dijo:
—Que te vaya bien, Alberto. Nos vemos pronto en la fiesta sorpresa que planeas para tu esposa.
Alberto optó por no responder, sonrió de manera forzada y salió del café rápidamente. Diego me instó a regresar a la mesa, decidido a obtener una explicación sobre por qué no había respondido sus llamadas durante mi estancia en la Isla.
—Salomé, ¿puedes explicarme qué te sucede? Te noto extraña y distante desde que regresaste de la isla.
—No me sucede nada, Diego. Son percepciones erróneas. Si te refieres a que no respondí tus llamadas, ya te comenté que me lastimé el pie y no me sentía bien.
—Esa no es una razón suficiente para no haber respondido. Tampoco considero apropiado que te hayas reunido con tu cuñado a esta hora en este café. ¿No crees que estás generando situaciones que parecen sospechosas?
A pesar de mi esfuerzo por mantener la calma y no delatarme, había algo en mí que despertaba la desconfianza de Diego.
—Creo que estás interpretando mal las cosas. Alberto solo desea organizar una fiesta sorpresa. No veo nada de malo en eso.
—No tengo objeciones a que organicen una fiesta sorpresa para Ernestina, pero no entiendo por qué deben venir a este café para discutir algo que podrían haber tratado en tu casa sin que ella se enterara.
—¡Basta, Diego! Estás buscando un problema donde no lo hay y no tengo la disposición para seguir escuchándote.
En ese instante, cuando intentaba levantarme de la mesa, Diego tomó mi muñeca con firmeza, obligándome a volver a sentarme. Su actitud me sorprendió; nunca había mostrado tal agresividad.
—No hemos terminado de hablar. Estás acostumbrada a actuar a tu manera, y quiero recordarte que dentro de un mes serás mi esposa. A partir de ese momento, las cosas cambiarán.
—No comprendo por qué actúas así conmigo. Tú también deberías ofrecerme una explicación. Por ejemplo, ¿qué haces aquí en este café a esta hora en lugar de estar en tu empresa?
—Iba a encontrarme con un socio cuyo negocio está cerca de aquí. No tengo nada que ocultar, a diferencia de ti, que has estado actuando de manera extraña últimamente.
—Para mí esta conversación ha terminado. Debo regresar a casa. Estoy cansada, no he dormido bien debido al dolor en el pie, y no deseo continuar esta discusión.
Con el dolor punzante en mi pie, me levanté rápidamente y salí del café. Cojeando, trataba de soportar el malestar, pero ya no podía soportar la presión de Diego.
Él permaneció sentado, observando mi salida, pensando: “Esto no me gusta en absoluto. Algo te está sucediendo, Salomé, y estoy decidido a averiguarlo.”
(…)