Lisel, la perspicaz hija del Marqués Luton, enfrenta una encrucijada de vida o muerte tras el súbito coma de su padre. En medio de la vorágine, su madrastra, cuyas ambiciones desmedidas la empujan a usurpar el poder, trama despiadadamente contra ella. En un giro alarmante, Lisel se entera de un complot para casarla con el Príncipe Heredero de Castelar, un hombre cuya oscura fama lo precede por haber asesinado a sus anteriores amantes.
Desesperada, Lisel escapa a los sombríos suburbios de la ciudad, hasta el notorio Callejón del Hambre, un santuario de excesos y libertad. Allí, en un acto de audacia, se entrega a una noche de abandono con un enigmático desconocido, un hombre cuya frialdad solo es superada por su arrogancia. Lo que Lisel cree un encuentro efímero y sin ataduras se convierte en algo más cuando él reaparece, amenazando con descarrilar sus cuidadosos planes.
NovelToon tiene autorización de Arane para publicar essa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 7. Flores
La cena había llegado a su fin y los invitados se dispersaron en pequeños grupos, sumidos en conversaciones sobre diversos temas.
Los hombres, con grandes puros entre sus dedos, discutían acerca del comercio, las últimas noticias políticas, las tácticas militares en las fronteras y la influencia creciente de la nobleza en los asuntos del reino. Las estrategias para manejar las tensiones con territorios vecinos también eran un tema recurrente. Reflejando la constante preocupación por la seguridad y estabilidad de Castelar.
Por otro lado, las mujeres intercambiaban cumplidos sobre sus atuendos y se dedicaban a cotillear sobre las futuras uniones matrimoniales entre las familias nobles. Un juego de poder disfrazado de romance. Además, conversaban sobre las últimas tendencias en moda y los textiles exóticos que empezaban a llegar a la capital. Signo de la creciente apertura del reino hacia culturas lejanas.
Lisel, sintiéndose abrumada por el ambiente cargado, decidió buscar un respiro en los jardines del palacio.
Una vez fuera, se vio rodeada de una explosión de colores y aromas.
Rosas de un rojo intenso que parecían capturar la esencia misma de la pasión, amapolas que brillaban con la intensidad del sol, violetas de un tono purpura claro, que contrastaban con los vivaces tonos de los tulipanes amarillos y naranjas. Las peonías, con sus suaves pétalos rosados, aportaban un toque de elegancia sutil al conjunto.
Cada flor, con su color único y su aroma distintivo, parecía contar su propia historia, ofreciendo a Lisel un momento de paz y reflexión en medio de la agitación de la corte.
—Eres una experta en escabullirte —la voz ruda y firme de Alaric hizo que Lisel se estremeciera. Su cuerpo tembló ligeramente ante su inesperada presencia.
—¡Duque! —exclamó, su sorpresa era evidente, mientras luchaba por recuperar la compostura.
—Has logrado salir del salón del palacio sin ser vista. Una verdadera hazaña en un lugar repleto de nobles curiosos —comentó Alaric, observándola con detenimiento.
—Ah, eso... Solo quería tomar un poco de aire —respondió Lisel, con su voz ganando algo de calma al darse cuenta de que él se estaba refiriendo al momento presente.
—¿Y qué haces aquí? —preguntó Alaric con tono inquisitivo.
—Solo estaba admirando las flores —dijo ella, intentando sonar despreocupada.
Alaric frunció el ceño, como si la idea de admirar flores le resultara extraña y trivial.
—Hay demasiadas —dijo con un dejo de desdén.
—En el norte, solo crece un tipo de flor, y eso es suficiente.
—El Lirio de Cristal —murmuró Lisel. Más para sí misma, pero Alaric escuchó su comentario.
—Veo que sabes de lo que hablo —observó él, con una sombra de interés cruzando su rostro.
Los Lirios de Cristal, una flor exótica y rara, solo florecían en las heladas tierras del norte. Una belleza inalcanzable para la capital.
—Será mejor que vuelva, ha sido un placer conocerlo, Duque —se apresuró a decir Lisel, ansiando escapar de la intensa presencia de Alaric.
—Espera —ordenó él con tono de autoridad y una pizca de enojo en su voz.
"Siempre huyendo" pensó, mientras observaba su reacción.
Lisel apretó los labios en un gesto de disgusto y nerviosismo. Alaric dio unos pasos firmes hacia ella, inclinándose para igualar su altura. La diferencia entre ambos era notable, él la superaba por más de una cabeza.
—Me intriga —dijo Alaric, su voz baja pero intensa.
—¿Por qué me resultas tan familiar?
Lisel se sintió abrasada por la mirada de Alaric. Su rostro se tiñó de un rojo brillante, y sus manos temblaron. Intentó hablar, pero las palabras se le trabaron en la garganta, solo logrando emitir un leve tartamudeo.
—Yo-o, no sé de qué me habla, quizás se haya confundido. Tengo un rostro muy común, ¿sabe? —dijo Lisel, forzando una sonrisa mientras apuntaba con un dedo a su rostro forzosamente sonriente.
A Alaric, no se le escapó el tono fingido. Aunque permanecía serio se estaba divirtiendo por su intento de evasiva.
—Ah, debe ser eso —dijo Alaric, fingiendo de repente una comprensión.
—Un rostro común. En la capital hay tantas personas, no como en el norte.
El tono de Alaric, claramente juguetón, solo sirvió para incrementar la incomodidad de Lisel. A pesar de su intento de mantener la calma, podía sentir cómo la situación la ponía cada vez más tensa.
—Así es, la capital está repleta de gente —dijo Lisel, tratando de mantenerse a la par en el juego de palabras.
—Debe ser difícil destacar entre la multitud —continuó el duque mientras sus ojos grises brillaban con un aire de burla.
—Aunque, debo admitir, algunos rostros son más... memorables que otros.
Lisel, consciente de la dirección en la que se dirigía la conversación, buscó una forma de cambiar el tema.
—Hablando de la capital, ¿cómo encuentra su estancia aquí, Duque? —preguntó, intentando desviar su atención.
Alaric notó el esfuerzo de Lisel por cambiar el rumbo de la conversación, su expresión revelaba una conciencia aguda de su táctica.
—Intrigante, sin duda. Cada lugar que visito es una revelación —respondió.
—Y usted, Lady Lisel ¿siempre encuentra los jardines tan fascinantes, o solo cuando necesita escapar de las formalidades de la corte?
Lisel sintió que la conversación se estaba volviendo un peligroso juego de esgrima verbal.
—Los jardines ofrecen un respiro necesario —dijo con una sonrisa tensa.
—Es una suerte poder encontrar un refugio, incluso en medio del caos —concluyó Alaric con tono sugerente.
Lisel sintió un escalofrío ante la insinuación implícita en sus palabras. Su mente buscó frenéticamente una respuesta adecuada, algo que mantuviera la conversación lejos de terrenos más peligrosos.
—Hay momentos, Duque Bertram, en los que todos necesitamos estar solos con nuestros pensamientos —respondió Lisel, su voz teñida de cautela.
—La soledad puede ser una amiga valiosa.
Alaric la observó con un destello de reflexión cruzando su rostro.
—En el norte, la soledad es una compañera constante —su voz, aunque suave, llevaba un peso de autoridad.
—Pero incluso ella necesita ser interrumpida en ocasiones.
—El equilibrio es clave, Duque —Lisel intentó mantener la conversación en un terreno seguro, aunque sentía que se adentraban en aguas peligrosas.
—El equilibrio, ciertamente —Alaric la miró directamente con expresión impasible.
—Pero a veces, la balanza se inclina de maneras inesperadas. ¿No cree, lady Lisel?
Antes de que Lisel pudiera articular una respuesta, una voz conocida irrumpió en su delicado diálogo. Era Carlier, su rostro reflejaba una mezcla de agitación y descontento.
—¡Lisel, ahí estás! Madre y yo estábamos preocupados por ti —dijo Carlier, claramente molesto por encontrarlos solos.
Alaric giró su cabeza hacia Carlier, sus ojos no mostraban sorpresa ni interés.
—Duque Bertram, no esperaba verlo aquí —la voz de Carlier denotaba su incomodidad.
—Admiraba las... flores —replicó Alaric con un tono seco y desinteresado, sin apartar su mirada de Lisel, dejando entrever un matiz de desdén.
—¿Flores? —preguntó el joven, incrédulo ante la respuesta. La idea de un hombre con la reputación de Alaric Bertram contemplando flores parecía rozar lo absurdo.
Lisel casi sonrió al escuchar lo poco convincente que sonaba. Claramente, el duque no se había molestado en buscar una excusa más creíble.
"Ni siquiera ha intentado disimular" pensó para sí misma.
La tensión entre Alaric y Carlier era casi palpable.
Carlier, luchando por mantener la compostura, sabía que no podía enfrentarse abiertamente a alguien de la posición del duque. En circunstancias normales, no habría dudado en arrastrar a Lisel lejos de la presencia de cualquier hombre. Reprendiéndola severamente a golpes por atreverse a mantener una conversación a solas.
Sin embargo, la figura que tenía delante no era un noble cualquiera, sino el sobrino del rey y el duque del norte, un hombre cuya influencia y poder eran innegables.
La consciencia de que Alaric Bertram era capaz de ordenar su asesinato con un simple gesto y de que su madre, Margaret, tenía grandes ambiciones de ganar su favor y alinearse con él, obligaban a Carlier a reprimir su impulsividad habitual.
Su propio bienestar, así como los planes y aspiraciones de su familia, dependían de cómo manejara esa delicada situación. Así, se vio obligado a contener su ira y frustración, manteniendo una fachada de cortesía
—Las flores en el norte son escasas —continuó Alaric con frialdad, desviando la atención hacia Carlier.
—Pero aquí, parece que hay en exceso.
Carlier apretó los dientes, su ira burbujeando justo debajo de la superficie. Con un esfuerzo visible por mantener la calma, se dirigió al duque.
—No lo sabía. Por favor, Duque, disfrute del jardín. Tengo un asunto familiar que tratar con mi hermana —dijo Carlier, forzando su voz en una cortesía que no sentía.
Finalmente, Alaric aceptó y se despidió con una leve inclinación de cabeza. Una despedida fría y cortante.
Carlier agarró a Lisel por la muñeca, arrastrándola lejos del duque con un agarre firme. La fuerza de su agarre era tal que dejó marcas en la delicada piel de Lisel, evidencia de su control y frustración.
Alaric, por su parte, observó la escena con una expresión inescrutable.
No pudo evitar fijarse en cómo Carlier sujetaba la muñeca de Lisel.
Algo en la visión de esa frágil muñeca siendo apretada tan duramente provocó en él una ira súbita e inexplicable. Por un momento, su mirada siguió a la pareja que se alejaba, su mente inundada por una mezcla de emociones que no lograba comprender completamente.