Bruno se niega a una vida impuesta por su padre y acaba cuidando a Nicolás, el hijo ciego de un mafioso. Lo que comienza como un castigo pronto se convierte en una encrucijada entre lealtad, deseo y un amor tan intenso como imposible, destinado a arder en secreto… y a consumirse en la tragedia.
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QUE CAMBIARÍA
El médico revisó con atención a Nicolás. Primero utilizó diferentes luces para analizar sus pupilas, luego ajustó una máquina de optometría y le hizo seguir puntos de colores. Observaba con profesionalismo, pero yo estaba demasiado pendiente de cada reacción de Nicolás, de cada parpadeo y gesto de incomodidad.
Cuando al fin terminó, tomamos asiento frente a su escritorio. El doctor hojeaba unos documentos mientras la luz del monitor iluminaba sus lentes. El ambiente se sentía expectante.
—Muy bien, Nicolás —comenzó con tono satisfecho—. Parece que la pre-cirugía ha hecho un gran trabajo. Hay avance en tus ojos.
—¡Qué bueno! —respondió él con un alivio tan sincero que me enterneció—. Sería una lástima que no estuviera funcionando el tratamiento. Me he perdido de tantas cosas a causa de no ver…
El doctor asintió, cruzando las manos sobre los papeles.
—La verdad sí sería una lástima —dijo con franqueza—. Pero me siento orgulloso de que lo que te recomendé esté funcionando en ti. ¿Cómo te has sentido estos días?
—Agotado —confesó Nicolás—. Es duro no poder valerme por mí mismo. Me gustaría recuperar mi vida, disfrutarla como antes.
Hubo un silencio breve, casi solemne. El médico lo rompió con una sonrisa amable.
—Bueno, lo importante es que vas mejorando. Y, por lo que veo, tu cuidador te trata bastante bien.
Dirigió su mirada hacia mí, y yo sentí la presión de aquel comentario atravesarme como una flecha.
—Es muy bueno conmigo —añadió Nicolás sin titubeos.
—Yo… hago lo que puedo —balbuceé, sintiendo cómo el rubor me subía al rostro.
El doctor, quizá demasiado confiado, soltó una broma que me descolocó.
—La verdad, pensé que eran novios. Los vi entrar tomados de la mano y… irradian algo especial, casi romántico.
Me quedé helado. La sangre me ardía en las mejillas. ¿De verdad había dicho eso? ¿Tan evidentes éramos en nuestro sentir?
Nicolás no pareció incómodo; al contrario, sonrió con una naturalidad que me dejó sin palabras.
—Si Bruno fuera mi novio, sería muy afortunado. Es bueno en muchos sentidos.
Sus palabras me atravesaron como electricidad. ¿Hablaba en serio? Nunca había imaginado escucharlo decir algo así, con esa voz firme, con esa franqueza.
Antes de que pudiera reaccionar, el doctor nos interrumpió.
—Bueno, eso ya lo decidirán ustedes más adelante. Ahora quiero darte una buena noticia.
Nicolás se enderezó en la silla, interesado.
—¿De qué se trata?
—Ya tengo la fecha de tu cirugía. Será el veintisiete de este mes.
—¿El veintisiete? —repitió, con una mezcla de duda y sorpresa.
—Así es. Ese día te operaré los ojos. Prometo que después de la recuperación no necesitarás usar lentes y podrás valerte por ti mismo. En una semana ya estarás mejor, aunque recomiendo unas dos o tres para la recuperación completa.
El comentario sonó gracioso viniendo de él: “¿Cómo lo ves?” preguntó, y Nicolás respondió con ironía:
—Pues, borroso.
El médico rió, pidiendo disculpas por el malentendido.
—Me refería a tu opinión. ¿Qué piensas de la cirugía?
—Confío en usted —respondió Nicolás con seguridad.
El médico asintió satisfecho.
—Mientras llega la fecha, tengo otra sorpresa.
Mi curiosidad se encendió. Lo vi abrir un cajón y sacar un estuche negro. Lo colocó en mis manos como si fuera un objeto frágil. Lo abrí con cuidado y la luz hizo brillar las micas nuevas. Un par de lentes, sobrios pero elegantes.
—Haz que se los pruebe, por favor —me indicó.
Me levanté con un nudo en el estómago. Tomé los anteojos, me incliné hacia Nicolás y, con dedos temblorosos, retiré sus gafas oscuras. El instante en que mis manos rozaron su rostro fue eterno: el calor de su piel, la suavidad de su cabello al apartarlo un poco… Luego coloqué con cuidado los nuevos lentes sobre su nariz.
Cuando abrió los ojos, algo cambió.
Su mirada chocó con la mía. No fue un roce casual, fue un contacto directo, nítido, penetrante. Me sostuvo con firmeza, como si estuviera viéndome de verdad por primera vez. Y yo… yo no supe qué hacer con esa intensidad.
Se puso de pie, tan cerca que nuestras respiraciones se mezclaron.
—Eres… muy bonito —susurró, y su voz tembló apenas, pero la sinceridad fue absoluta.
Mis mejillas ardieron. Un cosquilleo me recorrió el pecho. Nunca había esperado escucharlo decir algo así.
—¿Tú…? —quise responder, pero el médico interrumpió emocionado.
—¡Funcionó! Es un prototipo para definir la graduación exacta. ¿Sientes mareo? ¿Ves bien?
—¡Veo más que bien! —exclamó Nicolás, sin apartar los ojos de mí—. Ya extrañaba ver con claridad.
El doctor parecía satisfecho, pero Nicolás no le dio tiempo a seguir hablando.
—Nos vemos el veintisiete —dijo apresurado, y antes de que yo pudiera despedirme, me tomó de la mano y me arrastró fuera del consultorio.
Corría. Literalmente corría, y yo apenas podía seguirle el paso.
—¿Nicolás? ¿Qué pasa? —pregunté, casi sin aliento.
—Quiero llevarte abajo.
—¿Abajo? ¿Quieres ir al baño?
—No. Ya verás.
El elevador nos devoró en segundos. Esta vez, él tomó el control, presionando el botón con decisión. No era el hombre que dependía de mí, era alguien renovado, lleno de urgencia, de energía.
Cuando llegamos a la planta baja, me llevaba casi a rastras.
—¡Tranquilo! Vas a arrancarme el brazo.
—Lo siento… ya casi llegamos.
Atravesamos la recepción hasta llegar a la cafetería. Me indicó una mesa y me pidió que lo esperara. Se dirigió al mostrador con paso firme, seguro, como si nada pudiera detenerlo.
Tardó diez minutos. Cuando regresó, llevaba dos vasos en las manos y una sonrisa luminosa en el rostro. Con esos lentes nuevos, parecía otra persona: intelectual, atractivo, desbordando confianza.
—Espero que te guste —dijo, ofreciéndome uno.
—¡Gracias! —respondí, notando cómo mis dedos rozaban los suyos al tomar el vaso.
Lo observé mientras se sentaba frente a mí. Ese no era el Nicolás engreído que conocí al inicio. Era alguien distinto, casi tierno.
—Al contrario, yo siempre estaré en deuda contigo. Gracias por cuidarme.
Sonreí, dejando que notara cada detalle de mis labios al hacerlo. Acerqué el popote a la boca y bebí. El sabor dulce y espumoso me arrancó un gesto de placer.
—¡Está riquísimo!
Nicolás me observaba con fascinación.
—Por eso tenía prisa en bajar. Quería verte disfrutando de algo que anhelabas. Verte… me hace feliz.
Sus palabras me atravesaron de nuevo. ¿Yo lo hacía feliz?
—Ah… qué sorpresa que lo digas.
—Había olvidado lo hermoso que eres en persona. Más de lo que mi imaginación recordaba.
Me quedé helado.
—¿Cómo…? ¿Ya me habías visto antes?
Asintió lentamente.
—Claro que sí. Nos conocimos años atrás. ¿No lo recuerdas?
Sentí un vacío en la mente. Negué con la cabeza, nervioso, y volví a beber para escapar de su mirada.
—Te haré recordar —dijo de pronto, levantándose con brusquedad. Ni siquiera tocó su bebida. Caminó decidido hacia la salida, y cuando notó que yo seguía sentado, me hizo señas para que lo siguiera.
Confundido, tomé ambos vasos y lo alcancé.
—¿A dónde vamos?
—A recordarte quién soy. Pero antes… te llevaré a comer. Ernesto ya nos espera.
Vi la camioneta afuera, con Ernesto al volante. Nicolás sonreía, y sus lentes brillaban bajo la luz de la tarde.
Era como si le hubieran dado superpoderes. Y, de algún modo, sentí que yo estaba a punto de descubrir un secreto que cambiaría todo entre nosotros.
Debo confesar que me gustaba más la otra portada.... sólo porque los m7chachos con barba me encantan 🫦😏😜
Nico me gusta... quiero saber más!!!
unos capítulos más, porfaaaaa
Estoy encantada de leerte nuevamente 🤗
Voy leyendo todas tus novelas de a poco...
Dejo unas flores y pronto algún voto!!! por favor no dejes de actualizar, me gusta mucho como viene esta historia 💪♥️