Matrimonios por contrato que se convierten en una visa hacia la muerte. Una peligrosa mafia de mujeres asesinas, asola la ciudad, asesinando acaudalados hombres de negocios. Con su belleza y encantos, estas hermosas pero letales, sanguinarias y despiadadas mujeres consiguen embaucar a hombres solitarios, ermitaños pero de inmensas fortunas, logrando sus joyas, tarjetas de crédito, dinero a través de contratos de matrimonio. Los incautos hombres de negocia que caen en las redes de estas hermosas viudas negras, no dudan en entregarles todos sus bienes, seducidos por ellas, viviendo intensas faenas románticas sin imaginar que eso los llevará hasta su propia tumba. Ese es el argumento de esta impactante novela policial, intrigante y estremecedora, con muchas escenas tórridas prohibidas para cardíacos. "Las viudas negras" pondrá en vilo al lector de principio a fin. Encontraremos acción, romance, aventura, emociones a raudales. Las viudas negras se convertirán en el terror de los hombres.
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Capítulo 7
Marcela se detuvo frente a Telma Ruiz. Temblaba igual a una adolescente. El sudor comenzó a perlar su rostro y las lágrimas empezaron a represarse en su mirada tratando y haciendo fuerza por no llorar. Su entereza y decisión hizo un dique en sus ojos para su incontenible llanto. Su corazón era un redoble marcial que retumbaba en la oficina de su jefa. Sus rodillas se golpeaban entre sí y sentía su pecho aprisionado por una prensa que la trituraba y asfixiaba y ella se sentía un petardo de dinamita a punto de estallar.
-No puedes enamorarte de ese hombre, tú solo eres una perra, esa es tu misión-, le disparó furiosa Telma, iracunda con las pupilas inyectadas de rabia.
Marcela dudó en responderle. No sabía, en realidad, qué decirle. Al principio ella había llegado a la oficina segura de sí misma, en anunciarle que dejaba todo y que no quería saber más de aquella organización criminal, sin embargo ahora estaba dudosa, sin poder sostenerse sobre pies, temblorosa y dubitativa delante de la despiadada Telma. Caviló varios momentos antes de hablar. -Es un buen hombre-, dijo entonces, Marcela con la vocecita demasiado destartalada.
-Todos los hombres, al comienzo son así, después se vuelven déspotas-, despotricó, sin embargo, Telma. Ella sabía de la eficacia de Marcela. Era la más hermosa de su organización y por ende le resultaba muy fácil conquistar a los hombres que ella seleccionaba para quitarle hasta el último centavo de sus fortunas.
No hubo respuesta, sin embargo. Marcela agachó la cabeza y quedó así, contemplando el suelo, como vencida en la aflicción, sin saber ni qué decir ni qué hacer. Continuaba sumergida en el mar de la pasión a la que la había llevado Humberto, buceando en emociones distintas y sensuales como nunca antes había sentido en sus vida y también estaba atormentada porque sabía que Telma podría ordenar que la castiguen o que la maten.
-¿Qué demonios te pasa, mujer?-, se indignó Telma tratando de hacerla reaccionar y que recupere la confianza en sí misma.
-Es un hombre bueno-, insistió recién Marcela, esta vez llorando, sabiendo que la vida de los dos corría peligro. Telma vio las muchas lágrimas que brotaban de los ojos de ella y eso la enfureció aún más.
-Este negocio es así, tú ya sabías en lo que te metías. No me vengas con lloriqueos-, le reclamó con ira, Ruiz, tratando de no conmoverse con el llanto de su empleado.
Pero Marcela continuaba llorando sin contenerse y tampoco respondió.
-¿Te enamoraste de ese pobre diablo? No me vengas con tonterías, ahora-, ladró Telma presa de la ira, ya sin poder contenerse, con el rostro surcado de arrugas y los ojos inyectados de furia.
Marcela siguió sin contestar, llorando igual a una Magdalena, escondida bajo sus largos cabellos, tiritando ensombrecida, convencida que la matarían en ese mismo instante.
Iracunda, Telma le arranchó la cartera y rebuscó el contrato de matrimonio que había firmado Humberto Colca. Cuando lo tuvo en sus manos, estrujó aún más el papel y se lo puso debajo de las narices de Marcela.
-No sirves para esto, perra-, le enrostró y jaloneándola la echó de su oficina.
-Denle su carta de despido-, ordenó a dos de sus esbirros que aguardaban sentados en los sillones del hall.
Marcela sabía lo que significaba eso "carta de despido". La iban a matar y luego incinerar. Sin pensarlo dos veces, movió la mesita de centro de cristal y arrojó una jarra de agua en la cara de uno ellos. Luego se lanzó por las escaleras hacia una estrecha salida donde estaba una chica a la que empujó hacia el otro hombre que la seguía de prisa.
Ya en la calle, Marcela subió a un taxi que esperaba a una pasajera despidiéndose de su marido.
-¡Arranque! ¡Se me rompió la fuente!-, gritó Marcela. La pasajera se hizo a un lado y hasta ordenó al taxista salir de prisa. -¡No pierda tiempo!-, le gritó, incluso, contagiada del apuro de Marcela.
El esbirro de Telma Ruiz se detuvo y vio marchar el auto a toda prisa, doblando por un esquina, haciendo chirriar sus llantas.
-Perra-, fue lo único que dijo mortificado, golpeando su frente furioso.
Telma Ruiz se incomodó cuando supo que Marcela había escapado.
-Primero despachen a Colca y luego Marcela, pero ya, ya, de inmediato también, quiero todo esto resuelto esta misma noche-, dijo Telma. Ella se quedó en su oficina, mascullando enfadada, con la furia revoloteando en sus ojos, igual a los rayos y truenos de una tarde tormentosa.
