En la vibrante y peligrosa Italia de 2014, dos familias mafiosas, los Sandoval y los Roche, viven en un tenso equilibrio gracias a un pacto inquebrantable: los Sandoval no deben cruzar el territorio de los Roche ni interferir en sus negocios. Durante años, esta tregua ha mantenido la paz entre los clanes enemigos.
Luca Roche, el hijo menor de los Roche, ha crecido bajo la sombra de este acuerdo, consciente de los límites que no debe cruzar. Sin embargo, su vida da un giro inesperado cuando comienza a sentir una atracción prohibida por Kain Sandoval, el carismático y enigmático heredero de la familia rival.
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06
Mientras en la mansión Sandoval, Kain preparaba sus cosas para el viaje a la playa con Luca. Estaba emocionado por la oportunidad de escapar, aunque fuera brevemente, de las tensiones que lo rodeaban en su hogar. Todo parecía estar tranquilo y en paz mientras metía su ropa y otros artículos en un maletín.
De repente, alguien abrió la puerta de su habitación. Se trataba de Marian, la señora que se ocupaba de las labores domésticas de la casa y que llevaba años trabajando para la familia Sandoval.
—¿Pasa algo, Marian? —preguntó Kain, mirándola con curiosidad.
—Tu padre está preguntando por ti y quiere que vayas a su despacho —dijo Marian, mirándolo con una mezcla de preocupación y lástima.
Kain sonrió ligeramente, tratando de tranquilizarla.
—No me mires así, Marian. Estaré bien —dijo, intentando sonar convincente.
Con esas palabras, salió de su habitación y se dirigió al despacho de su padre junto a Marian. La puerta estaba abierta y, al entrar, vio a Daniel jugando al tiro al blanco.
—¿Quieres jugar? —preguntó Daniel sin mirarlo, concentrado en su objetivo.
Kain se acercó decidido y agarró un dardo. Con un solo movimiento fluido, lanzó el dardo y dio en el centro del objetivo.
—Me gusta lo bueno que eres con la puntería, hijo —dijo Daniel, con una sonrisa de aprobación.
Kain lo miró fijamente, sus ojos reflejando una mezcla de desafío y dolor.
—Al parecer te haces viejo y tienes mala memoria, papá. Olvidaste la paliza de anoche —dijo Kain, sin rodeos.
Daniel lo miró fijamente, su expresión endureciéndose.
—Ya sabes que no me gusta que me desafíen y mucho menos que se metan en mi matrimonio. Los problemas matrimoniales son de dos. Cuando tengas esposa, lo entenderás.
Kain sintió una oleada de ira y frustración, pero trató de mantener la calma.
—No voy a tener esposa —dijo de pronto, sus palabras saliendo antes de que pudiera detenerlas.
Daniel se giró hacia él, sus ojos llenos de una demanda implícita.
—¿Qué dijiste?
Kain se apresuró a rectificar, aunque su voz todavía tenía un tono desafiante.
—No voy a tener esposa para golpearla, papá. A eso me refiero.
Daniel lo observó durante unos momentos, evaluando sus palabras. Finalmente, cambió de tema, aparentemente convencido.
—Y piensas hacer un viaje. Javier te vio preparando un maletín.
Kain asintió, tratando de mantener la conversación en un tono más neutral.
—Sí, voy a la playa con mis amigos de la universidad.
Daniel lo miró, evaluando su respuesta.
—¿Necesitas dinero? —preguntó finalmente.
Kain negó, agradecido de no tener que depender de su padre para esto.
—No, yo tengo.
Daniel asintió, aparentemente satisfecho con la respuesta.
—Bien. Disfruta tu viaje, pero recuerda siempre quién eres y de dónde vienes —dijo Daniel, su voz cargada de advertencia.
Kain asintió y salió del despacho, sintiendo una mezcla de alivio y tensión. Sabía que cualquier interacción con su padre era un juego peligroso, pero al menos por ahora, parecía haber pasado la prueba.
Regresó a su habitación, donde continuó empacando sus cosas. Marian estaba allí, terminando de ordenar.
—¿Estás bien? —preguntó Marian con suavidad.
Kain sonrió ligeramente, aunque su mirada era sombría.
—Lo estaré, Marian. Gracias por preocuparte.
Marian asintió, dándole una palmada en el hombro antes de salir de la habitación. Kain terminó de empacar y se preparó para salir. Sabía que este viaje a la playa con Luca sería una oportunidad para escapar, aunque fuera temporalmente, de la opresión de su vida familiar.
Cuando finalmente estuvo listo, tomó su maletín y salió de la mansión, sintiendo el peso de las expectativas de su padre aún sobre sus hombros. Pero también sentía la esperanza y la emoción de pasar tiempo con Luca, lejos de las sombras que acechaban en su hogar.
Al llegar al punto de encuentro, vio a Luca esperándolo con una sonrisa.
—¿Listo para nuestra pequeña aventura? —preguntó Luca, su voz llena de entusiasmo.
Kain sonrió, sintiendo que, al menos por unos días, podría ser libre.
—Más que listo —respondió, subiendo a la moto junto a Luca y poniendo en marcha su viaje hacia la playa, y hacia una libertad momentánea.
La familia de Luca tenía una pequeña cabaña en las afueras de Roma, situada en la costa. Era un lugar frío que solía tener una pequeña playa con escasa arena, y debido a que nadie la visitaba con frecuencia, ofrecía la privacidad perfecta que Luca y Kain necesitaban. Luca había planeado todo cuidadosamente, sabiendo que su familia rara vez visitaba la cabaña fuera de las vacaciones, y que el cuidador de la propiedad solo pasaba los lunes, miércoles y viernes por la mañana para abastecerla y mantenerla en buen estado.
Luca se había asegurado de que la cabaña estuviera lista para su estancia. La pequeña casa contaba con todas las comodidades necesarias: una chimenea para calentarse en las frías noches, colchones cómodos, alimentos suficientes y mantas para refugiarse del frío.
Kain y Luca llegaron a la cabaña en la tarde del viernes, después de un viaje en moto que había sido una mezcla de emoción y alivio por dejar atrás, aunque temporalmente, sus problemas familiares. Al llegar, Luca sonrió al ver la pequeña cabaña de madera, que se veía acogedora y lista para recibirlos.
—Aquí estamos —dijo Luca, bajando de la moto y estirándose—. Es un lugar perfecto para relajarse y olvidar un poco nuestras preocupaciones.
Kain miró a su alrededor, sintiendo una paz inmediata en el ambiente tranquilo y apartado.
—Es increíble, Luca. Gracias por traerme aquí —respondió, sinceramente agradecido.
Luca sonrió y se acercó a la puerta de la cabaña, sacando la llave de su bolsillo y abriéndola. Al entrar, fueron recibidos por una sala acogedora con una chimenea en el centro y un par de sofás confortables. Las ventanas ofrecían una vista espectacular del mar, cuyas olas se estrellaban suavemente contra la orilla.
—Bueno, pongámonos cómodos —dijo Luca, dejando su maleta junto a la puerta—. Voy a encender la chimenea. Hace bastante frío aquí.
Kain asintió y comenzó a desempacar sus cosas, sintiendo una sensación de calma que no había experimentado en mucho tiempo. Mientras Luca encendía la chimenea, Kain se acercó a las ventanas, observando el paisaje costero con una expresión serena.
—Este lugar es perfecto, Luca. Justo lo que necesitábamos —dijo Kain, sin apartar la vista del mar.
Luca sonrió desde la chimenea, satisfecho de ver a Kain relajarse.
—Lo sabía. Por eso pensé en traerte aquí. Podremos pasar el fin de semana sin preocupaciones, solo nosotros dos.
La chimenea pronto estuvo encendida, llenando la sala con un calor acogedor y un suave resplandor. Luca se acercó a Kain y se paró a su lado, ambos observando las olas en silencio por unos momentos.
—Vamos a preparar algo de comer —sugirió Luca—. Luego podemos salir a explorar la playa un poco.
Kain asintió, y juntos se dirigieron a la pequeña cocina de la cabaña. Encontraron todo lo que necesitaban: alimentos frescos, utensilios y una pequeña estufa. Decidieron preparar una cena sencilla pero deliciosa, disfrutando del proceso de cocinar juntos.
Mientras cocinaban, la conversación fluyó fácilmente, llena de risas y anécdotas. Luca notó que Kain parecía más relajado y feliz, lejos de la opresiva atmósfera de su hogar.
Después de cenar, se abrigaron con chaquetas y mantas y salieron a la playa. La noche había caído y el aire era frío, pero el sonido de las olas y la vista de las estrellas sobre el mar creaban un ambiente mágico.
—Es hermoso aquí —dijo Kain, observando el cielo estrellado—. Gracias por traerme, Luca.
Luca sonrió y se acercó un poco más a Kain, sintiendo el calor de su presencia.
—No tienes que agradecerme, Kain. Estoy feliz de que estemos aquí juntos.
Se sentaron en la arena, envueltos en sus mantas, y se quedaron en silencio, disfrutando de la compañía mutua y la tranquilidad del lugar. El frío se hizo más intenso, pero la calidez de la conexión entre ellos era suficiente para mantenerlos cómodos.
—Siento que aquí podemos ser nosotros mismos, sin tener que preocuparnos por nada más —dijo Kain, su voz suave en la oscuridad.
Luca asintió, su mirada fija en las estrellas.
—Exactamente. Este fin de semana es para nosotros, para olvidar todo lo demás y simplemente disfrutar del momento.
La noche avanzó y finalmente decidieron regresar a la cabaña. Encendieron algunas velas para complementar la luz de la chimenea y se acomodaron en los sofás, charlando y riendo hasta que el cansancio los venció.
Mientras Kain se recostaba, sintió una paz que hacía mucho no experimentaba. Luca, a su lado, le dio una última sonrisa antes de que ambos se quedaran dormidos, envueltos en el calor de la chimenea y la seguridad de estar juntos.
El fin de semana en la cabaña resultó ser justo lo que necesitaban. Pasaron el día explorando la playa, cocinando juntos, y hablando de sus sueños y esperanzas. Cada momento fortalecía su conexión, y para Kain, fue un recordatorio de que siempre había un rayo de luz, incluso en los tiempos más oscuros.
Después de la cena, Luca recordó que tenía un tablero de parchís que había guardado para cuando asistiera en las vacaciones con su hermano, para tener algo con qué entretenerse en las noches. Decidió que sería una excelente manera de pasar el tiempo con Kain. Buscó el tablero y lo puso sobre la mesa de madera del recibidor, sonriendo mientras preparaba las piezas.
Kain se echó a reír divertido al ver el tablero.
—No sé jugar esto, lo mío son las motos —dijo Kain, sacudiendo la cabeza con una sonrisa.
Luca sonrió y le respondió.
—Claro, pero aquí no puedes ponerte a correr en moto como un loco. Así que te enseñaré.
Se sentaron uno frente al otro, y Luca comenzó a explicarle a Kain cómo mover las fichas, mostrándole que cuatro fichas de un solo color serían suyas, mientras que las otras de un color diferente serían de Kain.
—Es simple. Cada vez que lanzas el dado, mueves una de tus fichas el número de espacios que indica el dado. El objetivo es llevar todas tus fichas desde el punto de partida hasta la casa en el centro del tablero —explicó Luca, moviendo una ficha para demostrar.
Kain observó con atención, captando rápidamente las reglas del juego. Pronto, ambos se sumergieron en el juego, moviendo sus fichas y lanzando los dados. Luca disfrutaba enseñándole a Kain, y la risa y el buen humor llenaban la habitación.
—Eres un buen alumno —comentó Luca, mientras Kain movía una ficha estratégicamente.
Kain soltó una carcajada.
—Aprendo rápido —dijo, mientras hacía una jugada que lo ponía en ventaja.
Luca lo miró confundido, sorprendido por la rapidez con la que Kain había dominado el juego.
—No era que no sabías jugar —dijo Luca, con una sonrisa divertida.
Kain rió más fuerte.
—Sí, pero parece que tengo talento oculto para esto —respondió, disfrutando de la broma.
Continuaron jugando hasta que Kain comenzó a sentir hambre de nuevo. Luca, siempre atento, notó el hambre en los ojos de Kain y sonrió.
—¿Te apetece un pastel? —sugirió Luca, levantándose.
Kain entrecerró los ojos, mirándolo con una mezcla de incredulidad y diversión.
—Luca, eres una ama de casa. ¿Qué no sabes hacer? —dijo Kain, riendo.
Luca se encogió de hombros, sonriendo de manera traviesa.
—Pues, no soy tan bueno en las motos como tú, pero en la cocina me defiendo —respondió, dirigiéndose a la cocina.
Kain lo siguió, interesado en ver cómo Luca preparaba el pastel. Mientras Luca sacaba los ingredientes y comenzaba a trabajar, Kain se recostó en la barra de la cocina, observándolo con curiosidad.
—¿Qué tipo de pastel vamos a hacer? —preguntó Kain, disfrutando del ambiente relajado.
—Uno sencillo de chocolate. Es fácil y rápido, pero delicioso —respondió Luca, mezclando los ingredientes con habilidad.
Kain miró con admiración la destreza de Luca en la cocina.
—Debería haberte conocido antes, así no tendría que comer las cosas horribles que preparan en casa —bromeó Kain, disfrutando de la compañía y el momento.
Luca rió, disfrutando la oportunidad de mostrarle a Kain una parte de su vida más tranquila y simple.
—Bueno, ahora tendrás algo bueno para recordar de este viaje —dijo Luca, mientras vertía la mezcla en un molde y la ponía en el horno.
Mientras el pastel se horneaba, se sentaron en la cocina, charlando y riendo. Luca le contó historias de su infancia en la cabaña, y Kain compartió anécdotas de sus aventuras en moto.
Cuando el aroma del pastel de chocolate comenzó a llenar la cocina, Kain se inclinó hacia adelante, olfateando con deleite.
—Huele increíble —dijo, con una sonrisa anticipada.
Luca sonrió, sintiéndose satisfecho de poder ofrecerle a Kain un momento de alegría.
—Solo unos minutos más y estará listo —dijo, revisando el horno.
Finalmente, el pastel estuvo listo. Luca lo sacó del horno y lo dejó enfriar un poco antes de cortarlo en porciones generosas. Le pasó un plato a Kain, quien tomó un bocado y cerró los ojos en señal de aprobación.
—Esto es increíble, Luca. En serio, eres un chef —dijo Kain, disfrutando cada bocado.
Luca sonrió, feliz de ver a Kain disfrutar.
—Me alegra que te guste. Nada como un buen pastel para terminar la noche.