5 familias, un amor inesperado y la traición present, hacen de este amor una tragedia.
ahora Melinda no sabe que hacer, el misterioso hombre con el que estuvo una noche está frente a ella, pidiéndole saber el nombre de sus hijos.
2 familias poderosas tendrán que unirse para mantener el orden la paz de una traición, un amor en la tragedia va surgir, el recuentro de un padre con sus hijos, los secretos salen a la luz y la tragedia se hace present.
te animas a leerla, el destino siempre hace de las suyas y nada lo hace fácil.
te invito a conocer la historia de amor de Melinda, en un mundo alterno.
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CAPITULO 07 el extraño hombre de apodo Bael.
Didier la observa y mira que traía la misma ropa, no lo podía creer, era imposible; pensaba que solo lo decía para ponerlo furioso y provocar su ira, en ese momento le da tres cachetadas sacándole sangre de la boca, pero ella no dejaba de reírse y eso lo molestaba.
Uno de los hombres con una tranquila le dice – ¡Didier!, vamos a curarte esa herida y de ahí decides qué hacer con ella, al fin de cuentas creo que lo que deseabas, ya otro te lo quitó.
Didier lo mira con furia para hacerlo callar y vuelve a golpear el rostro de Melinda, estaba furioso, solo quería seguir golpeándola para sacar su coraje.
El otro hombre le toma la mano para detenerlo, con una tranquilidad le dice. – ¡Didier! Detente, si la sigues maltratando, no podremos ofrecerla en el burdel.
Con el rostro destrozado, nadie la va a querer; vamos afuera, a curarte esa herida y quiero que pienses bien lo que vamos a hacer con ella.
Los dos hombres convencieron a Didier de salir, dejando a Melinda sola; una vez que se quedó sola, sus ojos se llenaron de lágrimas, se sentía llena de odio, quería matarlo.
Se quedó ahí tirada en el suelo, pensando cómo le iba a hacer para matarlos, mil ideas pasaron por su cabeza, pero en cada una se miró siendo violada por los tres, sometida a sus antojos asquerosos y eso era algo que no podía ser, primero muerta, antes que dejar que la tocaran.
Después de unos minutos, escucha ruidos muy fuertes, se escuchó el ruido de una pistola, gritos de súplicas de uno de los amigos de Didier.
No entendía que pasaba afuera, se acerca a la puerta para ver si escuchaba mejor, pero no entendía lo que pasaba, solo se escuchaban golpes y gritos de dolor.
Después de un rato de escuchar los gritos de los tres, todos quedaron en silencio. Cuando sintió que la puerta se abría, se aleja, se esconde a un lado para, cuando ellos entrarán, poder salir corriendo.
Cuando dos de los hombres entraron al cuarto, ella trata de salir corriendo, pero termina chocando con un hombre, que la sostuvo para que no callera al suelo por el choque.
Al voltear a verlo, mira que es un hombre alto, corpulento, con un rostro serio, frío y una mirada penetrante.
Melinda sentía que, si viera el rostro de un demonio, seguro sería así; el hombre tenía una gran cicatriz en su rostro, como de un cuchillo o algo filoso, que marcó su rostro de lado a lado y esos ojos negros que la miraban fijamente le causaron miedo, la hacían sentir unos escalofríos que recorría todo su cuerpo.
El hombre, con una voz gruesa e imponente, que a pesar de su imagen lo hacían todavía verse más temible, le dice. – Señorita, ¿su nombre es Melinda?
Melinda estaba temblando, sentía mucho miedo, tenía abiertos sus ojos tan grandes, llenos de miedo; con un susurro, le dice, apenas se escuchó. - ¡Sí!
El hombre la mira, entrecierra los ojos, con una seriedad le dice. – cálmate, Sara me mandó a buscarte, ya estás a salvo, te llevaré con ella.
Melinda trata de controlarse, al escuchar el nombre de Sara sintió una tranquilidad; desesperada le dice. - ¿Cómo está? ¿Está bien? ¿Dónde está?
El Hombre serio le dice. – está en el hospital y no está bien; será mejor que te llevé con ella, aunque al verte seguro va a querer matarme, llegué tarde y te han lastimado, discúlpame, fui lento.
Melinda recuerda a Didier, deja de sentir miedo, fuerte, prácticamente ordenando, le dice. – ¿Dónde está ese bastardo?
El hombre con una seriedad le dice. – está afuera, aún no he terminado con él, su destino dependerá de lo que le pase a Sara.
Melinda con odio le dice. – ¡Quiero matarlo! Él tiene que morir en mis manos, déjeme hacerlo.
El hombre, al ver su determinación y el odio en sus ojos, se le hizo divertido, soltó una gran carcajada, haciendo que los hombres a su alrededor se sorprendieran, hasta se sobresaltaron al escuchar su risa.
Después de un momento de risa, le dice ya calmado. – tú apenas estás iniciando tu vida, no puedo permitir que arruines tu vida de esa manera; si permito que lo hagas, Sara, entonces sí, no volvería a hablarme.
No sé qué fue lo que te hizo, pero déjame decirte algo en agradecimiento por haber hecho que Sara me volviera a hablar.
Yo personalmente en tu nombre haré que él y su familia paguen todo lo que te hayan hecho. Será tanto su sufrimiento que desearán morir, pero no podrán, porque sufrirá un infierno; tú lo mirarás.
Melinda lo escuchaba, pero ella deseaba hacerlo, solo deseaba su muerte, se quedó muy pensativa; el hombre la miraba tan pensativa y esa mirada llena de ira.
Él le habla para sacarla de sus pensamientos. – ¡Melinda! ¿No quieres ver a Sara?
Melinda al escuchar eso sale de sus pensamientos, recordándola inconsciente y herida, le dice alterada y preocupada. – ¡Sí! Por favor ¿Me podrías llevar con ella? Tengo que ver como está.
El hombre la soltó dejándola de pie, como la adrenalina había bajado, ya se sentía segura y tranquila, empezó a sentir el dolor de los golpes en su rostro, se sintió débil, eso la hizo perder el equilibrio.
El hombre la sostuvo, para que no cayera al suelo, eso solo hizo que se sintiera molesto, en ese momento con una seriedad y amargura le dice. – creo que no podrás caminar, espero y no te moleste, tendré que llevarte en brazos. Antes de llevarte con Sara, te llevaré con un doctor.
El hombre toma a Melinda en sus brazos, sacándola de la casa; ella mira a lo lejos a Didier, y sus dos amigos de rodillas, atados, mirando al suelo.
Se miraban muy golpeados, dos hombres los levantaron, los subieron a las camionetas, la casa la quemaron y los carros de ellos.
Melinda le dice algo débil. – ¿Puedo saber su nombre?
El hombre la mira, se queda serio y después de unos segundos, serio, le dice. – discúlpame, no puedo decirte mi nombre, pero sí mi apodo, todos me llaman “Bael” espero mi apodo sea suficiente para ti.