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El Jardín De Las Máquinas Rojas

El Jardín De Las Máquinas Rojas

Status: Terminada
Genre:Terror / Completas / Época
Popularitas:505
Nilai: 5
nombre de autor: xNas

Víctor, un escritor fracasado, sigue un mapa hacia una ciudad imposible. En su camino, enfrenta espejos rotos, bibliotecas de hueso y circos delirantes, descubriendo que su peor enemigo es él mismo. Un viaje oscuro entre la locura, la creación y el vacío.

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Capítulo VI: El Carnaval de los Suicidas

El desierto engulló la biblioteca, pero no la sed. Víctor caminaba con la lengua hinchada, las palabras grabadas en su piel (Creador, Fragmento, La luz duele más que la oscuridad) ardiendo bajo el sol inmóvil. La cadena en su tobillo dejaba surcos en la arena negra, como versos escritos en un poema infinito. Al caer la noche —si es que aquello era noche—, el cielo púrpura se rasgó con un estruendo de campanas desafinadas.

Apareció en el horizonte: una caravana de carromatos pintados con sangre seca, tirados por caballos sin piel cuyos músculos brillaban bajo la luna. En los carros, criaturas con miembros retorcidos y sonrisas de hojalata agitaban antorchas verdes. Un olor a caramelo podrido y carne quemada impregnó el aire.

—¡Llegó la hora! —gritó un enano con tres brazos y un ojo en la nuca—. ¡El Carnaval de los Suicidas abre sus puertas!

Víctor intentó huir, pero la cadena en su tobillo se enredó en las ruedas de un carromato. Dos hombres con cabezas de toro y piel de periódico viejo lo arrastraron al interior. El vagón olía a vinagre y desesperación. En las paredes, fotografías amarillentas mostraban a otros prisioneros: un poeta con la boca cosida, una mujer con serpientes en lugar de cabello, un niño cuyos ojos eran agujeros negros.

—Tú serás El Hombre que Olvida su Nombre —dijo uno de los hombres-toro, arrojándole un traje de arlequín mugriento—. El público adora los actos trágicos.

—¿Qué público? —preguntó Víctor, pero una máscara de cuero crudo le fue ajustada al rostro. La piel se contrajo, fusionándose con la suya.

El carromato se detuvo. Lo empujaron a un escenario bajo las estrellas muertas. Alrededor, sombras sin forma aplaudían con manos de humo. Los artistas actuaban en jaulas suspendidas:

- Un contorsionista se dislocaba las articulaciones mientras recitaba sonetos de amor en reverse.

- Un tragafuegos vomitaba líquido negro que ardía con llamas susurrantes.

- Un hombre con la piel cubierta de espejos reflejaba las peores pesadillas del "público".

Y en el centro, una plataforma elevada donde una mujer yacía sobre un lecho de clavos. Su vestido escarlata estaba abierto en el torso, revelando un corazón latiendo al aire libre. Era La Dama Escarlata, la estrella del circo.

—¡Que comience el espectáculo! —rugió el enano de tres brazos.

Víctor fue lanzado a una jaula de cristal. La máscara le quemaba el rostro, borrando su nombre, sus recuerdos. Un letrero sobre la jaula rezaba: EL HOMBRE QUE OLVIDA SU NOMBRE. Las sombras se apiñaron, expectantes.

—¡Olvida! —le ordenó una voz por megafonía—. ¡Olvida y sobrevive!

Un chorro de agua helada lo golpeó. Víctor gritó, pero el sonido se ahogó en la máscara. Imágenes de su vida parpadearon en su mente:

Una mujer (¿su madre?) cantando una nana.

Una pluma rompiéndose sobre un manuscrito.

La máquina de escribir en el ático, tecleando sola.

—¡Más rápido! —exigió la voz.

El agua se convirtió en ácido. La máscara se fundió con su piel, borrando rasgos. Las sombras reían, un sonido de cristales rotos. Víctor cayó de rodillas, escupiendo sangre y sílabas sueltas:

—No... soy...

—¡Olvida!

Entonces, la jaula se abrió. Lo arrastraron al centro del escenario, junto a La Dama Escarlata. De cerca, vio que su corazón estaba conectado a tubos de vidrio que drenaban sangre en un recipiente. La mujer alzó la vista. Sus ojos eran idénticos a los de Lilith: vacíos, pero llenos de estrellas muertas.

—¿Recuerdas este poema? —susurró, y comenzó a declamar mientras un cuchillo serpenteaba sobre su piel:

"La belleza es una herida que nunca cicatriza,

un jardín de cuchillos floreciendo en la mentira.

Nos vestimos de rojo para ocultar la podredumbre,

y bailamos sobre huesos hasta que el alma sucumbe."

Era su poema. Uno que había escrito y quemado a los 19 años, borracho de rabia y soledad.

—Tú me creaste —dijo la Dama, mientras el cuchillo se hundía en su vientre—. Y yo te destruiré.

La sangre brotó, llenando el recipiente. Las sombras vitorearon. Víctor intentó huir, pero los hombres-toro lo sujetaron. Le colocaron una corona de alambre de púas.

—¡La hora cumbre! —anunció el enano—. ¡El baile de los fragmentos!

La Dama Escarlata se levantó, sangrando versos. Tomó la mano de Víctor y lo obligó a bailar. Cada paso era una puñalada:

—Este es el vals del poeta fracasado —murmuró ella, guiándolo en círculos—. El que escribe con miedo y quema con vergüenza.

Víctor gritó bajo la máscara. Las palabras en su piel (Creador, Fragmento) brillaban como hierro al rojo.

—¿Por qué? —logró articular.

—Porque los personajes también sienten dolor —respondió ella, y lo abrazó. El alambre de la corona le atravesó el cráneo—. Y el Autor nunca escucha.

Cuando el baile terminó, Víctor yacía en el suelo, la máscara desgarrada. La Dama Escarlata se desvanecía, su cuerpo convertido en ceniza roja. Las sombras aplaudían frenéticas.

—¡Bis! —gritaron—. ¡Que vuelva a morir!

Pero el amanecer llegó de repente. El sol blanco devoró las estrellas, y el circo comenzó a desintegrarse. Los carromatos se deshacían en polvo, los artistas gritaban mientras sus cuerpos se convertían en tinta seca.

El enano de tres brazos se acercó a Víctor, su único ojo brillando con odio.

—Esto no termina aquí —escupió—. El Carnaval siempre vuelve.

Un viento caliente arrastró los últimos restos del circo. Víctor se quedó solo, con una nueva herida en el pecho donde la corona había dejado su marca: un verso en espiral que decía "Bailarín de mentiras".

En la arena, encontró un charco de mercurio donde el circo había estado. Al mirar su reflejo, no vio su rostro, sino el de La Dama Escarlata.

—Volveré por ti —prometió su reflejo—. Cuando olvides otra vez.

Víctor rompió el charco con el pie. El mercurio se transformó en mariposas de alambre que volaron hacia el horizonte. Siguió caminando. La cadena tiraba, las palabras en su piel ardían, y en el aire quedaba el eco de un poema que jamás debió escribir.

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Ohara Shinosuke
🤩🤩 No puedo creer lo buena que es tu idea, sigue escribiendo así de bien.
Ms S.
nuevo capi cuando?¿
Naruto Uzumaki
Tu historia es como una droga para mí, no puedo esperar para leer más. (💉)
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