Elena lo perdió todo: a su madre, a su estabilidad y a la inocencia de una vida tranquila. Amanda, en cambio, quedó rota tras la muerte de Martina, la mujer que fue su razón de existir. Entre ellas solo debería haber distancia y reproches, pero el destino las ata con un vínculo imposible de ignorar: un niño que ninguna planeó criar, pero que cambiará sus vidas para siempre.
En medio del duelo, la culpa y los sueños inconclusos, Elena y Amanda descubrirán que a veces el amor nace justo donde más duele… y que la esperanza puede tomar la forma de un nuevo comienzo.
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Capítulo 3 —
POV Elena
Nunca había visitado una clínica tan prestigiosa. El pasillo blanquecino parecía alargar cada paso y amplificar el sonido de mi respiración. Me decía a mí misma que esto era solo un trámite y que no debía tener miedo. Sin embargo, mis manos frías y mi estómago revuelto me decían lo contrario.
Martina me aguardaba en la recepción, sonriendo como si fuéramos amigas de toda la vida. Su cabello castaño claro, meticulosamente recogido en una trenza suelta, le daba un aspecto acogedor, casi maternal.
—Has llegado justo a tiempo, querida —dijo mientras me abrazaba de repente. Olía a vainilla y lavanda—. ¿Estás lista para dar este gran paso?
Asentí, aunque por dentro estaba llena de dudas.
Detrás de ella estaba Amanda, alta, impecable, con un traje oscuro y labios rojos perfectamente delineados. No me abrazó ni me tocó; solo me dedicó una leve inclinación de cabeza y un “buenos días” que sonó más como cuestión de protocolo que un saludo amable.
—Espero que entiendas la gravedad de lo que haremos —su voz era firme, sin un atisbo de duda—Esto no es un juego.
Era como si Amanda hablara desde una torre de cristal y Martina desde una chimenea encendida. Dos mundos opuestos unidos por un mismo deseo: tener un hijo.
La doctora me explicó el procedimiento, pero yo casi no escuchaba. Mi mente estaba en conflicto entre el temor a lo desconocido y la imagen de mi madre en la cama del hospital, pálida y frágil, esperando su operación que gracias a esto puede pagar.
—Agárrame la mano si lo deseas —susurró Martina al acostarme en la camilla. La tomé con la misma necesidad de un salvavidas. Amanda permaneció de pie, con los brazos cruzados, mirando todo con la gravedad de quien no acepta errores.
El procedimiento fue rápido, pero me quedó una extraña sensación en el pecho. . . una mezcla de vértigo y esperanza. Sabía que, a partir de ese momento, todo podía cambiar.
Las semanas siguientes fueron un juego silencioso de miradas, chequeos médicos y mensajes puntuales. Martina me mandaba casi a diario: “¿Cómo te sientes hoy?”, “No olvides tomar tus vitaminas”. Sus mensajes estaban llenos de corazones y emoticonos felices.
Amanda, en cambio, solo se comunicaba cuando había que coordinar citas o firmar papeleo. Eficiente y precisa, sin añadir palabras innecesarias.
Cuando la prueba de sangre confirmó el embarazo, Martina lloró por teléfono.
—¡Lo logramos, Elena! —gritó con tanto entusiasmo que por un momento olvidé que ese bebé no era mío.
Amanda, al enterarse, solo comentó:
—Perfecto. Ahora debemos ser más cuidadosas con tu salud.
Ese mismo día, recibí la transferencia de otra parte del pago. El dinero estaba en mi cuenta, cumpliendo con una promesa. Lloré mirando la pantalla de mi teléfono. No eran solo números… era la oportunidad de seguir con el tratamiento de mi madre.
Recuerdo la prisa hacia el hospital. Sentía que cada segunda era crucial. Entré en la habitación agitada, con el corazón latiendo rápidamente.
—Mamá… ya tienes la cirugía garantizada, y ahora también el tratamiento posoperatorio.
Ella me miró con confusión.
—¿Cómo…? Elena, ¿qué hiciste?
No pude decirle la verdad. No en ese momento.
—Conseguí un trabajo… uno muy bien remunerado.
Vi cómo sus ojos se llenaban de lágrimas, pero esta vez eran de alivio. Me abrazó con una fuerza que no pensé que pudiera mostrar en su estado.
La operación fue un éxito. Mientras ella dormía en la sala de recuperación, me quedé a su lado durante horas, acariciando su mano, pensando en el pequeño ser que estaba creciendo dentro de mí y en la deuda que tenía con esas dos mujeres.
Pero el tiempo no perdona los secretos. A medida que pasaron los meses, mi cuerpo empezó a hablar por sí mismo. Al principio, era solo una ligera curva en mi abdomen, pero luego fue imposible ocultarlo. Martina, siempre tan dulce, fue la primera en percatarse. Me observó un día en una cita médica y sonrió con ternura.
—Te ves hermosa, Elena… radiante.
Amanda no dijo nada, pero su mirada aguda dejó claro que también estaba al tanto.
Finalmente, en una reunión en su apartamento, no pude soportarlo más. Estábamos en la sala, Martina sirviendo té y Amanda revisando documentos.
—Quiero que sepan… que mi madre no sabe de nuestro acuerdo. Ella cree que todo es un trabajo normal. No quería inquietarla.
Martina dejó la taza en la mesa y se acercó a tomar mis manos.
—No tienes que sentirte culpable. Estás haciendo algo maravilloso.
Amanda interrumpió con un tono que parecía tanto crítico como protector:
—Lo único que importa es que cumplamos con el acuerdo y que el bebé llegue sano.
Asentí, sintiendo una extraña mezcla de alivio y tristeza. No había marcha atrás. El contrato estaba firmado, mi madre se había recuperado, y dentro de mí, la vida que unirá para siempre a estas dos mujeres… y a mí.
**
Cuando mamá abrió la puerta de su cuarto, la luz suave de la lámpara proyectaba sombras sutiles en sus mejillas fatigadas. Había salido del hospital solo hace unos días y todavía se sentía débil tras la operación.
—¿Estás bien, hija? —preguntó con la misma voz suave que siempre me había tranquilizado de pequeña.
La miré por un momento, intentando grabar cada detalle de su rostro en mi memoria. Había practicado varias maneras de decírselo, pero ninguna parecía adecuada. Tragué saliva.
—Mamá… necesito decirte algo muy importante.
Sus ojos se iluminaron, tal vez esperando buenas noticias.
—Cuéntame, cariño.
Tomé aire profundamente, sintiendo mi corazón latir con fuerza.
—Voy a ser mamá.
Ella parpadeó, como si necesitara asegurarse de que había oído correctamente. Luego, su cara se transformó en una gran y feliz sonrisa.
—¿Qué?! ¡Voy a ser abuela! —exclamó riendo, cubriéndose el rostro con las manos. Sus ojos resplandecían de alegría—. No lo puedo creer, Elena… siempre deseé esto.
La escuché reír, y por un momento sentí un nudo en la garganta. Su emoción era tan pura que me dolió lo que tenía que decir a continuación. Bajé la mirada y comencé a jugar con mis dedos.
—Mamá… hay algo que necesito aclarar. El bebé… no es mi hijo.
Ella dejó de reír, y el silencio se hizo pesado entre nosotras. Me miró con una mezcla de confusión e incredulidad.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, su tono ya no tan seguro.
—No es mío —dije, sintiendo un leve temblor en mis manos—. Fui contratada para ser madre subrogada. Solo estoy… alquilando mi vientre.
La noté cerrar los ojos un instante, como si necesitara asimilar cada palabra. Luego, sus hombros se hundieron.
—Ah… —susurró, y su sonrisa se desvaneció poco a poco. Había un aire de tristeza en su mirada, como si acabara de perder algo que había creído que era suyo por un momento.
Me acerqué y le tomé las manos.
—Mamá, lo hice porque necesitamos el dinero. Después de la operación… yo… no podía quedarme sin hacer nada.
Ella me miró en silencio, con los ojos llenos de lágrimas. Entonces, suspirando profundamente, acarició mi mejilla.
—Hija… no puedo ocultar que me duele, pero… también comprendo que lo hiciste con una buena intención.
Me abrazó con fuerza, y sentí cómo sus manos envolvían mi espalda con la calidez que siempre me había reconfortado.
—Te apoyo, Elena. Pase lo que pase, siempre estaré a tu lado.
Permanecí en sus brazos unos segundos más, sintiendo cómo, a pesar de la tristeza, su amor continuaba siendo fuerte.