Pecado De Poder

El rugido del Maserati rompió el silencio de la calle. Brendan estacionó frente al bar, bajando del auto como una fiera que busca presa. Tenía la pistola en mano, el corazón latiendo a mil, y una única idea en mente: Dakota no podía salir herida.

Entró sin hacer ruido, los ojos recorriendo cada rincón. Lo que encontró lo dejó sin aliento.

Dakota estaba de pie en medio del bar, con dos pistolas en las manos. Tres hombres yacían en el suelo, uno inconsciente, otro retorciéndose de dolor con un disparo en la pierna, y el tercero atado con un cinturón improvisado, sangrando de la ceja. Ella tenía el cigarrillo colgando de los labios, el cabello alborotado y los ojos celestes llenos de furia y adrenalina.

—Llegás tarde, Thompson —dijo sin mirarlo, como si hubiera sabido que él aparecería.

Brendan parpadeó un par de veces, asimilando la escena. Nunca había visto algo tan salvajemente sexy en su vida. Caminó hacia ella, guardando el arma lentamente, aunque su expresión era de pura tormenta.

—¿Qué carajo estabas pensando? —preguntó, su voz grave y controlada, pero cargada de ira contenida.

Dakota se giró hacia él, con una sonrisa arrogante.

—Pensaba que alguien tenía que averiguar quién está vendiéndote. Y como vos estabas muy ocupado teniendo reuniones con Viktor, me pareció una buena idea.

—¿Buena idea? —repitió Brendan, acercándose hasta quedar apenas a centímetros de ella—. ¿Te parece una buena idea meterte sola en una cueva llena de ratas armadas?

—Manejé bien la situación —replicó ella, señalando con la barbilla a los hombres caídos.

Brendan la observó en silencio por un momento, sus ojos verdes oscuros como un bosque en plena tormenta. No sabía si gritarle o besarla.

—No puedo decidir si sos increíblemente valiente o increíblemente estúpida.

Dakota alzó una ceja, con esa sonrisa que lo volvía loco.

—¿Por qué no las dos?

Brendan dio un paso más, atrapándola contra la barra con un movimiento tan rápido que ella apenas tuvo tiempo de reaccionar. Su cuerpo estaba tan cerca del de ella que podía sentir el calor de su piel, el pulso acelerado en su cuello.

—Si te pasa algo, Adams, no me lo voy a perdonar —susurró, su voz ronca, tan cargada de emoción que Dakota lo miró con una mezcla de sorpresa y deseo.

—No soy una muñeca que necesite ser salvada —dijo ella, con la respiración entrecortada—. Y si te molesta que pueda defenderme, es tu problema, no el mío.

—¿Mi problema? —Brendan apretó la mandíbula, inclinándose hacia su rostro—. Mi problema es que me estás enloqueciendo.

Dakota sonrió con malicia, acercando sus labios a los de él sin llegar a tocarlos.

—¿Y qué vas a hacer al respecto, Thompson?

Fue la chispa que encendió el fuego. Brendan la besó con una intensidad brutal, como si necesitara probarle algo a ella y a sí mismo. Sus manos se posaron en su cintura, apretándola contra su cuerpo, mientras Dakota lo agarraba por la nuca, devolviendo el beso con la misma pasión.

El mundo desapareció por un momento. No había bar, no había traidores, solo ellos dos, luchando en un campo de batalla que mezclaba deseo y furia.

Brendan la levantó, sentándola sobre la barra, sus labios recorriendo su cuello con desesperación. Dakota soltó un gemido bajo, tirando de su camisa como si quisiera romperla.

—Esto no cambia nada —murmuró ella, con la voz cargada de adrenalina.

—Lo cambia todo —respondió él, mirándola con una intensidad que la dejó sin palabras.

El sonido de sirenas a lo lejos los obligó a separarse. Brendan maldijo en voz baja, respirando agitado.

—Tenemos que irnos.

Dakota bajó de la barra, recogiendo su chaqueta con una calma que lo desquiciaba.

—¿Qué vas a hacer con ellos? —preguntó, señalando a los hombres heridos.

—No te preocupes por ellos. No van a vivir lo suficiente para volver a tocarte —respondió Brendan, sacando el teléfono para dar órdenes a sus hombres.

Ya en el auto, el silencio era tan denso que se podía cortar con un cuchillo. Brendan conducía con una mano en el volante y la otra aún temblando por la mezcla de ira y deseo. Dakota lo miraba de reojo, con una sonrisa apenas perceptible.

—¿Qué? —dijo él, sin apartar la vista de la carretera.

—Nada… solo que nunca pensé que el gran Brendan Thompson pudiera perder el control tan fácil —respondió ella.

Él giró la cabeza un segundo para mirarla, sus ojos brillando en la oscuridad.

—Con vos, Adams, el control es una ilusión.

Cuando llegaron a la mansión, Brendan cerró la puerta del auto con más fuerza de la necesaria.

—Esta conversación no terminó —dijo, mirándola como si quisiera devorarla.

—Entonces seguiremos hablando… cuando quieras, jefe —respondió ella, caminando hacia la entrada con una sonrisa tan provocadora que lo dejó al borde de la locura.