En una pequeña ciudad dominada por las tradiciones, Helena se enfrenta a un futuro incierto cuando su padre es acusado injustamente de un crimen que no cometió. Desesperada por limpiar su nombre, acude a Iván del Castillo, un juez implacable y frío, conocido por su estricta adherencia a la ley. Sin embargo, lo que comienza como una simple búsqueda de justicia, rápidamente se convierte en un intenso enfrentamiento emocional cuando Iván, marcado por un oscuro pasado, se siente atraído por la apasionada Helena.
A medida que ambos luchan con sus propios demonios y los misterios que rodean el caso, Helena e Iván descubren que la verdad no solo pondrá a prueba sus convicciones, sino también sus corazones. En un mundo donde la justicia y el amor parecen estar en conflicto, ¿podrán encontrar el equilibrio antes de que sea demasiado tarde?
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Capitulo 20
Helena caminaba rápidamente por los pasillos del tribunal, sus pensamientos girando en torno a los últimos acontecimientos. El peso de lo que había descubierto la oprimía como nunca antes, una revelación que amenazaba con desmantelar la estructura de justicia que siempre había defendido. Las pruebas, las declaraciones, las personas... todo parecía formar parte de un elaborado montaje. El nombre de su padre seguía manchado, y ahora, la única verdad a la que podía aferrarse era la traición del sistema.
De repente, se detuvo en seco, su respiración se volvió más rápida. Las imágenes de los documentos secretos que había encontrado horas antes aún estaban frescas en su mente. Información oculta, testigos comprados... Todo aquello que antes parecía una defensa justa se había convertido en una burla de lo que era la justicia real.
—Esto no puede ser verdad... —murmuró para sí misma, tratando de convencerse.
Pero lo era. Y lo sabía.
Con el pulso acelerado, Helena sentía que el suelo bajo sus pies se desmoronaba. El caso de su padre, que en un principio parecía una injusticia aislada, era solo la punta de un iceberg mucho mayor. Un sistema corrupto, donde los inocentes pagaban el precio de los intereses ocultos. Pero, ¿cómo podría enfrentar algo tan grande? ¿Cómo luchar contra la maquinaria de la injusticia sin perderse a sí misma en el proceso?
Entró en su oficina y se dejó caer en la silla, sin fuerzas. Su mente no dejaba de revivir cada detalle de las pruebas: el nombre de su padre, implicado injustamente, las mentiras que se tejían en cada testimonio. Y lo peor de todo: sabía que Iván, el juez que hasta entonces había sido imparcial, también podría estar involucrado.
Con el rostro entre las manos, sintió las lágrimas arder en sus ojos. No sabía en quién confiar. La justicia que siempre había venerado parecía más frágil y corrupta que nunca. Sus creencias, sus ideales... todo tambaleaba.
—¿Qué voy a hacer? —se preguntó en un susurro.
El sonido de la puerta abriéndose la sacó de sus pensamientos. Levantó la cabeza, y ahí estaba Iván, su rostro imperturbable como siempre, pero en sus ojos había algo más, algo que ella no alcanzaba a comprender.
—Helena, ¿qué has descubierto? —preguntó, con un tono más suave de lo habitual.
Ella lo miró, sus ojos llenos de dolor y furia contenida.
—He descubierto que la justicia... no existe.
Helena apretaba los documentos contra su pecho mientras caminaba sin rumbo, perdida en un mar de pensamientos. Su cuerpo avanzaba, pero su mente estaba atrapada en una maraña de dudas y traiciones. Cada paso que daba hacia la verdad la acercaba a un abismo del que temía no poder salir. ¿Cómo había llegado todo a ese punto? ¿Cómo podía confiar en alguien más, incluso en Iván?
Los pasillos del tribunal se sentían cada vez más fríos, más oscuros, como si las paredes estuvieran cargadas de secretos tan pesados como el que acababa de descubrir. Al cruzar la puerta de su oficina, se dejó caer en el sillón con un suspiro. Sabía que tenía que actuar, pero no podía evitar sentir una mezcla de impotencia y rabia.
—No puede ser verdad —murmuró, casi rogando que lo que había leído no fuera real.
Pero las pruebas estaban ahí, frente a ella. Nombres, fechas, transacciones que demostraban que alguien había manipulado todo desde el principio. ¿Cómo podía seguir luchando cuando todo parecía estar en su contra?
En ese momento, la puerta se abrió de golpe. Iván entró, con el semblante serio, pero algo en su mirada indicaba que sabía más de lo que estaba dispuesto a admitir.
—Helena —dijo en tono firme—, tenemos que hablar.
Ella lo miró, con los ojos llenos de furia contenida.
—¿Qué tanto sabías, Iván? —preguntó, su voz rota por el dolor—. ¿Qué tanto has estado ocultando?
Helena se levantó bruscamente de su silla, lanzando los documentos sobre la mesa. Su respiración era agitada, sus manos temblaban de pura frustración.
—¿Cómo... cómo pudiste dejar que esto siguiera adelante? —le espetó a Iván, su voz cargada de incredulidad—. ¡Sabías que algo no cuadraba y no hiciste nada!
Iván permaneció en silencio, sus ojos oscuros fijos en ella, como si cada palabra que Helena decía perforara su alma. Finalmente, rompió el silencio.
—No es tan simple, Helena. Hay cosas que no puedes entender.
—¡Hazme entender entonces! —gritó ella, avanzando hacia él, desafiando su frialdad. Pero en el fondo, lo que más le dolía no era el caso, sino la idea de que alguien a quien empezaba a confiar pudiera estar involucrado.
Iván suspiró, llevando una mano a su rostro como si las palabras que vinieran a continuación fueran a costarle más de lo que él mismo estaba dispuesto a admitir.
—Si te digo la verdad, lo cambiará todo —susurró finalmente—. Tú... nosotros... nunca seremos los mismos.