Valentino nunca imaginó que entregarle su corazón a Joel sería el inicio de una historia de silencios, ausencias y heridas disfrazadas de afecto.
Lo dio todo: tiempo, cariño, fidelidad. A cambio, recibió migajas, miradas esquivas y un lugar invisible en la vida de quien más quería.
Entre amigas que no eran amigas, trampas, secretos mal guardados y un amor no correspondido, Valentino descubre que a veces el dolor no viene solo de lo que nos hacen, sino de lo que nos negamos a soltar.
Esta es su historia. No contada, sino vivida.
Una novela que te romperá el alma… para luego ayudarte a reconstruirla.
NovelToon tiene autorización de Peng Woojin para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 4: No sabía si me quería cerca o lejos
Después de tantos días de silencios incómodos y gestos fríos, empecé a notar un patrón. Joel no era constante como solía serlo. A veces me buscaba, me hablaba como si le importara… y luego se desvanecía como si yo no existiera. Yo ya no sabía si era parte de su vida o solo un paréntesis que abría cuando se aburría.
Una tarde, después de clases, me escribió como si nada. Me preguntó cómo estaba, si ya había comido, si ya había terminado las tareas que nos mandaron hoy. Esas preguntas simples que, viniendo de él, me hacían sentir importante. Me ilusioné, lo admito. Pensé que tal vez, esta vez, las cosas serían distintas.
Pero al día siguiente, en persona, fue como si no me conociera. Caminaba por los pasillos riendo con sus amigos, con ella, con todos… menos conmigo. Cuando pasaba cerca, su mirada se deslizaba por encima de mí como si yo no fuera más que aire. Me dolía. Me dolía más de lo que podía admitir.
Intenté alejarme, guardar distancia. Hacerme el indiferente. Pero bastaba un gesto suyo —una sonrisa, un saludo tímido, un mensaje por la tarde— para que todo se desmoronara. Corría a contestarle, a estar disponible. Y me odiaba por eso. Me odiaba por no saber poner límites. Por necesitarlo más de lo que él parecía necesitarme a mí.
Había días en los que me decía cosas bonitas, cosas que se sentían reales. Me hacía sentir especial. Me hablaba de sus problemas, me pedía consejos, me confiaba secretos. Y cuando eso pasaba, me convencía de que sí le importaba. Que tal vez no lo demostraba igual con todos, pero que conmigo era distinto.
Hasta que volvía a desaparecer.
Su cariño era como una puerta que se abría cuando nadie miraba, pero que se cerraba con fuerza en público. Me cansaba fingir que no me importaba. Me dolía tener que conformarme con momentos a medias. Y aún así, ahí seguía. Esperando algo que no sabía si alguna vez iba a llegar.
Una vez lo enfrenté. Le pregunté por qué era tan distinto cuando estábamos solos. Me respondió riendo, como si mi pregunta fuera un chiste. Me dijo que yo era dramático , que pensaba demasiado. Y ahí me di cuenta de que nunca iba a entender cómo me sentía realmente.
Pero no me fui.
No porque no pudiera… sino porque no quería. Porque aunque me rompiera, había partes de él que me hacían sentir vivo. Aunque fuera solo por instantes. Aunque esos instantes costaran más de lo que valían.
Me aferraba a lo poco que tenía de él, como si con eso pudiera construir algo. Una mirada cómplice, una frase inesperadamente tierna, un momento de conexión fugaz… Eran migajas, lo sabía. Pero para mí, en mi mundo hecho de silencios y emociones guardadas, esas migajas sabían a todo.
Y aunque a veces me decía que lo dejara ir, que no me apegara tanto, era él quien regresaba. Quien me buscaba cuando menos lo esperaba. Y yo, por más que intentara hacerme el fuerte, siempre estaba ahí. Siempre lo esperaba. Como si de algún modo, algún día, él también me eligiera de verdad.