En un mundo donde zombis, monstruos y poderes sobrenaturales son el pan de cada día... Martina... o Sasha como se llamaba en su anterior vida es enviada a un mundo Apocaliptico para sobrevivir...
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capítulo 6
Al día siguiente, luego de desayunar, Martina se dirigió al estudio de su padre, que tras la remodelación se había convertido en un centro de vigilancia. Las cámaras, instaladas por todo el perímetro, mostraban imágenes desgarradoras: personas y zombis corriendo por todas partes. De pronto, vio a un grupo intentando huir. Al mirar con más atención, reconoció a uno de los trabajadores que había ayudado con las remodelaciones.
Sin pensarlo, abrió su cuarto de armas, sacó dos revólveres y salió con dirección a la entrada. Los chicos que estaban en el jardín la vieron salir armada. Nelson fue el primero en hablar:
—¿Oye, qué sucede?
—Hay personas afuera. Voy a ayudar. Quédense aquí —ordenó Martina.
Sin más, abrió las compuertas de la entrada y corrió hasta las rejas. Al ver que el grupo estaba cerca, abrió solo la puerta chica y les hizo señas:
—¡Oigan, por aquí, vamos!
Empezó a disparar a los zombis que los perseguían mientras las personas entraban rápidamente. Eran alrededor de diez, incluido el obrero. Cuando todos estuvieron dentro, Martina los observó con atención y entonces se detuvo frente a una chica.
—Espera... tú no puedes venir con nosotros. Te mordieron.
La joven tembló y se cubrió el brazo, balbuceando:
—Estoy bien... solo fue un rasguño...
—Estás infectada. No puedes entrar.
El obrero, al ver que hablaba de su hija, se adelantó:
—Señorita, por favor... es mi hija. No puede dejarla allá afuera, usted dijo que viniéramos si necesitábamos ayuda.
Martina suspiró, miró a los demás y luego respondió:
—Puedes quedarte con ella de este lado de la reja. Pero si se transforma, tendrás que matarla tú mismo. No voy a permitir que un infectado ponga en riesgo la paz dentro de la casa. Los demás pueden entrar.
El hombre quiso protestar, pero su hija lo detuvo, tomándolo del brazo:
—Papá, tranquilo. Voy a estar bien.
Martina guió a los demás al interior de la mansión. Luego, regresó con un poco de agua, comida y, entregándole un revólver, le dijo al obrero:
—Cuando todo pase, tú decides si quieres entrar o no.
El hombre solo asintió. Su esposa e hijo se despidieron de ellos antes de ingresar a la casa.
En la sala, Martina les explicaba a los nuevos las reglas y cómo se manejarían a partir de ese momento. Mike notó cómo una señora y un joven la miraban con resentimiento. Se acercó y le susurró:
—Hermana, ¿es mi impresión o esas personas te odian?
—No lo sé... tal vez me haya ganado su odio. Acabo de dejar al esposo e hija de esa señora afuera. La chica fue mordida, ¿qué más podía hacer? Si los dejaba entrar, nos arriesgábamos todos.
—No es tu culpa, yo hubiera hecho lo mismo.
Martina no dijo nada más. Regresó a la sala de control para seguir observando las cámaras. Tres horas más tarde, el virus hizo efecto. La chica levantó fiebre, murió, y luego revivió para intentar devorar a su padre. Él, con lágrimas en los ojos, la mató... y después se suicidó.
Toda la mansión escuchó los disparos. Martina salió y se paró frente a todos:
—Lamento que esto haya pasado, pero seré clara con ustedes. Quien se infecte, sea quien sea, no podrá entrar aquí. Lo siento por su familia, pero a partir de ahora, así serán las cosas.
La mujer se abrazó a su hijo y ambos rompieron en llanto. Martina se acercó y agregó:
—Si están de acuerdo, pueden enterrarlos en el jardín trasero.
—Gracias —respondió el chico con tono cortante.
Martina regresó a la oficina. Ese día no salieron a buscar sobrevivientes, pero todos presentaron sus respetos a los fallecidos.
Al día siguiente...
Como Martina había dicho, saldrían a buscar sobrevivientes. Usaron uno de los motorhome y recorrieron los alrededores. Las calles estaban repletas de zombis. De pronto, Mike señaló algo a lo lejos:
—Hermana, mira allí... ¿son militares? Están rodeados, ¿qué hacemos?
Martina, al volante, dijo:
—Muy bien, sujétense.
Aceleró, atropellando a varios zombis. Diego abrió la puerta y disparando gritó:
—¿Esperan una invitación? ¡Suban!
Uno de los soldados respondió:
—Estamos cuidando esta entrada porque hay gente arriba.
—Bien. Que alguien suba a buscarlos. Los demás, ¡a cubrirlos! —ordenó Martina mientras disparaba junto a Diego.
Minutos después, unas veinte personas bajaron y corrieron hacia el vehículo. Una vez todos arriba, Mike tomó el volante y condujo de regreso a la mansión.
—¿Están todos bien? ¿Hay heridos? —preguntó Martina.
—Mi padre se lastimó el tobillo huyendo.
—¿Puedo verlo? —pidió Martina.
El hombre levantó el pantalón, mostrando un tobillo inflamado. Diego se agachó a revisarlo.
—Está roto. Cuando lleguemos, lo trataré.
—¿Es usted médico?
—Me faltaba un año para recibirme.
Todos lo miraron con interés. Martina sonrió:
—Qué bueno tener a un doctor con nosotros.
Diego quiso replicar, pero Mike frenó de golpe.
—Ah... chicos.
Martina miró al frente. Una horda de zombis bloqueaba el camino. Su sangre se heló. Era demasiado pronto para que evolucionaran...
Los zombis no solían andar en grupos. Solo tras la evolución, aparecía uno que los guiaba. Martina se acercó a Mike:
—Levántate, yo conduzco.
Mike cedió el asiento. Ella dijo:
—¡Todos, tomen asiento! Esto será divertido.
Puso el motorhome en reversa y cambió de ruta, conduciendo a toda velocidad de regreso a la mansión. Las cosas estaban yendo demasiado rápido. No solo debían temerle a los zombis, sino también al clima, que parecía volverse inestable.
Los soldados la observaban con asombro. Aunque parecía una simple chica, ella lideraba con firmeza. El capitán ordenó silencio mientras llegaban al refugio. Luego hablarían con esa joven... y le preguntarían cómo sabía exactamente dónde encontrarlos.