Mi Omega Mafioso, Tu Aroma Me Lastima

La voz del alfa resonaba en su cabeza como un eco imposible de apagar. El maldito mastodonte pelirrojo seguía dándole batalla, aunque ya lo había herido de gravedad. La sangre emanaba de su costado tibia y espesa empapando su ropa, pero aun así se resistía a caer.

Misha apenas podía sostenerse en pie y le costaba respirar el aire, cada inspiración era fuego en sus pulmones. El alfa le doblaba el tamaño, un coloso que dependía de la fuerza bruta, pero él… él no necesitaba eso porque su ventaja siempre había sido otra su agilidad y astucia, anticipación y el instinto animal.

Aún así, había fallado. Estaba en el suelo, acorralado, el cuerpo vibrando de dolor y el instinto rugiendo como un animal salvaje que no quería morir, el final se acercaba y lo sabía.

No había tiempo para lamentos ni para remordimientos, no había espacio para algo tan humano como la pena todo se resumia en matar o morir y esa noche, la balanza estaba inclinada en su contra.

Entonces la voz de Carter rompió el trance. Un grito desesperado, áspero, cargado de rabia y angustia.

Por primera vez desde que tenía memoria, Misha sintió algo distinto. Un estremecimiento en el pecho, una chispa cálida atravesando la neblina de su mente. Alguien estaba dispuesto a luchar para mantenerlo con vida.

El destino debía estar riéndose de él. Su visión se nublaba cuando sintió los brazos fuertes de Carter rodearlo, levantándolo del suelo el mundo giró y la sangre le zumbaba en los oídos.

—¿Qué estás haciendo…? —intentó preguntar, pero las palabras se ahogaron en su garganta seca.

¿Lo estaba sacando de allí para salvarlo… o para acabar con él en otro lugar?

No había respuestas, solo preguntas que se mezclaban con la fiebre y el dolor con las fuerzas que le quedaban sacó un pedazo de papel arrugado y escribió unas coordenadas temblorosas. La dirección de una bodega de seguridad.

Tal vez, si tenía suerte, Carter lo llevaría ahí.

Tal vez, si tenía suerte, viviría lo suficiente para preguntar por qué lo había salvado.

Tal vez, si tenía suerte… podría morir con esa calidez inesperada todavía palpitando en su pecho.

Lo último que alcanzó a murmurar fue apenas un susurro

—Me elegiste, Carter… fue tu voluntad.

Y la oscuridad lo envolvió.

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El zumbido de las máquinas era constante, casi hipnótico como una canción de cuna mecánica. Misha llevaba un mes en esa cama improvisada dentro de la casa de seguridad. Su rostro estaba demacrado, las cicatrices frescas aún marcaban su piel.

Respiraba, pero la delgada línea entre la vida y la muerte seguía presente en cada inhalación.

Recordar cómo había llegado allí era como abrir una herida.

Carter había irrumpido con el auto casi destrozado contra las puertas metálicas gritando con la voz quebrada.

—¡Se está muriendo! ¡Misha se está muriendo!

Los guardias reaccionaron de inmediato, apuntándole con sus armas, estaban a segundos de volarles la cabeza a ambos, hasta que uno de los alfas reconoció al omega ensangrentado entre los brazos del joven Williams.

—¡Bajen las armas! —ordenó con dureza—. ¡Ese es Petrov!

Las armas se levantaron de nuevo, pero ya era tarde un alfa, aún más alto que Carter, arrancó a Misha de sus brazos con brusquedad, evaluando la gravedad de las heridas.

—Ha perdido demasiada sangre. Si no lo atendemos ahora no llegará a mañana.

En cuestión de segundos se lo llevaron adentro. Carter con el corazón en un puño intentó seguirlos, pero dos guardias lo sujetaron de los brazos.

—¡Déjenme pasar! ¡Tengo que verlo! —gritó furioso, resistiéndose.

No llegó a dar un paso más cuando un golpe seco en la nuca lo lanzó a la inconsciencia.

Despertó con un sabor metálico en la boca y el dolor en su cuerpo era punzante como si hubiera sido atropellado. Al abrir los ojos, solo encontró oscuridad estaba acostado sobre el frío concreto encerrado en una celda sin ventanas.

—¡Oigan! —rugió, incorporándose con dificultad—. ¿Dónde estoy? ¡Quiero respuestas!

El silencio fue su única respuesta.

Su mente giraba repasando todo lo que había ocurrido. Había seguido las coordenadas del papel como un imbécil convencido de que Misha siempre tendría un plan bajo la manga. Tal vez lo había tenido… pero no para él. Esa idea lo hirió más de lo que quería admitir.

Un ruido lo sacó de sus pensamientos pasos arrastrados y un tintineo de llaves. Carter se puso en pie, tambaleante.

—¡Oye! ¡Tú! —gritó al ver la figura encorvada que aparecía en el pasillo.

Era un hombre mayor de espalda doblada, que no respondió a sus preguntas. Se limitó a acercarse a la reja y deslizar una bandeja con un potaje grisáceo y un pedazo de pan duro.

—¡Espera! ¡Quiero hablar con alguien! ¿Con quién demonios tengo que hablar para ver a Misha?

El hombre ni siquiera lo miró solo se dio media vuelta y se alejó con el tintineo de las llaves marcando su retiro.

—¡Maldita sea! —Carter golpeó las rejas con rabia, el dolor recorrió sus manos, pero no paró.

El eco de los golpes se apagó, dejándolo otra vez con el silencio.

Por primera vez desde aquella noche, Carter se permitió dudar. Una voz en su interior le gritaba que había cometido un error al salvarlo y que debió dejar morir a Misha. Habría sido lo más fácil, habría sido lo más lógico.

Pero había algo que no encajaba en ese pensamiento.

Él no era una víctima, no podía verse como tal. Aunque Misha lo hubiera arrastrado, humillado y marcado durante años con cadenas invisibles e incluso algunas veces con cadenas reales, había una parte de él que… que se había sentido vivo en ese caos. Y lo odiaba. Odiaba reconocerlo porque admitirlo era aceptar que sentía algo por ese maldito omega.

Se llevó las manos al rostro, gruñendo entre dientes.

—Debo estar perdiendo la cabeza… tanto tiempo con él terminó jodiéndome el maldito cerebro.

Miró la bandeja en el suelo el olor del potaje era repugnante, pero su estómago rugía. Aun así, lo levantó con las manos y lo arrojó contra la pared salpicando la mezcla gris por todas partes.

—Prefiero morirme de hambre —murmuró, con el orgullo más fuerte que el hambre.

Pero no tenía idea de que con el paso de los días terminaría esperando con ansias aquel tintineo de llave como la señal de que al menos por unos segundos no estaría completamente solo.