Ivette Mora es una madre de dos hijos que prefiere pasar su vida sola, el maltrato y desamor que sufrió con el padre de sus hijos dejó huellas en lo más profundo de su ser, en una jugada del destino se cruza con Gustavo Martínez y viven una historia de amor plena. Pero un error hará perder la confianza, allí empezará la difícil tarea de reconquistar a su amor o dejar que todo se pierda.
Una historia de amores y desencuentros.
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El difícil momento de contarle a los hijos su enfermedad.
Al llegar a casa ese día, Ivette se sentía muy triste, como que el mundo había caído sobre ella, pensaba en sus hijos, una niña de doce años y un varón de quince qué solo dependían de ella. No tenía a nadie que la apoye y ese cáncer, si bien era el comienzo, estaba en primera etapa con muchas posibilidades de superar, el miedo la embargo de tal forma que se nublaba su razón, los dos días siguientes fueron duros, pero el tercer día se dijo a si misma" me toca vivir esto, lo llevaré con dignidad y lo que tenga que pasar será igual" así que sentó a sus dos hijos.
—Mis pequeños, ¿cómo están? — le dijo sin mucho preámbulo, — voy a contarles algo y lo hablaré solo esta vez, no quiero que me pregunten más sobre este tema.
Sus hijos la miraban fijamente sin entender mucho, además era una charla inesperada, — Mamá que pasó?— hicimos algo? Le preguntó su hijo.
—No hijo, es algo mio que debo contarles. Respondió Ivette, — Quiero que sepan que padezco algo, que espero que todo salga bien.
—Qué tienen mamita? La interrumpió su hijo.
Ivette suspiró, respiro profundo y les dijo —descubrieron que tengo cáncer —
los ojos de sus hijos se fijaron en ella esperando quizá que diga que era una broma de mal gusto, pero no fue así, ella siguió diciendo —el médico dijo que tengo grandes posibilidades de revertir este resultado ya que lo han descubierto a tiempo, aún así quiero hacer todo el proceso que me piden y no quiero que me pregunten nada, si hay algo importante que decir yo se los comunicaré...
Su hija era un poco más dura de carácter, casi no mostró expresión en su rostro, no significa que no sintiera nada, pero era más fuerte, pero su hijo tenía su mirada llena de desespero, o dolor, como mamá no podía identificar que decían en sus ojos.
—Estoy segura que estaré bien, solo tengan paciencia porque no es fácil para mí — bajó su rostro, no podía soportar el dolor que veía en su hijo quien en silencio escuchaba confundido se volvió a él y le dijo —hijo ten confianza, hemos sido nosotros tres siempre y seremos así siempre.
Dentro de ella igual pensaba en sí respondería bien al tratamiento, tenía miedos inexplicables y en ese momento solo quería salir de ese proceso cuanto antes y volver a disfrutar de sus hijos.
Gustavo no dejaba de pensar en esa desconocida mujer que se cruzó en su camino se preguntaba día a día si es que ella se cruzó a propósito delante del vehículo, si solo estaba distraída o era tanto su angustia que no sabía lo que hacía. Le parecía bonita en su recuerdo, con ojos tristes, los más tristes que había visto en su vida.
¿Pero que tenía ella que no podía olvidarla? ¿Por qué se sentía tan absorbido por el recuerdo de su fugaz encuentro? Deseaba encontrarla nuevamente para calmar esa inquietud. No muchos días después fue a un centro urbano, un edificio que era una metrópolis el quería comprar un regalo para su hija y estaba mirando desde la vitrina un vestido, de pronto al girar para retirarse reconoció a Ivette qué estaba sentada en un café, solo bebía agua, su rostro era pálido, con aspecto de cansancio o enfermedad.
Quería acercarse, no encontraba la excusa o la forma, no quería que sintiera que estaba acosando y persiguiendo, la miraba desde una distancia prudente.
Ella se veía mal, era su primer día de tratamiento y había quedado mareada, no tenía quien la acompañara al médico, el centro médico estaba cerca y pudo caminar para sentarse en este café, no podía siquiera comer algo, tenía náuseas, se sentía mareada, agotada y perdida.