Solo Elena Mirel puede ser la asistente de Maximiliano Kade Deveron. Uno de los hombres más poderosos a nivel internacional.
Visionario, frío. Muchos le temen. Otros lo idolatran. Pero solo ella puede entender su ritmo de trabajo.
Pero la traición del novio de Elena hace que Maximiliano descubra que Elena le interesa más de lo que él se pueda imaginar.
Acompáñame a descubrir que pasará con este par.
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Solo tranquilidad
El autobús partió casi al anochecer. Dejando atrás la ciudad, Elena apoyó la frente en el cristal. Sus ojos. Se cerraron poco a poco, y durante un largo momento solo escuchó el ruido del motor, el viento y su propia respiración.
El viaje la arrulló. Le permitió soltar un poco la tensión acumulada. Recordó a su padre, su voz ronca, sus consejos directos, a ese modo brusco, pero amoroso de mirada como si fuera la persona más importante del mundo. Con él... siempre había sido más fácil.
Él la sostenía sin pedir nada a cambio.
La escuchaba sin juzgar.
La conocía desde antes que el mundo la volviera tan exigente consigo misma.
Cuando abrió los ojos, el cielo estaba completamente oscuro y la carretera ya serpenteaba entre árboles altos que se inclinaban hacia la noche como guardianes silenciosos. Ya casi llegaba.
El pequeño pueblo tenía un aroma único: mezcla de tierra húmeda, madera recién cortada y a pan recién horneado. Era un aroma que Elena llevaba en la memoria desde su infancia. El autobús se detuvo frente a la plaza central, iluminada por faroles amarillos.
Y allí, como siempre, estaba él.
Su padre, con una camisa de cuadro, sus jeans desgastados. Y esa sonrisa que parecía partirle la barba en dos.
-- Mi niña. -- Exclamó, abriendo los brazos.
Elena no se detuvo. Corrió hacia él y se abrazó como si el mundo dependiera de ese gesto. Su padre la apretó fuerte, cálido, protector. Exactamente lo que necesitaba.
-- Papá. -- susurró contra su hombro.
Él se separó un poco para mirarla mejor, frunciendo el ceño.
-- Tienes mirada cansada. -- Él Dijo de inmediato. -- ¿Qué te hicieron en esa empresa? ¿Te explotaron? ¿Cómo es que ese tal Maximiliano no sabe valorar a su mejor empleada?
Elena soltó una sonrisa temblorosa.
-- No para nada, papá. --
Su padre la miró con una mezcla de ternura y desconfianza que solo los padres saben manejar.
-- Claro, claro "no es nada" . Así dicen todos cuando están a punto de desplomarse. -- Tomó su maleta. -- Anda, vamos a casa. Te preparé tu guiso favorito. --
Elena sonrió sinceramente por primera vez en días.
La casa de su padre era pequeña, acogedora, llena de madera y fotos antiguas. El olor del guiso casero la envolvió en cuanto cruzó la puerta. En la mesa había pan fresco, una jarra de limonada y un cuenco de frutas que el mismo había recogido de su pequeño huerto.
Elena se dejó caer en la silla mientras él servía la comida.
-- A ver. -- Dijo él, tomando asiento frente a ella. -- cuéntame todo. No te voy a presionar, pero tampoco voy a hacerme el tonto. Te conozco, Elena. Algo te pasó. --
Elena tomó una cucharada del guiso y cerró los ojos. Caliente, suave, perfecto. Sentía que la reparaba por dentro.
Suspiró profundamente.
-- Es complicado. -- Dijo.
-- Lo complicado es explica en pedacitos. -- Respondió su padre, cruzando los brazos. -- empieza con un pedacito. --
Elena dejó La cuchara en el plato.
-- Papá... terminé mi relación. --
Su padre no fingió sorpresa.
-- Lo sentí desde que bajaste del autobús. Tenías la tristeza en la espalda.
Los ojos de Elena se llenaron de lágrimas, respiro hondo, para contenerlas.
-- Lo encontré con otra mujer. -- Dijo al fin. -- Después de dos años juntos. --
Su padre apretó la mandíbula.
-- ¿Quieres que vaya y le parta la cara? -- Preguntó su padre con total seriedad.
Elena soltó una risa quebrada.
-- No, papá. --
-- Porque lo haría encantado. Siempre me cayó mal ese muchacho. Tenía los ojos de serpiente. --
Elena negó, sonriendo entre lágrimas.
-- No vale la pena, papá. --
-- Ah, pero tú sí. -- Respondió su padre con firmeza. -- Por qué te duele a ti. Yo lo siento en mis propios huesos. --
El silencio. Se extendió durante algunos segundos. Un silencio bueno. De esos que no pesan.
Luego, con un tono más suave su padre le preguntó.
-- ¿Y eso es todo?, porque noto en tus ojos algo más. --
Elena desvió la mirada.
Su padre la había leído. Como siempre.
--Hubo... algo más. Con alguien en el trabajo. --
Su padre alzó una ceja.
--¿Es ese Maximiliano? --
Elena miró a su padre, sorprendida.
--¿Cómo...? --
-- Hija, cada vez que dice su nombre se te ve la voz. Eso no necesita mucha ciencia. --
Elena tragó saliva.
-- No pasó nada "serio" . Solo. -- sintió su rostro arder. -- Solo que cuando estaba mal me consoló. Y... Nos besamos. --
Su padre se llevó la mano al mentón solo diciendo.
-- Ah. --
Esa "ah contenía más sabiduría de la que Elena podía soportar.
-- Papá. No quiero hablar de eso. -- Dijo apurada. -- Fue un momento. Nada más. --
-- ¿Y ese momento te asustó? Le dijo su padre sin rodeos.
Elena sintió un golpe en el pecho.
-- No lo sé. --
-- Sí, lo sabes. -- Insistió él, mirándola con cariño. -- Porque mírate. Estás huyendo. Sin no sintieras nada, no estarías aquí, tratando de curarte en mi cocina como, cuando te rompías la rodilla en la bicicleta. --
Elena bajó la mirada.
-- No puedo detenerme en otra cosa. No ahora. No con mi jefe. Es... demasiado.
-- A veces las cosas grandes comienzan en un momento "demasiado" -- Contestó su padre. -- Pero no voy a presionarte. Solo quiero que descanses. Y que recuerdes algo, Elena: no te escondas de tu propio corazón. --
Elena respiro profundamente.
-- Haré lo que pueda. -- murmuró.
-- Eso es suficiente. --
El resto de la noche transcurrió entre la chimenea encendida, una manta tejida a mano y la voz grave del padre contándole historias del pueblo, de cómo había plantado nuevos árboles en el jardín, de cómo la señora Sara había adoptado otro gato.
Elena se dejó envolver por esa calidez sencilla, calidad, casi olvidada.
Dormir en su antigua habitación, con sus libros juveniles, sus fotos de cuando era niña, su escritorio de madera. Fue como volver a una versión de sí misma que no existía en la oficina, ni en la ciudad. Ni frente a Maximiliano.
Se durmió profundamente.
Sin pesadillas.
Sin dolor ardiente en el pecho.
Solo silencio.
no está enamorada ni tampoco necesita esa acuerdo matrimonial 🤔🤨