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"Objetivo" Domar Al Ceo

"Objetivo" Domar Al Ceo

Status: En proceso
Genre:Grandes Curvas / Autosuperación / Reencuentro / Amor-odio / Ascenso de clase social / Mujeriego enamorado
Popularitas:6.2k
Nilai: 5
nombre de autor: valeria isabel leguizamon

Teodoro es hijo de un magnate, el es un joven malcriado que vive sin preocupaciónes pero todo se acaba cuando su padre para darle una lección le da el puesto de ejecutivo a su Rival de la escuela Melanie el debera trabajar para ella y no será nada fácil porque es perfeccionista y poco flexible a diferencia de Teodoro,

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capitulo 6

Teo no podía dejar de sonreír mientras salía de la oficina de Melanie. Aunque ella había fingido indiferencia, estaba seguro de que había apreciado su intervención. "¿Un aplauso estaría bien?" Había algo gratificante en sacarle aunque fuera una pequeña sonrisa a alguien tan rígido como ella. Sin embargo, su buen humor no duró mucho. Al cruzar el pasillo, un par de empleados cuchicheaban y se callaron abruptamente al verlo pasar.

No era la primera vez que lo hacía sentir como si fuera un niño al que solo toleraban por ser "el hijo del jefe". La verdad era que no estaba seguro de qué le molestaba más: la forma en que los demás lo juzgaban o el hecho de que probablemente tenían razón.

Al llegar a su escritorio, trató de concentrarse en los documentos que Melanie le había dejado, pero las palabras bailaban en la pantalla sin sentido. Su mente seguía volviendo a la confrontación con Fernando. La forma en que el tipo había menospreciado a Melanie lo había irritado más de lo que esperaba. No podía evitar pensar en cómo ella había mantenido su compostura, incluso bajo las provocaciones.

"Ella no necesita que nadie la salve," pensó, recordando sus palabras. Y aun así, había algo en cómo lo había mirado después de que Fernando se fue. Tal vez no necesitaba que la defendieran, pero eso no significaba que no lo valorara.

Mientras tanto, en su oficina, Melanie se recargó en su silla y suspiró profundamente. Fernando siempre encontraba la forma de irritarla, pero esta vez las cosas habían sido diferentes. Teo había intervenido, algo que nunca habría esperado. Por supuesto, no le iba a decir cuánto le había aliviado eso.

Para Melanie, mostrar cualquier tipo de debilidad era inaceptable. Había pasado toda su vida construyendo una imagen de fortaleza, y no iba a permitir que alguien como Fernando la hiciera tambalear. Sin embargo, ese día había algo distinto. Las palabras de Fernando, sus insinuaciones, le habían recordado su lugar en la empresa: una becada que había trabajado incansablemente para llegar a donde estaba, pero que seguía siendo vista como alguien que "no pertenecía".

La sensación de aislamiento le resultaba familiar. Había crecido acostumbrada a la soledad, a no depender de nadie. Pero en momentos como ese, no podía evitar preguntarse si estaba bien desear un poco de apoyo. "Tal vez algún día," se dijo, volviendo a centrarse en los informes.

Esa noche, Teo recibió un mensaje de uno de sus amigos habituales.

Lucas: "Gran fiesta esta noche en el ático. Te paso por ti a las 10."

Teo miró el mensaje, sintiéndose dividido. Parte de él quería decir que no, pero la otra parte, esa que odiaba la sensación de ser insuficiente, lo empujaba a aceptar. Además, después de todo lo que había pasado con Fernando, sentía que necesitaba despejarse.

Llegó a la fiesta con Lucas y el resto de su grupo, pero pronto se dio cuenta de que, como siempre, era más un accesorio que un invitado. La mayoría de las personas lo saludaban con sonrisas superficiales antes de volver a ignorarlo, y las mujeres que se acercaban a él parecían más interesadas en su apellido que en él.

"¿Qué estoy haciendo aquí?" pensó mientras bebía un trago. Su mente volvió a Melanie, a la forma en que lo había mirado con desaprobación esa misma mañana. Había algo en ella que lo hacía querer ser mejor, aunque no supiera por dónde empezar.

Cuando una de las chicas en la fiesta intentó coquetear con él, diciendo algo como "Me encantaría que me presentaras a tu papá", Teo dejó su vaso en la mesa y salió sin decir una palabra.

Eran casi las dos de la mañana cuando Teo regresó a la oficina, todavía sin saber exactamente por qué estaba allí. Encontró a Melanie dormida en su escritorio, con la cabeza apoyada en una pila de papeles. La luz de su pantalla iluminaba su rostro, haciendo que pareciera menos intimidante, casi vulnerable.

Por un momento, se quedó allí de pie, debatiéndose entre despertarla o dejarla dormir. Finalmente, tomó una chaqueta que estaba colgada en una silla cercana y la colocó suavemente sobre sus hombros.

Melanie se movió ligeramente y abrió los ojos, parpadeando confundida.

—¿Qué haces aquí?—preguntó con voz ronca.

—Podría preguntarte lo mismo—respondió Teo, encogiéndose de hombros—. Pero creo que sé la respuesta: trabajando hasta morir.

Melanie se enderezó, ajustándose la chaqueta sobre los hombros.

—Alguien tiene que hacerlo. No todos podemos darnos el lujo de desaparecer cuando nos da la gana.

—golpe bajo, Melanie—respondió Teo, sonriendo—. Pero te lo dejo pasar porque estás medio dormida.

Ella suspiró, pero no dijo nada. Había algo en la expresión de Teo que parecía... distinto. Menos arrogante, más humano.

—Gracias por la chaqueta—dijo finalmente, sin mirarlo.

Teo sonrió, sorprendido por el gesto.

—De nada. Aunque si sigues así, voy a pensar que en realidad te agrado.

Melanie lo miró con cansancio, pero una pequeña sonrisa apareció en sus labios.

—No te hagas ilusiones.

Teo rio entre dientes y se sentó en una silla cercana.

—¿Sabes? A veces pienso que tienes razón sobre mí. Soy un desastre. Pero estoy trabajando en ello.

—¿En serio?—preguntó Melanie, arqueando una ceja.

—Bueno, tal vez no trabajando exactamente. Pero estoy pensando en ello, y eso es un avance, ¿no?

Melanie negó con la cabeza, pero su sonrisa se amplió un poco más.

—Pequeños pasos, Teodoro. Pequeños pasos.

Mientras volvían al trabajo, ninguno de los dos mencionó la forma en que sus interacciones estaban cambiando. Pero ambos lo sentían: algo estaba evolucionando entre ellos, algo que iba más allá de las bromas y las críticas. Y aunque ninguno lo admitiría, estaban empezando a depender el uno del otro más de lo que se atrevían a reconocer.

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Elizabeth Sánchez Herrera
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