"¿Qué harías por salvar la vida de tu hijo? Mar Montiel, una madre desesperada, se enfrenta a esta pregunta cuando su hijo necesita un tratamiento costoso. Sin opciones, Mar toma una decisión desesperada: se convierte en la acompañante de un magnate.
Atrapada en un mundo de lujo y mentiras, Mar se enfrenta a sus propios sentimientos y deseos. El padre de su hijo reaparece, y Mar debe luchar contra los prejuicios y la hipocresía de la sociedad para encontrar el amor y la verdad.
Únete a mí en este viaje de emociones intensas, donde la madre más desesperada se convertirá en la mujer más fuerte. Una historia de amor prohibido, intriga y superación que te hará reflexionar sobre la fuerza de la maternidad y el poder del amor."
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El tic-tac del reloj en la pared del hospital resonaba con una lentitud insoportable.
Mar se encontraba en la sala de espera, sentada en una de esas sillas frías de metal que parecían diseñadas para intensificar la ansiedad. Su rostro estaba pálido, los labios apretados, las manos entrelazadas sobre su regazo. El corazón le latía con tanta fuerza que podía oírlo dentro de su pecho.
Cuando vio al doctor salir por el pasillo, se levantó de inmediato. Sus piernas temblaban.
—Yo pagaré lo que sea necesario, doctor —suplicó, con la voz quebrada por el llanto que intentaba ahogar—, pero por favor... ayude a mi pequeño a tener un nuevo corazón.
El médico la observó con empatía, pero su mirada profesional dejaba claro que su poder era limitado.
—Debe pasar por la oficina de administración para que le den la cifra del costo de la cirugía —le indicó con tono sereno—. Es importante que tenga el dinero disponible para cuando aparezca el corazón, ya que el estado de su hijo es delicado.
Mar asintió sin poder articular palabra. Caminó hasta la oficina indicada.
El olor a desinfectante, las paredes blancas, el sonido distante de los monitores cardíacos… todo parecía oprimirle el alma.
Cuando la funcionaria le entregó el sobre con la factura, Mar lo abrió con las manos temblorosas. Al ver la cifra, sintió que el aire le abandonaba los pulmones.
—¿De dónde voy a sacar todo ese dinero...? —susurró, con un nudo en la garganta.
Apoyó la mano en el mostrador para no caer. Por un momento, el mundo giró a su alrededor.
Esa tarde, Kayla llegó al hospital para relevarla. Traía en el rostro la misma preocupación que Mar llevaba en el alma.
—Mar, cuéntame qué ha dicho el doctor —preguntó, apenas al 4Asverla.
Mar soltó un suspiro largo y le explicó todo: la operación, la urgencia, la cifra exorbitante para pagar la cirugía en cuanto apareciera el donante.
—Mar, yo tengo algunos ahorros —dijo Kayla, conmovida—. No es mucho, pero en algo ayuda. En cuanto llegue el momento, solo dime y te los entrego.
Mar la miró con los ojos vidriosos.
—Gracias, Kayla... de verdad. Es un inicio, pero sabes que me falta muchísimo más dinero. —Su voz se quebró—. No sé qué voy a hacer, no puedo dejar que mi hijo muera, no puedo.
Kayla la consoló con un abrazo. — Jhosuat estará bien Mar haremos lo todo lo necesario para conseguir el dinero.
Cuando cayó la noche, Mar salió del hospital. Caminó por la acera sin rumbo, con la mente nublada. El viento nocturno despeinaba su cabello mientras pensaba en su vida anterior: en el trabajo que había tenido, en los proyectos publicitarios exitosos que logro, en los días en que el dinero no era una preocupación. “Ni siquiera trabajando otra vez como directora de marketing lograría conseguir tanto dinero en tan poco tiempo...”, pensó con desesperación.
Esa noche debía cumplir su turno en el gastrobar “Luna Roja”, un lugar moderno y bohemio, lleno de luces cálidas y paredes de ladrillo expuesto. El sonido del jazz se mezclaba con las risas de los clientes, el tintinear de las copas y el aroma del vino tinto recién servido. Las mesas estaban decoradas con velas pequeñas que titilaban, reflejando sombras danzantes sobre las paredes.
Mar, vestida con una blusa negra y un delantal rojo, trataba de sonreír. Pero su mente seguía en aquella habitación de hospital.
Olvidó un pedido, dejó caer una bandeja, y por poco tropieza con un cliente.
Mirian, la hermana del dueño del local, la observaba desde la barra. Una mujer elegante, de unos cuarenta y tantos años, con el cabello rubio perfectamente peinado y un perfume costoso que impregnaba el aire.
—Mar —dijo Mirian, mientras le pedía una copa de vino tinto—, dime algo... hoy estás trabajando desconcentrada. ¿Qué pasa contigo?
Mar se sintió avergonzada. Bajó la mirada.
—Lo lamento, señora Mirian... Tengo a mi hijo enfermo. Su corazón está muy mal, y eso me tiene completamente preocupada —explicó con la voz débil.
—¿Y necesitas dinero? —pregunto Mirian, sin rodeos, mientras giraba la copa entre sus dedos.
Mar asintió lentamente.
—Sí, señora. Mucho más del que podría ganar en años.
Hubo un silencio. La música siguió sonando, pero entre ambas mujeres se creó una tensión nueva. Mirian la observó unos segundos, evaluándola con una mezcla de empatía y cálculo. Finalmente sacó una tarjeta dorada de su bolso y la dejó sobre la barra.
—Ve mañana a esta dirección —dijo con voz baja, casi confidencial—. Te aseguro que, si tú quieres, podrás tener pronto el dinero que necesitas.
Mar miró la tarjeta. En letras elegantes se leía:
Willy Roberts — Exclusive Company.
Sintió un escalofrío. No preguntó nada. Solo asintió.
Esa noche, en la cama de su apartamento, no hacia si no pensar en su pequeño su algodón de azúcar el amor de su vida, su ancla, Mar no pudo cerrar los ojos, entonces movía entre sus manos aquella tarjeta considerando si debía ir o no.
¿Y si era una estafa? ¿Y si perdía el poco orgullo que le quedaba? ¿Y si... era la única salida?
Cuando amaneció, tomó una decisión. Si aquello significaba salvar a su hijo, iría, Jhosuat valía cualquier sacrificio.
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El edificio era imponente, con una fachada de cristal que reflejaba la ciudad entera. Los porteros vestían trajes oscuros y hablaban con un tono formal. Mar, vestida con su mejor blusa blanca y falda azul marino, se sintió fuera de lugar.
Subió al ascensor hasta el octavo piso. Al abrirse las puertas, un aroma a flores y cuero fino la envolvió.
El salón principal parecía sacado de una revista: suelos de mármol, cuadros abstractos, lámparas doradas, un piano de cola en una esquina y una recepcionista impecablemente maquillada y muy bien vestida, como si estuviera lista para una cena de ejecutivos.
—Buenos días, señorita. Tengo cita con la señora Mirian Roberts —dijo Mar, intentando sonar segura.
—Buenos días. Usted debe ser la señorita Montiel, ¿cierto? —respondió la recepcionista con una sonrisa profesional, observando a Mar y admirando su belleza.
Mar asintió y la siguió hasta una oficina decorada con madera oscura y cristales. Detrás del escritorio, un hombre de unos cincuenta años, atractivo y de porte distinguido, se levantó para saludarla.
—Buenos días, señorita Montiel. Por favor, tome asiento —dijo Willy Roberts, ofreciéndole una sonrisa encantadora mientras servía whisky en un vaso de cristal.
Mar se sentó, sintiendo una mezcla de nerviosismo y desconfianza.
—Mi esposa Miriam me habló de usted —comenzó él—. Permítame ser franco: esta es una agencia de acompañantes. Mujeres hermosas como usted ofrecen compañía a magnates, empresarios, CEOs y hombres influyentes de este país.
Mar abrió los ojos con sorpresa.
—¿Me está diciendo que el trabajo consiste en ser una prostituta de lujo? —preguntó, intentando mantener la calma.
Willy soltó una leve risa.
—No, señorita Montiel. El servicio de acompañante no implica eso, a menos que usted lo desee. Usted acompaña al cliente a eventos, reuniones, viajes… incluso puede hacerse pasar por su pareja, si así lo requiere el cliente. Todo depende de los acuerdos que usted haga con él cliente.
Mar lo escuchó con incredulidad. El tono de su voz era tan natural, tan frío, que le resultaba perturbador.
—¿Y los beneficios? —preguntó, solo por mantener la compostura.
Willy sonrió, con una calma tan natural como si estuviera hablando del clima.
—Los clientes pagan una comisión a la agencia. Usted recibe un pago inicial por aceptar trabajar con cada cliente. Además, suelen ser hombres generosos: regalos, viajes, joyas, ropa , atenciones... —explicó Willy, como si hablara de un trabajo común y corriente.
Mar sintió una mezcla de rabia y vergüenza.
—¿Y mi privacidad? —preguntó con firmeza—. ¿Cómo puedo estar segura de que no usarán mi imagen o mis datos?
—Podemos ofrecerle un nombre artístico y proteger su identidad. Nadie sabrá quién es usted realmente, está agencia se preocupa por sus empleadas y su prioridad es su bienestar, después de todo su trabajo es el que ayuda a crecer la compañía—respondió él, sonriendo con una calma irritante.
Ella respiró profundo. Todo dentro de su pecho se agitaba.
—¿Y cómo ayudaría a “crecer" su agencia? —preguntó, con ironía.
—Le haremos un brochure con fotografías profesionales —dijo él, abriendo una carpeta—. Algunas casuales, otras elegantes, otras más... sugestivas. El cliente podrá elegir según su gusto. Usted recibirá su pago inicial y nosotros la comisión.
Mar rió con incredulidad.
—Y con todo eso, ¿aún tiene el descaro de decirme que esto no es prostituirse? Por Dios... ¡me mostrarán como si fuera una mercancía!
Willy se encogió de hombros, impasible.
—No discutiré con usted, señorita Montiel. Pero créame: si acepta, no se arrepentirá. Conocerá el poder, el lujo… una vida que ni en sus sueños más remotos imaginó.
Mar se levantó despacio. Su voz temblaba, pero sus ojos reflejaban determinación.
—No me esperaba una oferta laboral como esta. No acepto. Perdí mi tiempo viniendo aquí, y también se lo hice perder a usted. Mis principios no son negociables.
Sin más Mar se puso en pie y se dirigió a la puerta sin mirar atrás
Willy tomó su copa de whisky, la giró con elegancia y sonrió con arrogancia.
—Si estás tan urgida por el dinero... volverás, cachorrita. De eso no tengo dudas.
Mar alcanzó a escuchar, se giro antes de salir totalmente de la oficina, lo miró con rabia volvió girar sobre sus tacones y salió de aquella oficina con el corazón destrozado.
El ascensor descendió lentamente, mientras una sola idea retumbaba en su mente: ¿hasta dónde sería capaz de llegar por salvar a su hijo?