Soy Eros Montalbán. A simple vista, un estudiante brillante de medicina. Pero por dentro, soy otra cosa. Algo que no encaja. Algo que no se puede domar.
Desde niño he sentido esa pulsión: el cosquilleo en los dedos, la sed, la oscuridad. Mi madre me enseñó a mantenerla bajo control, a domar la bestia… pero incluso ella sabe que es cuestión de tiempo. Porque la sangre de Lucas Santori corre por mis venas, y su legado me pertenece.
Mientras el mundo celebra mi genialidad, yo observo desde la sombra. No busco amor, ni redención. Busco respuestas. Y si el precio es desatar lo que llevo dentro… entonces que el mundo arda.
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CAPITULO 5
EROS
Me quedo en silencio cuando escucho la puerta cerrarse. El eco de sus pasos se desvanece por la escalera. Lo sé. Mamá se va.
No dice nada.
Nunca lo hace cuando está en ese estado. No grita, no amenaza. Solo actúa. Y eso... eso me preocupa más que cualquier otra cosa.
Porque cuando se mueve así, algo va a pasar. Algo grande.
Bajo a la sala y me dejo caer en el sofá con un suspiro que me duele en las costillas. No por cansancio físico. Es la tensión. El puto peso en el pecho. La humillación todavía me arde en la garganta. Marconni me expuso. Me miró como si fuera un imbécil. Como si no supiera lo que hacía. Y lo peor no fue él, sino que ella, la nueva, se sintió con derecho a corregirme delante de todos. A corregirme a mí.
¿Quién mierda se cree?
Paso las manos por el rostro, con los ojos cerrados. Intento pensar. Intento no odiar tanto. Pero se me da muy mal. Es como si el resentimiento fuera mi idioma nativo. Una herencia. Una condena.
Y entonces me acuerdo.
Nicolás.
El hijo de perra que me molestaba en la preparatoria. El típico idiota que cree que es gracioso burlarse del raro de la clase. El que hacía comentarios sobre mi ropa, sobre mi forma de hablar, sobre mamá.
La primera vez que mi madre Valeria se enteró, fue cuando la directora la citó despues de que le rompí la cara a ese idiota. Amenazó a la madre del chico y a él cada vez que lo veía le daba una de esas miradas que lo hacía mear encima.
Pero la segunda vez... oh, la segunda vez fue distinta.
Fue su mamá la que la cagó.
Recuerdo ese momento con claridad. Como si lo estuviera viendo desde fuera, a cámara lenta.
Esa mujer se atrevió a decir que mi madre era una puta sin educación y que yo era una maldito fenómeno a quien ni siquiera su propio padre había querido. Lo dijo con asco, con veneno, delante de todos los demás padres. Y mi madre… ni se inmutó. Solo se acercó.
Un paso.
Dos.
Y de pronto ¡PAF!
Un bofetón que sonó como una explosión en el silencio incómodo del pasillo. Vi volar algo. Dos dientes. Literal. Nadie lo esperaba. Ni ella, ni yo, ni los otros adultos que se quedaron como estatuas de sal.
La mujer se quedó allí, con la boca abierta, ensangrentada y la mano en la mejilla, sin saber si llorar, gritar o correr. Yo... sentí un orgullo que me quemó por dentro. Orgullo y miedo.
Mamá no es como los demás.
Ella es más peligrosa que cualquiera.
Esa vez nadie la denunció. Nadie dijo nada. Porque todos sabían que meterse con ella era como patear una mina.
Y ahora, lo sé.
Lo siento.
Va a pasar algo. Porque ese brillo que vi en sus ojos, esa calma con la que me besó la frente… esa es su señal de guerra.
Y yo…debería estar preocupado. Por ella. Por él.
Pero parte de mí —una parte que no quiero admitir en voz alta— se siente protegido.
Marconni se metió con el hijo de la mujer equivocada. Y aunque eso me asusta, también me calma.
Porque si hay algo que aprendí desde niño… es que cuando el mundo intenta romperte, mamá es la que rompe al mundo de vuelta.
Y Dios… cómo deseo que esta vez también lo haga.
Las horas pasan sin que me dé cuenta mientras continuo echado en el sofa. Los minutos se deshacen entre pensamientos dispersos y el murmullo del televisor, que sigue encendido sin propósito. No sé en qué momento me vence el sueño, pero cuando despierto, lo hago de golpe, sin abrir los ojos.
Escucho la puerta cerrarse con suavidad.
Es ella.
Mi madre ha regresado.
Aun es de madrugada. Sus pasos resuenan apenas sobre el suelo, arrastrados, cansados… o quizás vacíos. No prende ninguna luz, ni hace ruido, como si el silencio fuera parte de su piel esta noche.
La siento pasar cerca, sin mirarme, sin detenerse. No llora, pero hay algo roto en su forma de moverse. Algo que me dice que dejó una parte de sí donde estuvo. Algo que no quiere compartir aún.
Quiero levantarme. Preguntarle qué pasó. Abrazarla. Saber.
Pero no lo hago.
No porque no me importe, sino porque sé que no es el momento. Hay un aire extraño, pesado, como si esta madrugada marcara un antes y un después. Como si lo que haya ocurrido allá fuera terminó por arrancarle la última esperanza de paz.
Así que me quedo quieto. Los ojos cerrados. El corazón latiendo más rápido de lo que debería. Fingiendo dormir.
Porque a veces amar también significa respetar el silencio.
Esperar. No presionar. Y yo espero, porque sé que hablará, cuando esté lista.
...****************...
El sol entra apenas por la rendija de la cortina, y un dolor punzante en el cuello me despierta de golpe. Dormí torcido en el sofá, y ahora lo estoy pagando. Me estiro con torpeza, intentando sacudir el entumecimiento, y parpadeo un par de veces antes de ponerme de pie.
Lo primero que veo es la mesa del comedor.
Hay un plato cubierto con una tapa plástica transparente y una nota doblada junto a él.
Me acerco.
Destapo con cuidado. Es desayuno: huevos, arepa y una taza con café todavía tibio.
Tomo la nota y la leo en silencio:
"Cómete todo. Ten un buen día. T.A.M"
Sé exactamente lo que significan esas tres letras.
Te amo mucho.
Firmado, sin firma. Porque no necesita una.
Sonrío con suavidad… pero es una sonrisa extraña, tensa. Porque aunque todo parece normal, hay algo en el aire que no encaja. Como si la madrugada hubiera arrastrado consigo una parte de mi madre que aún no ha vuelto. Como si su silencio gritara algo que no me atrevo a preguntar.
Aun así, obedezco. Como, me baño, me alisto y salgo.
Cuando llego, la universidad parece otro mundo.
Desde el primer paso en la entrada noto que algo anda mal. Hay patrullas estacionadas, policías entrando y saliendo del edificio principal, y un grupo de alumnos congregados en los pasillos, murmurando con nerviosismo. Algunos lloran. Otros graban con sus celulares. El ambiente está cargado de miedo.
Me abro paso entre los murmullos hasta que alguien suelta la bomba:
—Fue Serrano… el profesor de Anatomía.
—¿Serrano? ¿El que estaba antes de Marconni?
—Sí. Apareció muerto esta mañana.
Trago en seco.
—¿Cómo?
—Dicen que fue una muerte violenta. Aunque todavía no han dicho nada oficial.
Me quedo en silencio. La cara de Serrano viene a mi mente. Ese tipo siempre fue raro. No hablaba mucho, parecía inofensivo. Pero…
—También dicen que no era tan santo —añade otro estudiante—. Que le pedía favores sexuales a algunas chicas para pasar la materia. Que se aprovechaba de su posición.
Los rumores empiezan a mezclarse con suposiciones, y el ambiente se vuelve más denso. Me aparto en silencio.
Si esos rumores eran ciertos… tal vez, solo tal vez… Se metió con la hija de quien no debía.