Thiago siempre fue lo opuesto a la perfección que sus padres exigían: tímido, demasiado sensible, roto por dentro. Hijo rechazado de dos renombrados médicos de Australia, creció a la sombra de la indiferencia, salvado únicamente por el amor incondicional de su hermano mayor, Theo. Fue gracias a él que, a los dieciocho años, Thiago consiguió su primer trabajo como técnico de enfermería en el hospital perteneciente a su familia, un detalle que él se esfuerza por ocultar.
Pero nada podría prepararlo para el impacto de conocer al doctor Dominic Vasconcellos. Frío, calculador y brillante, el neurocirujano de treinta años parece despreciar a Thiago desde la primera mirada, creyendo que no es más que otro chico intentando llamar la atención en los pasillos del hospital. Lo que Dominic no sabe es que Thiago es el hermano menor de su mejor amigo y heredero del propio hospital en el que trabajan.
Mientras Dominic intenta mantener la distancia, Thiago, con su sonrisa dulce y corazón herido, se acerca cada vez más.
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Capítulo 5
Cuando el cuerpo grita lo que el alma no logra
La habitación del lecho 312 estaba en silencio, excepto por el sonido continuo de los monitores. El sonido del corazón de Thiago latiendo débil, acompasado… vivo, pero distante.
Theo no se apartaba de su lado.
Había pasado la noche allí, sentado al lado de la cama, con la mano entrelazada a la de su hermano. A cada hora que pasaba, su mente revisitaba memorias antiguas: la risa de Thiago en la infancia, los ojos brillando al entrar en la enfermería, los mensajes cariñosos en días difíciles.
Y ahora, allí, tan pálido, frágil, como si cualquier viento pudiera llevárselo.
—Vuelve a mí, pequeño —murmuraba, con la voz ronca—. Solo una vez más. Te prometo… que voy a cuidarte mejor.
Pero entonces, algo sucedió.
La mano de Thiago se contrajo súbitamente. Su cuerpo tembló. Un espasmo leve al inicio, después más fuerte. Violento.
—¡No… no! —Theo se levantó de un salto—. ¡¿Thiago?!
El cuerpo del hermano se arqueaba hacia atrás en la cama, los brazos moviéndose involuntariamente, los ojos aún cerrados pero con los músculos del rostro distorsionados por el dolor. La máquina disparó una alarma aguda.
Convulsión.
—¡ALGUIEN ME AYUDA! —Theo gritó, abriendo la puerta con fuerza—. ¡ESTÁ CONVULSIONANDO!
Una enfermera vino corriendo, pero Theo ya estaba intentando sujetar el cuerpo de su hermano con cuidado, manteniendo la cabeza protegida.
Y entonces, Dominic apareció en el corredor.
Había venido por impulso, de nuevo, como si algo lo empujara. Y cuando vio la desesperación en los ojos de Theo, corrió hasta la habitación.
—¿Qué ha pasado?
—¡Está convulsionando! —Theo gritó—. ¡¿Y dónde están los médicos?! ¡Necesita anticonvulsivo ahora!
Dominic se acercó a la cama, pero se detuvo. Él era neurocirujano, no intensivista. No era su especialidad. Él sabía cómo funcionaba el cerebro, pero en crisis agudas como aquella… estaba limitado. Inútil.
Aun así, lo intentó. Sacó los registros, miró los signos vitales, los medicamentos que ya estaban en el suero. Sudaba, la mente corriendo, los latidos acelerados.
—Necesita diazepam… —dijo bajo.
—¡ENTONCES HAZ ALGO! —Theo gritó, llorando, sujetando el cuerpo de su hermano que aún temblaba—. ¡ERES MÉDICO! ¡AYÚDALO!
Dominic dio un paso atrás.
—Yo… no es mi área, Theo. Yo no puedo…
—¡ENTONCES LÁRGATE DE AQUÍ!
El dolor en la voz de Theo cortó el aire.
Los enfermeros finalmente llegaron con el medicamento correcto y un equipo de la UCI se apresuró para estabilizar a Thiago. Dominic se quedó parado, en la puerta. Viendo. Oyendo. Sintiendo.
Inútil.
Demasiado tarde.
Thiago fue sedado nuevamente, colocado bajo vigilancia más intensa. Y cuando todo se calmó… Theo aún temblaba.
Él no miró a Dominic.
—¿Dónde estabas cuando él más te necesitaba? —preguntó, la voz baja, llena de dolor—. Él te admiraba. Incluso con todo lo que hiciste. Tú lo rompiste.
Dominic se quedó en silencio.
Porque no había defensa para eso.
—Él intentó morir, Dominic. Y
Él intentó morir, Dominic. Y tú ayudaste.
Las palabras de Theo fueron frías como hielo, pero cargadas de un dolor que quemaba hasta los huesos. Dominic sintió el golpe como un puñetazo directo en el estómago.
Él quería responder. Decir que no sabía, que nunca imaginó que Thiago estaba en ese punto, que las palabras que dijo —las humillaciones, las miradas de desdén— eran parte de un mecanismo que usaba con todos, para protegerse de cualquier involucramiento.
Pero ahora, ninguna justificación importaba.
Porque Thiago estaba allí. Inconsciente. Con convulsiones. Con el corazón herido… y quizás, irreparablemente roto.
—Yo… —Dominic intentó comenzar, pero la voz no salió—. Yo no tenía idea.
—Pues deberías. —Theo giró el rostro en dirección a él, los ojos rojos, llenos de rencor—. Eres médico. Pero fuiste ciego.
Él se aproximó despacio a la cama, acomodó la cobija sobre el cuerpo de Thiago con manos cuidadosas, como si tocar a su hermano pudiera hacer alguna diferencia.
—¿Sabes lo que él me decía cuando llegaba a casa después del turno? —Theo continuó, sin mirar a Dominic—. Que estaba intentando ser fuerte. Que quería probar que era bueno, que no era una carga. Que… tú no necesitabas que te agradara, pero él solo quería ser útil.
Dominic apretó los puños, sintiendo la garganta cerrarse. Una parte de él, hasta entonces entumecida, finalmente comenzaba a resquebrajarse.
—Él me decía que se ponía feliz solo de verte sonreír, aunque nunca fuera para él. —Theo soltó una risa sin humor—. ¿Y tú? ¿Qué hiciste? Ignoraste. Pisoteaste. Lo humillaste delante de todos.
Silencio.
La máquina cardíaca continuaba su sonido intermitente y cruel, recordando que Thiago aún estaba allí… pero tan lejos.
Dominic se aproximó despacio. Se paró al lado de la cama, encarando aquel rostro tan sereno, pero al mismo tiempo tan... devastado.
—Yo… —él dijo, con dificultad—. Soy un idiota.
—Eso es obvio —Theo respondió seco—. Pero ahora dime: ¿vas a continuar siéndolo?
Dominic no respondió.
En vez de eso, se sentó lentamente al lado de la cama, del lado opuesto al de Theo, como si no supiera más cómo existir en aquel espacio. Extendió la mano, vacilante, pero no tuvo coraje de tocar a Thiago.
—Él no es solo “el hermano de tu amigo”, Dominic —Theo dijo, la voz firme—. Él es el ser humano más dulce que yo he conocido. Y está luchando por la vida ahora. Todo porque este mundo en el que vivimos… es cruel con quien siente demasiado.
Dominic se congeló.
Las palabras demoraron en hacer sentido, como si el cerebro estuviera negando encajar las piezas obvias del rompecabezas.
"El hermano de tu amigo..."
Él miró a Theo. Después a Thiago. Y entonces, finalmente, la semejanza —antes ignorada por la distancia emocional— se reveló delante de sus ojos: la forma del rostro, los trazos delicados, la misma intensidad en los ojos, aunque estuvieran cerrados ahora.
—¿Qué… qué? —Dominic susurró—. ¿Thiago es… tu hermano?
Theo finalmente giró el rostro en su dirección, la mirada endurecida de alguien que perdió el respeto por quien un día admiró.
—Nunca te importó lo suficiente para preguntar, ¿no es así? —dijo—. Ni te diste el trabajo de saber su nombre completo. Thiago St. James.
Dominic retrocedió un paso, como si hubiera recibido una bofetada.
St. James. El apellido de la familia dueña del hospital. El apellido de Theo. El apellido que él siempre asoció a poder, prestigio y competencia. Nunca imaginó que aquel técnico de enfermería que él menospreciaba cargaba la misma sangre.
—Dios mío… —él murmuró—. Yo… no tenía idea.
—¿Y si lo supieras? —Theo lo desafió—. ¿Habrías fingido ser educado? ¿Lo habrías tratado mejor por conveniencia?
La pregunta quemó en la conciencia de Dominic como ácido. Porque él sabía que sí. Sabía que, si hubiera descubierto que Thiago era hijo del dueño, hermano de su mejor amigo, lo habría tratado con más respeto… aunque fuera falso.
Y eso lo destruía por dentro.
—Me equivoqué con él —Dominic dijo, finalmente—. Fui… un cobarde.
Theo no respondió. Apenas miró de vuelta a Thiago, que ahora dormía bajo efecto de la medicación, los labios entreabiertos, las pestañas aún húmedas de lágrimas secas. La paz forzada por un coma.
Dominic se aproximó despacio a la cama. Sus dedos vacilaron antes de tocar la mano vendada de Thiago. Él sentía el frío de la piel, la fragilidad del toque, y deseó que pudiera volver en el tiempo —ni que fuera por un minuto— para cambiar todo.
—Él intentó morir creyendo que a nadie le importaba —Dominic susurró, más para sí mismo que para Theo—. Pero a mí me importa. Yo solo… no sabía cómo demostrarlo.
Theo soltó una risa amarga.
—¿Y ahora? ¿Qué vas a hacer con esa culpa?
Dominic apretó la mano de Thiago con cuidado, los ojos fijos en aquel rostro adormecido.
—Voy a esperar a que él despierte… y si él me da una oportunidad, voy a intentar arreglar todo. Ni que me lleve el resto de la vida.
Silencio.
Theo respiró hondo, pasando la mano por los cabellos en frustración. Parte de sí quería gritarle a Dominic, golpearlo, expulsarlo de allí. Pero la otra parte… veía algo nuevo en los ojos del neurocirujano. Algo que él nunca había visto antes.
Vulnerabilidad. Arrepentimiento real.
—¿Vas a quedarte aquí hoy? —Theo preguntó, en un hilo de voz.
Dominic asintió.
—Si tú me dejas… sí.
Theo no respondió de inmediato. Pero se alejó un poco del sillón, como quien cede espacio, incluso con el corazón en pedazos.
—Entonces siéntate. Y no sueltes su mano.
Dominic obedeció.
Y en aquella noche, en silencio, dos hombres se sentaron al lado de Thiago, ambos rotos, ambos culpables, ambos esperando que el chico que sentía demasiado… decidiera quedarse.