Griselda murió… o eso cree. Despertó en una habitación blanca donde una figura enigmática le ofreció una nueva vida. Pero lo que parecía un renacer se convierte en una trampa: ha sido enviada a un mundo de cuentos de hadas, donde la magia reina… y las mentiras también.
Ahora es Griselda de Montclair, una figura secundaria en el cuento de “Cenicienta”… solo que esta versión es muy diferente a la que recuerdas. Suertucienta —como la llama con mordaz ironía— no es una víctima, sino una joven manipuladora que lleva años saboteando a la familia Montclair desde las sombras.
NovelToon tiene autorización de abbylu para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
capítulo 4
A la mañana siguiente, el castillo amaneció cubierto por una niebla espesa y un silencio incómodo. Solo se oía el rumor de escobas limpiando los estragos de la fiesta y los bufidos del mayordomo mientras recogía confeti de oro del salón principal.
En el gran comedor, el Príncipe Lionel sorbía su café con la rigidez de una estatua. Perfectamente peinado, perfectamente tieso, perfectamente aburrido.
—No puedo creer que se haya ido sin decir su nombre —murmuró por décima vez en la última hora.
Filip, sentado con las piernas cruzadas y los zapatos de cristal sobre la mesa, tomaba su chocolate caliente con la tranquilidad de quien no piensa casarse esa semana.
—¿Y tampoco recordás su rostro? —preguntó sin levantar la vista.
—¡Por supuesto que lo recuerdo! Tenía... ojos. Y labios.
—Qué útil. ¿No eran verdes? —dijo Filip, mordiendo una galleta.
—¿Verdes? ¿Estás loco? ¡Azules como el cielo!
Filip resopló. —Hermano... ¿estás seguro de que viste a la misma mujer que yo?
Lionel lo fulminó con la mirada.
—Tú no entiendes, Filip. Esta mujer... tenía algo. Era pura, delicada, refinada. Bailaba como una pluma. ¡Como un ángel!
Filip observó los zapatos de cristal sobre la mesa.
—¿Y por eso querés salir por todo el reino pidiéndole a las mujeres que se prueben esto? ¿No sería más fácil pedir que canten o bailen y ver si reconocés su voz?
—¡El zapato es mágico! —exclamó Lionel con indignación—. Solo calzará a la verdadera doncella.
—¿Y si tenía una hermana gemela con el mismo pie?
—¡No interrumpas la lógica romántica con tus preguntas absurdas!
Filip puso los ojos en blanco.
—¿Y tu que?¿qué pasa con la otra dama? La que se quitó los zapatos y huyó diciendo cosas raras sobre juanetes y economía. ¿No se supone que también la estas buscando?
Dijo Lionel mirando a su primo con sorna.
—¿Estás hablando de mi misteriosa salvaje de los arbustos?
Filip sonrió, apoyando los pies sobre la mesa.
—Ella era... diferente.
—“Diferente” es una forma suave de decir “peligrosamente impredecible”.
—¡Era encantadora! Se reía de todo. Se quitó los zapatos antes de correr. ¡Eso es pragmatismo! ¿Sabés cuántas damas nobles pueden hacer eso sin romper una uña y un escándalo?
Lionel suspiró y se puso de pie.
—Sea como sea, partimos en una hora. He preparado una lista con los nombres de todas las casas nobles del reino. Visitaremos una por una. Una de esas mujeres será la futura reina.
Filip se rascó la barba, mirando los zapatos con aire pensativo.
—Una de esas mujeres... o ninguna de ellas.
***
En la casa Montclair, Griselda desayunaba pan frío y manteca rancia, intentando ocultar su nerviosismo bajo una capa de indiferencia malhumorada. Su madre leía el periódico, Anastasia se enroscaba un rulo con el dedo, y Cenicienta... oh, Suertucienta, cortaba fruta con una sonrisa taimada.
—¿Dormiste bien, hermanita? —preguntó Cenicienta, sin levantar la vista de la manzana que pelaba.
Griselda fingió bostezar.
—Como un bebé... arrojado por una ventana.
Anastasia soltó una risita, pero su madre la calló con una mirada.
—He oído rumores —dijo la duquesa Evelyne con voz baja—. El príncipe Lionel y su primo están recorriendo el reino. Están buscando a las mujeres que huyeron del baile.
Griselda tragó saliva.
—¿Y qué piensan hacer? ¿Pedir que nos pongamos en fila y les entreguemos los pies?
—Exacto —dijo Cenicienta con su sonrisita angelical—. Buscan a la dama a la que le calce un zapato de cristal. Un plan muy romántico. Muy... simple.
—Simplemente estúpido —replicó Griselda—. ¿Quién elige a una esposa por el tamaño de su pie? ¿Qué sigue, elegir ministros por la simetría de las cejas?
—Shhh, niñas —interrumpió Evelyne—. Si alguna de ustedes tuvo contacto con alguno de los príncipes anoche… sería mejor que lo dijera ahora.
Todas guardaron silencio.
—No vi a ninguno —dijo Anastasia.
—Yo solo bailé con un conde calvo —añadió la duquesa.
Cenicienta se encogió de hombros.
—Estaba muy ocupada limpiando los platos del buffet.
Griselda la miró. Sabía que mentía. Ella también estuvo allí. También huyó. Y también busca su final feliz.
—Ninguna de nosotras calzará ese zapato —dijo Griselda con voz seca—. Pero una de nosotras sí lo usó… aunque no como esperaban.
***
Horas después, los príncipes llegaron a la ciudad.
Una multitud se congregaba en la plaza mientras los heraldos anunciaban:
—¡Por orden del Príncipe Lionel de Arbouria, todas las jóvenes solteras deberán presentarse para probarse el zapato de cristal!
Las mujeres chillaban, se empujaban, se quitaban los zapatos como si fueran a una liquidación real. Algunos hombres también se presentaban, por si acaso. Filip no paraba de reír.
—Esto es mejor que el teatro.
—Concéntrate —gruñó Lionel—. La mujer perfecta está aquí, lo sé.
—Y mi dama misteriosa también —añadió Filip, con los ojos fijos en la multitud—. Aunque me temo que será más difícil encontrarla.
—¿Por qué te dejó sus zapatos? ¿Quién da DOS zapatos? —se quejó Lionel, confundido.
—Una mujer con sentido del humor —respondió Filip con una sonrisa.
***
En la casa Montclair, la tensión era espesa como sopa de arvejas. Un mensajero llegó con una nota:
—Su excelencia Lionel visitará su residencia mañana por la tarde. Prepárense.
Griselda tragó saliva y cerró la puerta. Apoyó la espalda contra la madera.
Era hora de pensar en un plan.
Porque si la prueba del zapato llegaba… y el zapato le calzaba a más de una... entonces la verdad saldría a la luz.
Y Suertucienta no estaba acostumbrada a perder.