JADE

Los domingos solían ser días divertidos para Jade. Eran las veces que se ponía al día con la ropa sucia. No tenía máquina en su apartamento ya que había un espacio común separado en el piso principal del edificio de apartamentos.

Sólo que hoy no necesitaba ir a la lavandería, como había hecho con la suya dos días antes. Cuando conoció a su hombre misterioso.

Entonces, en lugar de hacer lo que le encantaba como parte de su rutina, se sentó en el sofá y trató de no pensar en lo que pasó con él.

Él había empujado dentro de ella y el dolor había sido tan impactante que ella no había podido evitar emitir un sonido. Había leído hacía mucho tiempo que la primera vez para una mujer era dolorosa, pero no esperaba cuánto dolería. Eso la sobresaltó y luego, para empeorar las cosas, él se detuvo. Él se había alejado como si ella le repugnara. Jade no lo había detenido. No sabía cómo había salido de su apartamento, sólo que lo había hecho.

Había sangre en sus sábanas. Durante horas, se había sentado en su cama, con las piernas apretadas contra el pecho, mirando esa mancha, sabiendo que se había entregado a un hombre cuyo nombre ni siquiera sabía. Jade no sabía qué la había sacado de su estupor. Primero fue a darse una ducha, intentando borrar todos los recuerdos de su primer encuentro desastroso. Luego, fue a su dormitorio, desnudó su cama y fue a lavar la ropa.

Desde entonces, había estado entumecida, caminando aturdida, sin saber qué hacer. Había pensado mucho en su primera vez. Nunca había imaginado que todo sería tan desastroso. Cada vez que intentaba no pensar en ello, parecía que eso era todo lo que podía hacer, lo cual era una pesadilla.

Y así, un domingo, se sentó, sin televisión, simplemente mirando al vacío. No en la silla. No había tocado esa silla desde que lo encontró sentado en ella, porque no quería pensar en eso.

¿Qué había hecho mal?

¿Fue porque era virgen? ¿Odiaba eso?

¿Qué le había repelido?

El tiempo pasó.

Las horas se fusionaron, y cuando finalmente oscureció, Jade estaba tan harta de pensar en él que tomó una decisión. Había un bar, no muy lejos de donde vivía. Le temblaban las manos mientras cogía un vestido negro, unas medias, porque todavía hacía mucho frío, y unos tacones. No sabía qué iba a hacer ni por qué, pero salió de su apartamento con una chaqueta grande.

Caminó, una vez más a gran velocidad, en dirección a la barra. Estaba a la vuelta de la esquina y nunca estaba ocupado. No había fila y tuvo que bajar las escaleras para llegar a la puerta. Respiró hondo, bajó las escaleras y pasó. Había varios hombres y mujeres, con una pareja en la pista de baile. Ignorándolos, fue directamente a la barra y tomó asiento.

Jade no tenía intención de levantar a nadie, pero sí esperaba distraerse. Eso era todo lo que ella quería. Un par de horas sin pensar en el hombre que había entrado en su vida de la manera menos convencional y que no había causado más que una catástrofe.

El camarero se hacercó a ella y le pidió una copa de vino. Odiaba la cerveza, no le gustaba el tequila y sólo quería un trago agradable y tranquilo. El vino sonaba bien.

El camarero le dio una copa de vino y luego siguió hablando con otros clientes.

Miró el cristal y luego se frotó las sienes. Ella no sabía qué diablos estaba haciendo. Esto no era lo que ella quería. ¿Por qué se comportaba de esta manera? El miedo recorrió su columna y su estómago se sentía como si estuviera haciendo chanclas.

Bebía el vino y luego se iba a casa. Se llevó el vaso a los labios, tomó un sorbo y trató de no hacer una mueca. No sabía muy bien. Por eso optó por el té, el café o los zumos y aguas de frutas.

“¿Quieres decirme qué carajo estás haciendo aquí?”

Jade se tensó cuando su hombre misterioso cortó la vista del resto del bar. Él era mucho más grande que ella, y todo era músculo, aunque ella no lo había visto desnudo.

Ella no sabía cómo lo hizo, pero incluso en el bar, parecía sentirse atraído por la oscuridad y las sombras.

“Estoy tomando una copa”. Quería ignorarlo y fingir que no existía.

Sólo que no se fue. Chasqueó los dedos y, en cuestión de segundos, tenía un vaso de whisky en la palma de la mano.

“¿Por qué no puedes dejarme en paz?” ella preguntó.

“¿Por qué estás en este bar?”

“No es asunto tuyo.” No sabía de dónde había sacado las agallas para hablarle así.

Él se rió entre dientes. “Ah, entonces el gatito tiene garras. Estaba empezando a preguntarme”.

“No soy una mascota”.

Él hizo una mueca. “Lo sé.”

Ella miró fijamente su copa de vino. Aunque había intentado no pensar en él y, de hecho, había pasado mucho tiempo intentando pensar en otra cosa, no pudo evitar preguntarse qué debería hacer. ¿Debería gritar? ¿Abofetearlo en la cara? ¿Ignoralo? ¿Tratarlo como el idiota que era?

Todo lo que sintió fue… herida. Él la había dejado.

Apretando los labios, trató de concentrarse en el vino y en el hecho de que quería olvidarlo.

Sin embargo, aquí estaba él. Ella frunció. ¿Cómo supo dónde estaba ella?

Ella se volvió hacia él. “¿Me estás siguiendo?”

Él no respondió.

“Lo eres, ¿no? Es la única manera de que sepas dónde estoy en todo momento”. Ella apretó los dientes y luego se puso de pie.

No necesitaba beber el resto del vino. Necesitaba irse, volver a su apartamento, lo más lejos posible de él. No merecía su tiempo ni su atención. Ella no le debía nada.

Él te salvó.

Pero claro, él sí se fue después de quitarle la virginidad y eso no le dio derecho a nada.

Jade ni siquiera podía recordar por qué había venido a este bar en primer lugar. No era como si tuviera la intención de ligar con un hombre. Después de que alguien le quitara la virginidad, no había manera de que se fuera con otro hombre.

Con su bebida ya pagada, dejó lo último de su vino, agarró su chaqueta, que había colocado sobre su regazo, y se puso de pie. Ni siquiera miró a su hombre misterioso. Lo único que quería hacer era volver a casa.

Él la siguió. Sintió su palma en la base de su espalda mientras caminaba por la calle. No había nadie alrededor, lo cual odiaba. También odiaba el hecho de sentirse tan segura con él cerca.

Esto fue una locura. No había otra palabra para ello. Debe estar loca para ser consolada por un hombre que la abandonó después del sexo. Ni siquiera lo completó, no para ninguno de los dos.

Justo afuera de la puerta de entrada de su apartamento, se detuvo y se dio la vuelta. “¡Quieres parar!” Quería golpear el suelo con el pie, para demostrarle que hablaba en serio, pero mantuvo el cuerpo clavado en el lugar. “No quiero que entres en mi apartamento. Hiciste tu elección y quiero que me dejes en paz”.

Dio un paso hacia ella.

¿Iba a besarla? ¿Decirle adiós? Ella no podía leerlo ni su expresión.

A Jade no le gustó la sensación incómoda que comenzó a girar dentro de su cuerpo ante la idea de no volver a verlo nunca más. Esto fue estúpido, porque ella no quería volver a verlo. Nunca.

Y, sin embargo, quería volver a verlo.

“No”, dijo.

¿Qué diablos significa eso?