Una esposa atrapada en un matrimonio con uno de los mafiosos
más temidos de Italia.
Un secreto prohibido que podría desencadenar una guerra.
Fernanda Ferrer ha sobrevivido a traiciones, intentos de fuga y castigos.
Pero su espíritu no ha sido roto… aún. En un mundo donde el amor se mezcla con la crueldad, y la lealtad con el miedo, escapar no es solo una opción:
es una sentencia de muerte.
¿Hasta dónde está dispuesta a llegar por su libertad?
La historia de Fernanda es fuego, deseo y venganza.
Bienvenidos al infierno… donde la reina aún no ha caído.
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LA TORMENTA ANTES DE LA CALMA
HORAS ANTES
La noche había caído sobre la mansión Bianchini como un manto espeso de tensión.
Las luces del pasillo brillaban con una intensidad silenciosa, como
si hasta la electricidad supiera que algo iba a pasar.
Fernanda permanecía sentada en el alfeizar de la ventana, vestidacon pantalon y abrigo ahogado.
que ya no sentía suya. Sus ojos estaban clavados en la línea de árboles que rodeaba los muros exteriores
de la propiedad. Sabía que, en algún punto de esa oscuridad, alguien venía por ella.
No sabía quién exactamente, ni cómo, ni cuándo, pero lo sentía en los huesos.
Y aunque el corazón le latía con fuerza, una parte de ella también temía lo peor.
Había visto muchas veces cómo Nicolaok frustraba intentos antes incluso de que se concretaran.
Sabía que ese hombre tenía ojos y oídos en cada rincón de Italia… y a veces, más allá.
Mientras tanto, a kilómetros de distancia, Isabella respiraba con dificultad dentro de un viejo túnel ferroviario abandonado cerca de la frontera. A su lado, un grupo reducido de hombres y mujeres
armados la observaban con atención. Nadie hablaba. Cada uno sabía lo que estaba en juego.
Todos estaban allí por ella… y por Fernanda.
—Isabella: ¿Estamos listos?
preguntó Isabella, atándose el cabello con manos temblorosas.
—Listos —respondió uno de los hombres, un exmiembro del ejército francés.
—Solo tenemos una oportunidad. Una falla y no saldremos vivos.
—Isabella: Ella vale ese riesgo.
dijo Isabella con determinación
—La familia romanov nos salvó a todos en algún punto. Es hora de devolverle el favor.
Dentro de la mansión, el pasillo de mármol estaba en silencio. Los guardias se turnaban
frente a la puerta de Fernanda. Dos afuera, uno en el pasillo lateral.
Nadie imaginaba que, justo a esa hora, una camioneta negra
con placas falsas se detenía silenciosamente cerca del bosque,
detrás de una reja lateral mal vigilada. Nadie excepto Franchesco.
Desde su automóvil estacionado a tres cuadras,
Franchesco observaba con los ojos clavados en su celular.
No debía estar allí. No debía saber nada. Y sin embargo,
había ayudado de forma indirecta: entregando códigos, distrayendo cámaras, desviando personal.
—Por última vez —murmuró mientras apagaba el motor.
— Por ti, Fernanda. Pero después de hoy… desapareces de mi vida.
Dentro de la mansión, un zumbido interrumpió la rutina. Los sistemas de seguridad empezaron a parpadear.
Un corte de energía. Justo como estaba planeado. En medio del desconcierto, los guardias frente
a la habitación de Fernanda se tensaron.
Uno de ellos sacó su radio, pero antes de que pudiera hablar, una explosión leve retumbó desde el
ala este de la propiedad.
—¡Ataque! —gritó uno—. ¡Tenemos intrusos!
El caos estalló.
Fernanda se levantó de golpe. Su pecho subía y bajaba con rapidez.
Corrió hacia la puerta, pero esta seguía cerrada con llave.
No tardó en escuchar disparos. Gritos. Pasos apresurados.
Isabella y su equipo habían ingresado.
El pasillo central se convirtió en un campo de batalla.
Los hombres del equipo francés disparaban con precisión quirúrgica.
Cada bala estaba dirigida a incapacitar, no a matar. No querían guerra, querían liberación.
—Avancen al ala norte, Fernanda está en la habitación 12
—gritó uno de los líderes por el intercomunicador.
Pero algo no encajaba.
En el segundo piso, Nicolaok observaba desde su despacho los monitores alternativos
de seguridad que solo él y Francesco conocían.
No había cortado todo el sistema. Había dejado una parte activa. Siempre lo hacía. Nunca confiaba del todo.
—Idiotas —murmuró con una sonrisa oscura—. Justo como lo imaginé.
Fernanda golpeaba la puerta con fuerza. Los disparos afuera eran cada vez más cercanos.
, pero se contuvo. Sabía que una sola señal errada podía revelar su ubicación.
Entonces, escuchó algo.
Un clic.
La cerradura.
Se abrió la puerta con lentitud.
—¿Isabella? —susurró.
Pero no era Isabella.
La puerta se abrió de golpe. Alexei entró primero. Detrás, Isabella, con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Fernanda!
La abrazó con fuerza. El tiempo se detuvo por un segundo.
El reencuentro fue breve, pero profundo.
Como si sus almas se reconocieran en medio del infierno.
— ¡Tenemos que salir! —dijo Alexei.
Comenzaron a correr. Pero entonces, el caos.
Alarma general.
Luces encendidas.
Tiros.
Un hombre del grupo cayó en seco por un disparo certero.
—¡Atrás! —gritó otro—. ¡Están bloqueando la salida principal!
—¡A la cocina!, el jardin trasero ya —ordenó Isabella—. Hay otra ruta.
Corrieron. El tiroteo era ensordecedor. La mansión se había convertido en un campo de guerra.
Fernanda cayó al suelo cuando una explosión sacudió saliendo al jardin. Isabella la levantó.
—¡Vamos, vamos!
Pero cuando llegaron al pasadizo trasero, lo encontraron sellado.
—¡¿Qué mierda?! —gritó uno de los hombres.
Alexei maldijo.
—Nos traicionaron. Alguien filtró el plan.
Isabella miró a Fernanda. Sus ojos temblaban.
—No podemos salir.
—Sí pueden —dijo Fernanda, con los ojos firmes—. Yo me quedo.
—¡No!
—¡Es la única forma! Él no me matará ahora. Pero a ustedes… sí.
Alexei negó con la cabeza.
—No vinimos hasta aquí para dejarte
Fernanda se acercó a Isabella. Le sujetó el rostro.
—Tienes que sobrevivir. Encuentra a tu padres.
Derrócalo desde afuera. Pero prométeme… prométeme que vivirás.
Las lágrimas de Isabella cayeron.
-Te lo juro.
Fernanda le entregó su collar. El mismo que llevaba desde niña.
El único recuerdo que no le habían arrebatado.
—Cuando me veas de nuevo —susurró—, será libre… o será muerta.
—¡Fuego! —gritó una voz distinta.
No era una orden. Era una trampa.
Un escuadrón completo de hombres armados surgió desde los costados del jardín interior.
Nicolaok los había rodeado.
Las balas llovieron. El caos fue total. Isabella rodó por el suelo mientras disparaba.
Uno de los suyos cayó junto a ella, herido de gravedad.
—¡¡Atrás!! ¡¡Retirada!! —gritó mientras veía a su combatiente
—¡ISABELLA! —gritó.
—¡FERNANDA, NO!
Pero ya era tarde.
Los hombres de Nicolaok rodearon a Fernanda. Uno de ellos la tomó por el brazo, otro apuntó a Isabella.
—¡No disparen! —ordenó Nicolaok apareciendo entre las sombras con una pistola plateada—. Está bien. Ya terminó.
Fernanda temblaba de rabia y desesperación.
—¡NO! ¡Isabella, corre!
A poco kilómetros de distancia, Franchesco se golpeaba el volante con furia.
—¡Mierda…! —murmuró.
Había visto las luces, los disparos. Y supo que todo había fallado.
Sabía lo que venía ahora.
Y lo peor es que no podía hacer nada más.
De regreso en la mansión, Fernanda fue arrastrada dentro por dos de los guardias.
Isabella y el resto del equipo logró escapar por segundos… pero el daño estaba hecho.
El intento había fracasado.
Y Nicolaok ahora sabía que había traidores más cerca de lo que imaginaba.
Fernanda, mientras era empujada de vuelta a su habitación, no podía dejar de pensar en una sola cosa:
—Fallamos…
pero volverán.
Volveremos.
Y la próxima vez…
no habrá errores.