En la mágica isla de Santorini, Dylan Fletcher y su esposa Helena sufren un trágico accidente al caer su automóvil al mar, dejando a Dylan ciego y con las gemelas de un año, Marina y Meredith, huérfanas de madre. La joven sirena Bellerose, que había presenciado el accidente, logra salvar a las niñas y a Dylan, pero al regresar por Helena, esta se ahoga.
Diez años después, las gemelas, al ver a su padre consumido por la tristeza, piden un deseo en su décimo cumpleaños: una madre dulce para ellas y una esposa digna para su padre. Como resultado de su deseo, Bellerose se convierte en humana, adquiriendo piernas y perdiendo su capacidad de respirar bajo el agua. Encontrada por una pareja de pescadores, se integra en la comunidad de Santorini sin recordar su vida anterior.
Con el tiempo, Bellerose, Dylan y sus hijas gemelas se cruzarán de nuevo, dando paso a una historia de amor, segundas oportunidades y la magia de los deseos cumplidos.
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Un plan de escape.
Al día siguiente, Bellerose sale del instituto de educación marina con un suspiro de alivio, contenta de haber terminado las lecciones por el día. No ha dejado de pensar en la conversación con su madre la noche anterior, y aunque intenta mantener una expresión serena, sus pensamientos son un torbellino.
Al cruzar la plaza marina, ve a Mirael esperándola. Él la observa con una mezcla de nervios y determinación, como si llevara rato esperando el momento adecuado. Bellerose sonríe, intentado ser amable, sin darse cuenta de las emociones que Mirael esconde bajo la superficie.
—Hola, Mirael —saluda ella, aliviada de ver un rostro familiar—. ¿Qué haces por aquí?
Mirael, que hasta ese momento había ensayado mentalmente lo que quería decir, respira hondo y da un paso adelante.
—Bellerose, necesito hablar contigo. Hay algo que… que llevo mucho tiempo queriendo decirte.
Bellerose siente que su corazón se detiene por un instante. Consciente de los rumores del compromiso forzado, siente que algo incómodo está por revelarse.
—¿De qué se trata? —pregunta, intentando mantener la calma.
Mirael mira hacia el suelo, luchando por encontrar las palabras. Finalmente, la observa directamente y declara:
—Bellerose, desde niños siempre he sentido algo especial por ti. Yo… te amo. No puedo imaginarme la vida sin ti y, cuando mi padre me habló del compromiso, pensé que finalmente tenía una oportunidad. Pero necesito saber si tú sientes lo mismo… si alguna vez podrías amarme.
Bellerose siente una presión en el pecho. No quiere lastimarlo, pero sabe que debe ser honesta.
—Mirael, eres muy importante para mí, pero no de la manera en que tú quisieras —comienza con voz suave, tratando de elegir cuidadosamente sus palabras—. Eres mi amigo, y nada cambiará eso. Pero… no puedo corresponder a tus sentimientos de esa forma. Para mí, solo eres un amigo.
Mirael frunce el ceño, sintiendo el dolor de sus palabras, pero tratando de no mostrarlo. —¿Cómo puedes decir eso? Entonces, ¿por qué no te opones al matrimonio?
—Lo haría si pudiera, pero… no es tan simple. Además, Mirael, no creo que esto sea justo para ti. Hay alguien que sí podría darte el amor que mereces. —Hace una pausa, tomando aire antes de soltar las palabras—. Mi amiga Lyra… ella siente algo por ti. ¿Por qué no le das una oportunidad? Podría hacerte muy feliz.
Mirael se congela ante la mención de Lyra, y su rostro cambia a una expresión de incredulidad y molestia. —¿Lyra? ¿Estás bromeando? Yo no amo a Lyra, Bellerose. Te amo a ti. ¡No puedes simplemente decirme que busque a alguien más cuando mi corazón ya está decidido!
La intensidad de sus palabras, llenas de frustración y dolor, atraviesa a Bellerose, que comienza a sentir un nudo en la garganta. Las lágrimas amenazan con brotar, pero se niega a dejar que Mirael la vea tan vulnerable.
—Lo siento, Mirael. No puedes obligarme a sentir algo que no siento. Quiero que seas feliz, pero no a costa de mi propia felicidad.
Él, al ver que sus esfuerzos no logran conmoverla, da un paso atrás y la observa con ojos entrecerrados.
—Es increíble, Bellerose. Te importa tan poco lo que yo siento… Pensé que te importaba más.
Estas palabras son suficientes para romper la paciencia de Bellerose. Sin decir nada más, da media vuelta y se aleja rápidamente, con lágrimas rodando por sus mejillas. Su pecho duele por la incomprensión de Mirael, por la presión de todos a su alrededor y por el miedo de no poder tomar las riendas de su propio destino.
Mientras se adentra en el camino hacia el océano profundo, sus lágrimas se confunden con el agua marina, reflejando no solo su tristeza, sino también su desesperación. El mundo parece cerrarse a su alrededor, y aunque está rodeada de las vastas aguas de su hogar, nunca antes se ha sentido tan atrapada y sola.
Horas después, Bellerose y Lyra comienzan a trazar su plan en secreto. Lyra, su amiga leal y confidente, estudia los detalles de la ruta con una expresión de seriedad poco común en ella. Han trazado líneas en la arena, dibujando un mapa rudimentario de los vastos confines del océano, hacia donde planean huir.
—He oído que en las profundidades más allá de los arrecifes de Cérulea hay territorios de comunidades de caballitos de mar, mucho plantón, corales y anémonas —le dice Lyra en un susurro—. Son oscuros y fríos, pero también seguros. Los animales marinos son pacíficos y viven otros grupos de sirenas. Nadie te encontraría allí, Bellerose, solo debes cambiarte el nombre pero deberás inicial desde cero y no puedes llevarte muchas cosas para que el viaje sea ligero. Deberás pasar la corriente del triangulo de las bermudas.
Bellerose asiente, tratando de imaginar ese horizonte desconocido que la espera. Pero al pensar en las gemelas, siente una punzada de tristeza y duda. Marina y Meredith han sido una constante en su vida, su refugio, su alegría, y la idea de dejarlas atrás le rompe el corazón.
—Es difícil, Lyra. Ellas… ellas son como mis hijas. Dejar de verlas, de escucharlas reír y compartir secretos... es como perder una parte de mí.
Lyra la mira con ternura y comprensión, sabiendo lo importante que son las gemelas para ella.
—Lo sé, Bellerose, pero no puedes vivir tu vida atrapada en un destino que no elegiste. Las gemelas son fuertes, además tienen a su padre. Eres más que este compromiso; eres una persona libre y mereces ser feliz y no lo digo por qué me guste Mirael, tal vez ni tenga una oportunidad con él nunca.
Bellerose respira profundo, sintiéndose reconfortada por las palabras de su amiga. La decisión es dolorosa, pero con cada paso que dan, siente que finalmente está tomando las riendas de su propia vida.
—Gracias, Lyra. No sé qué haría sin ti. Mañana, antes de la boda, cuando piensen que me alisto me iré, debes cubrirme y darme tiempo de cruzar las corrientes así no me rastrearan.
Ambas se abrazan, sellando con este gesto su promesa de libertad y lealtad. Al separarse, Bellerose dibuja una última línea en la arena, señalando el inicio de un viaje hacia lo desconocido.
Esa noche, mientras la oscuridad envuelve el océano, Bellerose se despide en silencio de sus recuerdos en el reino, incluyendo a las gemelas. Sabe que no las olvidará, pero también sabe que, para encontrar su verdadero destino, debe dejarlas atrás.
Mientras Bellerose se prepara para su partida, introduce en un bolso de algas, su cepillo de pelo, algunas perlas favoritas por si necesita hacer intercambio, un sentimiento inesperado le surge desde lo más profundo de su ser. En el silencio de su habitación, se encuentra recordando no solo a las gemelas Marina y Meredith, sino también a su padre, Dylan, aquel hombre enigmático y distante que siempre le generó una mezcla de intriga y admiración.
Bellerose suspira, recordando aquellos momentos en que él parecía perderse en su propia tristeza, a pesar de estar rodeado de sus hijas y del respeto de quienes lo servían. Una imagen nítida surge en su mente: aquella noche en que él nadó a mar abierto, con el rostro hacia el cielo oscuro, dejando que el agua salada acariciara su piel en una especie de búsqueda de libertad o alivio que ella nunca comprendió del todo.
Sin entender por qué, Bellerose sintió una punzada en el corazón cada vez que lo veía así, solo y melancólico. Una noche, lo siguió mientras nadaba en el mar profundo. A una milla de la costa, él se detuvo, sus brazos temblorosos en el agua, y en ese instante ella sintió el impulso de quedarse cerca, protegiéndolo desde la distancia, como si su presencia pudiera de alguna forma suavizar esa tristeza que él cargaba.
Cuando él finalmente volvió a la orilla, empapado y agotado, dos miembros de su seguridad los guiaron todo el tiempo, uno lanzando un silbido que rompía el silencio nocturno. Otros dos los esperaban con toallas y ropa seca, y él, sin ninguna queja, aceptaba su ayuda, acostumbrado a la ceguera que lo había golpeado hacía años. Aun así, había logrado adaptarse, aprendiendo a moverse con confianza, a cuidar de sus hijas y a mantener su dignidad, pese a su mundo en tinieblas.
Bellerose cierra los ojos, confundida. Este sentimiento, esta extraña conexión que siente hacia él, no es comparable al amor que tiene por las gemelas, ni al cariño hacia Lyra. Es algo distinto, algo que apenas entiende. Se pregunta por qué su partida le duele también por él, por ese hombre tan callado y solitario que nunca dejó de cuidar a sus hijas, y que, de alguna manera, ella había aprendido a cuidar desde las sombras.
Me encanta tu novela
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