Austin lleva una vida envidiable y llena de éxito: es un médico de prestigio y forma parte de una hermosa familia. Sin embargo, tras su fachada impecable, guarda secretos y lleva una doble vida que mantiene en absoluto silencio. Todo cambia cuando conoce a una mujer misteriosa, cuyo carácter enigmático lo seduce y lo impulsa a explorar un mundo de placeres prohibidos. Este encuentro lo confronta con una profunda encrucijada, cuestionándose si la vida que ha construido y anhela realmente le brinda la felicidad genuina o si, en realidad, ha estado viviendo una ilusión.
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Apetitos Prohibidos
Austin
El motor de mi automóvil retumbaba en la oscuridad de la noche mientras los letreros de neón se deslizaban por la ventana. El trayecto a casa debería ser un alivio, una vez que atravesara las últimas calles del tráfico de la ciudad. Pero esta noche no fue como las demás. El numérico 7 en el calendario me recordaba que era nuestro aniversario. Un aniversario que había olvidado.
—Maldita sea —murmuré para mis adentros.
En lugar de regresar a casa con las manos vacías y una sonrisa falsa, decidí hacer una parada en la floristería de la esquina que aún estaba abierta. Entré, y el aroma de flores frescas invadió mi nariz. Debería ser un lugar agradable, pero solo una cosa me ocupaba la mente: las flores que compraría. Invertí unos minutos eligiendo las más genéricas, las menos significativas.
—¿Algo especial para la ocasión? —preguntó la vendedora, sonriendo con aquel entusiasmo que solo las personas enamoradas suelen tener.
—Aniversario —respondí escueto, mientras elegía un ramo de lirios que apenas capturaban mi interés.
Regresé al auto y suspiré. Podía imaginar a Kate en casa, vistiendo ese vestido que le encantaba, con velas encendidas y una cena como si estuviéramos en la luna de miel. En su mente, era todo perfecto. Yo, por otro lado, sabía que esa noche terminaría siendo una rutina ensayada más, una esfera de deseo marchito, fácil de olvidar. La idea de una noche de pasión insípida era un soporífero, pero no podía fallar en el papel que había asumido.
El vehículo rodaba por la carretera desierta cuando, de repente, un destello de luces me sacó de mis pensamientos. Un accidente. Una moto de alta cilindrada había colisionado con un auto. La adrenalina me recorrió mientras el instinto profesional me empujaba a detenerme. Como médico, mi deber era ofrecer ayuda.
Bajé del automóvil y corrí hacia el lugar del accidente. A medida que me acercaba, mis pensamientos estaban divididos entre la urgencia de asistir y las preguntas rumiantes sobre mi futuro. A expensas de una vida matrimonial insípida, la ambición por ser jefe de cirugía se había apoderado de mí.
Un par de pasos más adelante, vi el cuerpo de una mujer sobre el pavimento. Tenía el cabello oscuro y desordenado, y los rasgos finos que me hicieron detenerme por un momento. —No, no, no —murmuré, tratando de sacudirme la desconcentración.
—Alguien llame al 911, —le grite a los mirones que se habían comenzado a remolinar alrededor —¡Necesito una ambulancia aquí, ahora! —grité, arrodillándome junto a ella mientras evaluaba sus heridas. —¿Puedes escucharme? ¿Puedes mover tus dedos?
—Me duele un poco, pero creo que estoy bien —dijo, su voz era un susurro, pero su mirada tenía una intención palpable. Se aferró a mi muñeca mientras sus ojos me miraban intensamente. Fue en ese instante que perdí por completo la noción del porqué estaba allí.
—Voy a chequearte, solo quédate tranquila—, respondí con una mirada seria, aunque por dentro estaba experimentando una tormenta de sensaciones. Luchaba por mantener mi profesionalismo ante una belleza desarmante.
—Eres un buen médico, ¿verdad? —preguntó con una sonrisa coqueta, esos ojos oscuros estaban llenos de un destello que no sabía ignorar. Mi alma, normalmente fría y calculadora, comenzaba a calentarse por su energía.
—Sí, lo soy —respondí, sintiendo un repentino impulso de querer dejar a la Kate de casa en el olvido. —Pero ahora mismo necesitas concentrarte en respirar.
Observé cómo la mujer sonreía, y aunque sabía que estaba en una situación crítica, no podía evitar el magnetismo que emanaba. Estaba proyectando un interés, una conexión que yo, un esposo con vida familiar y ambiciones profesionales, no debería considerar. Mi vida de hombre de familia se desdibujaba en ese momento, con cada latido que compartía con ella.
—No estoy herida gravemente —insistió, haciendo hincapié en sus palabras, —solo un poco aturdida —Sus ojos brillaban, alimentando aquellos deseos oscuros que había reprimido por tanto tiempo.
—¿Tienes familiares cerca?... Necesitamos que lleguen los paramédicos —dije, intentando sofocar el resplandor que se había encendido en mi interior.
—¿Y si no quiero que alguien me venga a buscar? —replicó juguetonamente, inclinándose hacia mí de una manera que desafiaba las reglas. Mi corazón latía con una intensidad desconocida. El deber, la ética médica, todo parecía desvanecerse mientras el aire entre nosotros se cargaba de algo... eléctrico.
—Esa no es una opción. Necesito que te cuides. Hay que asegurarse de que todo esté bien contigo—, le respondí tratando de contenerme, pero su risa sutil invadía mi mente como un veneno dulce.
—Vamos, es solo un rasguño. Tal vez... podrías quedarte un poco más. Me siento mejor a tu lado —sugirió, acercándose de nuevo con esa mirada penetrante.
Mierda. Estaba jugando con fuego.
Las sirenas de los paramédicos resonaron a lo lejos, pero en esos segundos, el tiempo se detuvo. Ahí estaba yo, atrapado entre dos realidades: la esposa que había olvidado, el hogar que representaba estabilidad y esta seductora mujer que ofrecía un mundo diferente, una nueva aventura que vivir.
—Lo siento. No puedo —dije, sintiendo un conflicto interno desgarrador. Pero eso fue solo un susurro más, una sombra en la brisa, mientras la mujer sonreía. Mi decisión estaba tambaleándose en la cuerda floja de mis apetitos prohibidos.