Detrás de la fachada de terciopelo y luces neón de una Sex Shop, un club clandestino es gestionado por una reina de la mafia oculta. Bajo las sombras, lucha por mantener su presencia dentro de los magnates, así como sus integridad de quienes la cazan.
¿Podrá mantenerse un paso adelante de sus depredadores o caerá en su propio juego de perdición y placer?
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Un juego de poder y depravación
Los murmullos se extendieron como un reguero de pólvora entre los invitados, cada uno sacando sus propias conclusiones y especulando sobre la repentina aparición de la joven. Si la multitud estaba sorprendida, Julian estaba en shock. Jamás imaginó que una niña sería la mente maestra detrás de tanto caos y depravación. Sus ojos de ángel lo habían engañado por completo, a él y a todos los presentes.
Con un gesto sutil, Eleanor se apartó un mechón de cabello que le caía sobre la cara, y su voz, al principio titubeante como la de una adolescente justificando una travesura, se endureció al continuar su discurso improvisado. Su tono era torpe, pero el contenido de sus palabras era cualquier cosa menos inocente.
—Antes que nada—anunció con una seguridad que no concordaba con ella—es crucial que entiendan las nuevas reglas que planeo establecer en este club. Se deberán cumplir al pie de la letra, y quienes las infrinjan sufrirán fuertes consecuencias por ello.
A continuación, enumeró una serie de restricciones que generaron más de una mueca de desaprobación. Las reglas se centraban en el sistema de apuestas del club, que hasta el momento había sido un paraíso de libertad y vicio. Julian, expectante, se sintió perturbado por la cantidad de artimañas y trucos sucios para conseguir dinero fácil, algo que él siempre había despreciado.
—Ahora bien, damas y caballeros, es el momento de revelar mi nuevo juego de apuestas— continuó, con una emoción que solo ella parecía comprender—Lo he bautizado como "Spicy Spin" o "SS"para abreviar. Es, básicamente, el juego de la botella. Sencillo, ¿verdad? Pero este juego está envenenado
Las palabras se bañaron en un tono irónico y perverso, lleno de un placer casi sádico por su propia invención. Eleanor lanzó una risita obstinada, sus ojos brillando.—Nadie puede negarse a jugarlo. Todos los que están aquí están obligados a participar. ¿Y cuándo pueden retirarse? apuesto a que eso es lo que están pensando
Su sonrisa se amplió
—Solo tienen dos alternativas, muy sencillas y a la vez complejas: o lo arriesgan todo para aumentar su capital de forma masiva, o esperan tranquilamente a que la bancarrota toque a su puerta. Así es más emocionante, ¿no lo creen? Poner en juego nuestras propias vidas y las de nuestras familias… ¡es tan excitante!
Explicó las reglas con una frialdad escalofriante: todos comenzarían apostando un mínimo de cien mil dólares, y el precio aumentaría en una progresión aritmética en cada ronda. El juego tendría dos opciones: reto o confesión. Como su nombre lo indica, todo debía ser “Spicy”. En cada mesa habría un "árbitro" para validar las preguntas y las penitencias.
—Para evitar trampas y juegos sucios— añadió, lanzando una mirada juguetona a Julian—he decidido que en cada ronda donde se elija confesión, la persona automáticamente perderá la mitad de su dinero en juego, el cual irá directamente al club. Quiero entretenimiento, y espero que no me defrauden. Se equivocan si creen que salvarán sus pellejos eligiendo confesiones. Más les vale cumplir lo que deseo.
Eleanor finalizó su discurso con un encanto y una ternura que sonaban completamente falsos. Era la maestra del engaño, una loba disfrazada de cordero. Su verdadera intención iba mucho más allá de la malicia aparente; en el fondo, solo buscaba diversión. El dinero no le importaba; lo que realmente la apasionaba era ver la desesperación y la ansiedad en los rostros de los demás.
Al bajar del escenario, los invitados se sumieron en un abismo de preocupación e incertidumbre. A pesar de su juventud, nadie se atrevería a subestimarla. Después de todo, llevaba el apellido Sterling, el más temido y poderoso de la historia de la mafia, un linaje manchado de sangre y secretos. Julian lo sabía. La idea de exponer la verdad de esa familia le causaba escalofríos y una emoción salvaje.
En ese momento de tensión, Julian vio su oportunidad para acercarse. Se sintió fascinado de una forma inusual, una que nunca antes había experimentado. La sola presencia de Eleanor lo hacía temblar. Quería ser él quien la atrapara, que ella fuera su presa y él, el depredador.
Pero Julian no se dio cuenta de que en esta cadena alimenticia, él no sería la única bestia que iría tras ella.
De repente, un grito vibrante de pistola resonó en todo el salón. Una bala dorada atravesó la puerta principal y se deslizó entre los invitados como un rayo. Imperceptible, rozó la mejilla de Eleanor. Había sido un tiro perfecto, no para matar, sino para amenazar. Con una calma inquietante, Eleanor se giró, esperando que comenzara el segundo acto del Show. A pesar de la ligera mancha de sangre en su rostro, parecía saber exactamente lo que estaba a punto de suceder.
El silencio se instaló, pesado y tenso. Los murmullos de antes se habían extinguido, reemplazados por el sonido casi inaudible de la respiración de los presentes. La bala dorada, brillaba bajo las luces del escenario, un macabro recordatorio de que la noche estaba lejos de terminar. Eleanor, se limpió la sangre de la mejilla con el dorso de la mano. No había miedo en sus ojos, solo una expectación fría.
El portón fue golpeado repetidas veces, hasta que de un impacto, se abrió. De la oscuridad de la entrada emergió una figura alta y sombría. Un hombre de cabello negro y largo, con un traje impecable que contrastaba con la rudeza de su expresión oculta tras sus mechones. Se movía con la gracia de un felino con sus ojos, tan fríos como el acero, fijos en Eleanor.
—Vaya, vaya, vaya. Parece que me he perdido de algo importante. Tenía asuntos que atender y me he retrasado un poco—Gruñía mientras caminaba tan despreocupado junto a dos gorilas guardaespaldas detrás de él, escoltándolo.
La expresión de horror en muchos se intensificó al reconocerlo. No se trataba de una persona cualquiera, también tenía un nombre, un linaje y una influencia voraz.
Eleanor sonrió, una sonrisa tan dulce y venenosa como la de una serpiente.